Miércoles, 19 de marzo de 2014 | Hoy
MUSICA › EL DúO VITALE-BAGLIETTO SE PRESENTó EN LA ANTáRTIDA
Con un concierto en la Base Vicecomodoro Marambio, los músicos cerraron la Campaña Antártica de Verano e inauguraron un programa cultural en el extremo sur argentino. Fue el mejor escenario para cantar “El témpano”.
Por María Daniela Yaccar
Desde la Antártida
El TC-52 se abre paso entre las nubes. A bordo viajan el ministro de Defensa, Agustín Rossi; Juan Carlos Baglietto, Lito Vitale, músicos, técnicos, camarógrafos y periodistas. También viaja en el avión de la Fuerza Aérea una de esas historias que son moneda corriente en los programas de la tarde: una mujer se está yendo con sus hijos a vivir a Río Gallegos, donde está su esposo, jefe de la base militar de la capital santacruceña. Allí aterrizará el TC-52. Pero el destino final de este viaje está más al sur: la Antártida. Con un concierto del dúo Baglietto-Vitale en la Base Vicecomodoro Marambio, el ministro cerró la Campaña Antártica de Verano e inauguró un programa cultural en esta otra, fría y extrema Argentina.
Al llegar al Casino de Oficiales de Río Gallegos, se evidencia que hay un ente no uniformado con más autoridad que un militar: la meteorología. Todos hablan de una “ventanita”, término que designa el hueco que dejan las nubes para que el Hércules haga su descenso en plena Antártida. “Tenemos una ventana entre las 10 y las dos de la tarde”, indica un Rossi informal, con jean y zapatillas deportivas, rodeado de uniformes opacos. El piloto tendrá que buscar el hueco, pero posiblemente las nubes se porten mal y entonces haya que dar vueltas en un avión sin baño; pero posiblemente tampoco se pueda bajar y deberán volver y no habrá Antártida para nadie (hasta el día siguiente). El viernes no se sabía si el viaje hasta Río Gallegos ocurriría el sábado o el domingo. Al final, fue el domingo. La travesía duró treinta horas, de las cuales dieciséis transcurrieron en el aire.
Hay jerarquía en la distribución de las habitaciones: el ministro y la dupla Vitale-Baglietto descansan en el Casino de Oficiales, mientras que a la prensa le toca el Casino de Suboficiales. A medianoche los anfitriones reparten unos bolsos que contienen el kit para vivir un día into the wild: pantalones, campera térmica, lentes, gorro, buzo polar, borcegos de cuero. Hasta alrededor de la una transita gente por los pasillos: que “dame un buzo más chico”, que “las botas me aprietan”, que “me queda grande”. Unos jóvenes de Brigada Aérea hacen los cambios.
A las cinco y media del día siguiente, las cuarenta personas homogeneizadas por la vestimenta parten hacia el aeropuerto de Río Gallegos. Allí está, como un peligroso insecto de la noche, el Hércules, héroe mitológico de las alturas. La Fuerza Aérea posee varios Hércules. Este es de 1979. Es decir, este avión se adquirió en la dictadura y voló en Malvinas. Es el que se utiliza para cruzar el Pasaje de Drake porque resiste buena cantidad de tiempo sin necesidad de cargarle combustible y porque su velocidad es apta para el aterrizaje en una pista corta. “Es un avión emblema. Uno, como piloto, empieza con un planeador. Y llega a esto. No sé cómo explicar lo que siento cuando empiezo a ver los animalitos desde arriba. Es impagable”, dice Juan Bistrich, que ingresó en la fuerza a fines de los noventa, torciendo el camino de odontólogo que le había pensado su familia.
Este avión es extravagante e incómodo, ya que no hay asientos en el sentido estricto, sino unas redes anaranjadas que hacen de respaldo. Y el ruido de los motores es una música torturante. Por eso hay que usar tapones en los oídos. La cabina es un universo aparte. Junto a Rossi, hay varios hombres ahí adentro, cada uno prestando atención a diferentes sectores del tablero. Para abajo no se ve nada: apenas un manto de nubes. “Estuve en el Sahara por un año, con la ONU. La Antártida debe ser algo así. Un desierto blanco”, adivina un almirante.
“Los tiempos han cambiado”, decía Eduardo Fabregat en Página/12 cuando –mucho antes que Metallica– León Gieco pisó la Antártida, el 5 de abril de 2000. El artista símbolo de los derechos humanos cantaba en una base militar. “El 85 por ciento de los integrantes de la fuerza recibió su sable en democracia”, apunta Rossi. “Estamos en presencia de otras fuerzas, que piensan más en el futuro que en el pasado.”
Lunes en la isla Marambio. Quince grados bajo cero. No hay animales a la vista, ni flora. Al Mar de Weddell se lo traga la niebla. A lo lejos, se ven algunas rocas. El suelo es hielo resbaladizo. En la textura de la nieve se descubre el asterisco que es su símbolo. El paisaje es gélido, hostil, solitario: como el Venus de Bradbury. La Antártida es el sexto continente, pero podría ser otro planeta.
El cuadro se completa con las instalaciones de la Base Marambio, de distintas dimensiones. Hay una capilla, un gimnasio, un hangar, un museo –donde las principales atracciones son una vértebra de ballena y un pingüino disecado–, comedor, biblioteca. Se ven máquinas detenidas en la alfombra de hielo. Militares y científicos, cuarenta personas en total, conviven en este lugar remoto. Se necesitan mutuamente. Pasan un año. Después, llegan otros. A diferencia de la Base Esperanza, que alberga población civil, aquí las familias sólo pueden venir de visita, una vez en doce meses. Pero la tecnología hace su parte: hay teléfono e Internet.
Puertas adentro está caluroso. La primera actividad del cronograma es una charla del jefe de la base, Gabriel Maldonado. Habla, también, el ministro. Comunican las bondades de la Campaña Antártica de Verano 20132014 (CAV), que no son pocas (ver recuadro). Mientras esto sucede, otro grupo prepara el hangar donde Baglietto cantará a estos hombres que sostienen que están aquí por la patria.
En un galpón donde se guardan aeronaves se acomodan 150 personas. Se ven más militares que científicos. Uno de los investigadores más populares es Paolo, un italiano que estudia los sismos y que canta temas de rock. Debajo del escenario hay una capa de hielo. Baglietto va a cantar como si no hiciera frío. Vitale sólo lo tendrá presente al final. Para el momento del himno se pondrá unos guantes sin primera falange, con guarda norteña. Antes suena “El témpano” y el portón, ubicado detrás del escenario, se abre y aparece el escenario real, con toda su blancura y crudeza.
La música que le puso Herzog al documental que hizo sobre McMurdo le sienta a la perfección al lugar. Pero el tango y el folklore, tan emparentados con el Río de la Plata y el calor de la montaña, son especiales para la energía de los antárticos: funcionan como un bálsamo para la soledad. Baglietto entona “Nada” allí, en esa tierra vacía y congelada. Y, también, otros temas de los cuatro discos que el dúo editó desde 1991. Entre el público, un hombre grande llora. Es Elio Campos, encargado de la base: “Cantaron canciones dedicadas a la familia, como una en la que hablaron del padre. Y como uno está lejos de los afectos, está muy sensible a estas cosas”.
La presencia de Baglietto-Vitale en la Antártida se da en el marco del Proyecto de Cultura Antártica coordinado por el Ministerio de Defensa, con un doble objetivo: “Es un reconocimiento para todos los que trabajan en las bases. Y es una forma de tender puentes entre el trabajo que se realiza aquí y los 40 millones de argentinos”, apunta Rossi.
Hay quienes resisten doce meses acá y quienes no toleran un día. Entre los últimos está Vitale. Todo esto le da igual. En este contexto es un bicho raro: no debe haber una sola de las personas que viajaron que sienta lo mismo. El no está cómodo lejos de casa, la pasó mal en el avión, no le gustó el frío y teme quedar varado. “Pero todo bien: ésta es una acción para la monada, para que los músicos estén contentos”, dice a Página/12. “Cuando se abrió el portón y cantamos el himno fue emocionante”, sostiene Baglietto. “Siempre es lindo salir de gira. Entiendo que a él (por Vitale) no le interese. Hemos fundado nuestra buena relación en el respeto a las diferencias”, expresa el cantante, que tiene un motivo extra para estar contento: viajó con su hijo, el baterista de la banda. “Para los que vivimos en Buenos Aires, la Antártida es como un cuento. Toda acción que genere concientización de que este lugar existe está buena”, opina.
–Me gustaría haber venido un día mejor, para ver un poco el paisaje –dice Baglietto.
–Pero, ¿qué querés ver? Si no hay nada... afirma su compañero.
–Bueno... hay montañas, está el mar. Y hay icebergs.
–Hay unos DVD buenísimos, los ves en tu casa y listo.
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