MUSICA › JORGE DREXLER Y LAS CANCIONES DE BAILAR EN LA CUEVA
Habituado al riesgo de encarar cada disco con una óptica diferente, el uruguayo radicado en España quiso bajar a los pies lo que le dictaban la mente y el corazón: “A mi generación, hijos de la dictadura, nos robaron la alegría y nos negaron el baile”.
› Por Eduardo Fabregat
Todos los encuentros y reencuentros del público argentino con Jorge Drexler han tenido una importante cuota de emoción y de disfrute, pero lo de este fin de semana parece un paso más allá, y él mismo lo vive de esa manera: “Hacer el Luna Park por primera vez en mi vida es un desafío maravilloso”, dice, y es una señal inmejorable. Porque si hay algo que el músico uruguayo ha hecho con gusto en su carrera es abrazar los desafíos y estimularse con ellos, encontrar en el riesgo la posibilidad de una nueva luz y un crecimiento. Drexler tiene nuevo disco, Bailar en la cueva (ver aparte), que vuelve a delatar a un artesano de canciones nunca predecible: un álbum que doblará su intensidad con las funciones de hoy y mañana en el estadio del Bajo porteño. Un disco, un presente y una historia de las que pueden desgranarse muchas palabras... pero será mejor que sean las suyas.
–¿De dónde salieron estas canciones?
–En septiembre de 2013 me fui a la playa de Somo, en Cantabria: alquilé una casa frente al mar, me fui cargado de equipos, guitarras, teclados y me encerré solo a enfrentarme a mis demonios. Porque hay canciones en que digo cosas contradictorias: en “Don de fluir” (de Eco) digo que los músicos no bailamos. Y acá me propuse hacer un disco desde los pies, el polo opuesto a donde había empezado los discos hasta ahora. N, que para mí fue un disco aunque fuera una aplicación de sumatorias matemáticas muy cerebrales, intentaba emocionar pero el eje era mental. Ahora el péndulo fue al polo opuesto. Quería producir telekinesis, que lo que sonara moviera algo en la otra persona. Me encerré con ese postulado a ver qué encontraba. Y tengo otra canción, “Soledad”, que dice que me cuesta estar solo: lo de Somo no fue una semana solo placentera, empezó muy bien, pero entré en una dinámica de lucha cuerpo a cuerpo con la hoja en blanco.
–Pero la incomodidad a veces ayuda a la creación, ¿o no?
–En este caso diría que fue la materia prima. No hacer las cosas a disgusto sino una incomodidad creativa, entrar a un territorio que no controlás. Tiene que haber un punto en que no sabés si vas a llegar a buen puerto, y es una buena señal y a la vez genera angustia. “La noche no es una ciencia exacta” retrata eso, la búsqueda de una canción con todos los pormenores, con la parte infructuosa y el estribillo que aparece de golpe y se clava en el alma como un cuerpo extraño. No la ves venir. Podés invocarla con mayor o menor suerte, pero tenés que tenerle respeto. Es como la gorgona, no la podés mirar a los ojos porque te convertís en piedra. A la creatividad de las canciones tenés que mirarla medio de costado.
–Empieza hablando de la noche y termina hablando de la canción.
–La noche es una entidad misteriosa, como el territorio que uno no controla, desconocido. Era uno de los nombres posibles del disco, La noche no es una ciencia exacta tiene muchos elementos de nocturnidad. Pero lo desplacé porque quería que tuviera la palabra “bailar”, que se entendiera claramente. El disco es asumir territorios míos hasta ahora no habitados. Yo tengo la suerte y la alegría de que la gente se aproxima a las canciones de un modo muy emocional y también muy racional. Pongo ideas en las canciones y la gente razona, viene y te devuelve cosas.
–¿Cosas que incluso usted mismo no veía en primera instancia?
–En el momento no te das cuenta pero están ahí, en esas áreas, la cabeza, el pecho. Esto fue como bajarlo a los pies. Plantearme hacer esto tan distinto sin dejar de ser yo. Pero hay un yo que puede generar movimiento físico de verdad, baile. Tengo un gran respeto por el baile, desde el punto de vista arqueológico y neurofisiológico: la música y la danza son actividades que teníamos antes de ser Homo sapiens, incluso el lenguaje musical, tonal, precede al lenguaje estructurado, verbal. La música existe mucho antes de estar documentada, con el hallazgo de flautas de hueso de hace 45 mil años. Y hace 5 mil años que tenemos escritura y 10 mil que practicamos la agricultura, pero hace 45 mil que bailábamos y cantábamos. ¿Qué es lo que nos hace realmente humanos? El baile es muy importante y yo, aparte de ganar una parte de mi cuerpo, es como una de revancha... es una batalla pendiente que traigo de los ’70. Soy hijo de la dictadura y pertenezco a una generación que vivió con gran opresión la época más sensible, la infancia y la adolescencia tardía, el nacimiento de la sexualidad, la consolidación de la relación que uno tiene con el cuerpo. En Uruguay no se bailaba ni se hacía música, era un país desnaturalizado, increíblemente gris, y donde bailar estaba mal visto. Al régimen le interesaba que hicieras fila y cantaras un himno al unísono. Le interesaba el rigor, no la libertad del cuerpo. Pero también el entorno de intelectuales de izquierda en el que yo me crié veía mal al baile.
–El cuerpo negado por todos lados.
–¡Por todos lados! Y cuando nos abrimos un poco entró el punk, que también consideraba la música disco como el enemigo... al día de hoy me encanta Saturday Night Fever y los Bee Gees, pero en 1980, cuando resurgió la canción en Uruguay, eso pasó a ser el demonio... ¡qué prejuiciosamente estúpidos éramos! Creíamos que éramos la resistencia porque estábamos en la facultad en la primera fila de las manifestaciones, y hubo un movimiento de resistencia de la música tropical que le dijo que no de la manera más bonita a la dictadura. Le dijo “la alegría no nos la van a quitar”. A nosotros nos ganaron, a los de mi generación nos quitaron la alegría. Hubo una parte del movimiento que dijo “la vida es más importante que la dictadura” y eran vistos por un sector como gente sin conciencia política. Pero salvaguardaron una parte del Uruguay, el Uruguay que siguió bailando, que es una parte con la que yo no me identificaba en ese momento y hoy miro con un enorme respeto. La cumbia hoy es la lengua franca de este continente, y fue creada y mantenida en un área muy marginal de las sociedades. Nadie era consciente de que ese lenguaje latinoamericanista global era tan importante como decir “somos todos latinoamericanos”... mientras hacíamos música europea.
–¿Es un disco de descubrimientos y redescubrimientos, entonces?
–Es una manera de recuperar territorios. Uno somático, los pies; uno personal, un miedo a la exposición mediante el movimiento, y matar prejuicios con cierta música. Y el continente, el territorio geográfico. Desde hace cuatro años mi área de empatía regional se amplió y dejó de ser solo el Río de la Plata. Desde Amar la trama empecé a recorrer el continente, y de golpe encontré que tenía un público en Lima, en Quito, en Guayaquil, en Medellín, en Barquisimeto, en San José de Costa Rica, en Puerto Rico... me sentía en casa en Puebla, en Guadalajara, y podía alimentarme de todo eso. Por eso fui a grabar en Colombia. Nada me impedía vivir esto con alegría y abrir mi círculo de empatía.
–Estaba claro lo que quería decir en el sonido. ¿En qué momento apareció lo que quería decir con las letras?
–Había canciones con mucha más letra, como “Bolivia”... las primeras tres canciones tienen prácticamente un solo acorde. Hay una disminución del mundo armónico para que no distraiga del mundo rítmico, y hay una concreción en el mundo del texto... eso lo aprendí en Twitter: si Twitter es utilizado como herramienta literaria, que es como me gusta usarlo, que escribo en rimas y en formatos de verso corto, entra en 140 caracteres, la quintilla, una sextina como el Martín Fierro. Aprendí mucho a concretar en Twitter. Y cuando llegó el momento de hacer un disco con el que querés hacer bailar lo primero que tenés que hacer es eso. No vale no perder nada y querer ganarlo todo. Tenés que recortar. No son letras menos trabajadas, al contrario. Casi todas las canciones tenían dos o tres estrofas más.
–Es lo más difícil a la hora de componer: restar.
–Y duele mucho, pero hubo un ejercicio de síntesis muy grande. Los textos seguían teniendo un rol muy importante, “Bailar en la cueva” toma una idea del músico Ben Sidran, que dice que una de las cosas que nos hace humanos es arrastrar los pies al unísono en una cueva. Me encantó la idea, es la clave, la perspectiva de un tipo que ha basado su desarrollo personal en el área intelectual y emocional y lo puede ver desde ahí. Esas son mis herramientas, no tengo un swing natural para el baile.
–Y está formateado por esa formación que negó el baile.
–La palabra es ésa: format. Uno tiene un sistema operativo y tiene que forzar los límites de ese sistema. Habitualmente se va moviendo como una mancha de aceite, crece de a poco, se extiende por un lugar que no pensabas. Uno viene con una estructura determinada, pero esa estructura es, más que una imposición, un desafío. Esas ganas de no caer en la trampa de tu propio ego, no creerte tu propio logo. La gente puede pensar que un disco más bailable es un ejercicio de marketing, pero es lo contrario: si yo quisiera hacer una cosa que tuviera aceptación de un público ya ganado se trata de hacer lo que ya se espera de vos, reforzar toda la parte de compromiso letrístico, de reflexión, de emociones, eso que más o menos ya está asociado con lo que hago. Eso es jugar más seguro, eso es una apuesta comercial.
–¿Cómo fue darse el gustazo de grabar con Caetano Veloso?
–En esa canción se alinearon los astros, es una canción muy importante para mí. “Bolivia” habla de la salida de Alemania de la familia de mi padre, una familia de judíos alemanes que eran tan alemanes como judíos y pensaron que no les iba a pasar nada. Cuando se dieron cuenta ya era muy tarde y las Cancillerías latinoamericanas habían cerrado sus puertas: hubo mucho colaboracionismo en este continente, mucha aparente neutralidad, y no se podía ser neutral con lo que estaba pasando en Alemania. El único país que mantenía el visado fue Bolivia, que fue enormemente generoso. Vivieron ocho años en Bolivia, en Oruro, mi bisabuelo murió allá, mi tía nació en Bolivia, mi padre vivió su infancia allá, y cuando fui a tocar el año pasado y me di cuenta de que era el primero de la familia que volvía a Bolivia me embargó una emoción agradecida. Bolivia es un país maravilloso pero muy pobre, y a veces no era fácil de entender que berlineses que lo tenían todo fueran rescatados por un país al que le faltaban muchas cosas materiales. Me pareció de los gestos más lindos, valientes y de grandeza humana. Entonces escribí la canción, que estuvo muy bien plantada desde la primera maqueta; los versos finales hablan de cómo el péndulo viene y se va, cómo a veces los que más necesitan son unos europeos y a veces unos latinoamericanos. Vamos de un lado para otro, años después yo vuelvo a vivir en Europa, y no me extrañaría que mi hijo tal como están las cosas en Europa algún día quiera volver a vivir en Uruguay, y más como está la cosa en Uruguay. Que esos versos sean cantados por una voz con el peso histórico y la autoridad emocional que tiene Caetano fue como... en una canción que, seamos sinceros, aprendí a escribir con él, que está basada en cosas de Haití, de Chico Buarque. Con la grabación Moreno Veloso me envió una nota: “Gostei muito de sua cumbia tropicalista”. Ahí se cerró el círculo.
–Acaba de mencionar a Uruguay. ¿Cómo ve a su país, aun a la distancia?
–La perspectiva es la gran amiga de la identidad. Hay que ver las cosas desde lejos para ver qué es lo que sos y lo que no, y qué podés llegar a ser y qué no podés llegar a ser. Hay que vivir y viajar, es un gran remedio para chauvinismos. Y yo vivo en España, a Uruguay lo veo desde fuera, pero lo veo muy bien. En cualquier lugar del mundo donde voy, la “marca” Uruguay produce... hay una opinión históricamente favorable, pero en los casi 50 años que llevo en el planeta nunca vi una mirada tan positiva de Uruguay como la que encuentro ahora. Tiene un aura de libertades, de diálogo político, de concertación, de crecimiento económico, sin haber perdido el barniz cultural. Es una sociedad bastante integrada, que tiene sus sectores, pero no tiene una polarización muy grande. Es cierto que vas a Uruguay y la gente tiene una visión más real porque están ahí todos los días. pero es importante verlo de afuera. Es un país chiquito, muy despoblado, todavía muy sujeto a los vaivenes de los dos países más grandes, que no son poco (risas), y con la alegría que recibe de todo. La cultura de Uruguay no es comprensible sin referencias de la cultura argentina y en menor medida brasileña. Yo no sé si existen dos países más parecidos que Argentina y Uruguay. Pero yo estoy muy contento, me cae muy bien Mujica. Hay un ambiente de libertad con algo que me parece muy valiente: la regulación del consumo de marihuana será un error o un acierto, eso lo veremos con el tiempo, pero está claro que el método anterior no funciona. La estigmatización y la represión de los consumidores no han dado resultado: a la única persona que le dio resultado es al narcotraficante.
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