MUSICA
Grabado entre Bogotá y Madrid, con producción del mismo Drexler y Carlos Campi Campón, más aportes en ese terreno del colombiano Mario Galeano (del Frente Cumbiero), Bailar en la cueva es otro disco que exige lugar en la estantería... junto a todos los discos del uruguayo. Son once canciones deliciosas, cada una por sus diferentes razones y matices, con esa maravillosa amalgama que Drexler siempre consigue entre lo orgánico y lo electrónico, entre la cuerda de tripa, los beats y los bytes. Y sí, como él mismo dice en la entrevista, un disco que produce telekinesis, con el creciente pulso de “Bailar en la cueva”, la efectiva combinación de acidez y groove profundo en “Data data” y el demoledor “Bolivia” –un lujo, eso de tener al enorme Caetano Veloso recitando que “Y quienes hoy todo tienen mañana por todo imploran; y la noria no demora en invertir los destinos, en refrescar la memoria”.
No todo se agota allí, claro; como suele suceder con Drexler, cada escucha revela nuevas capas, los caños y las percusiones colombianas de “Universos paralelos”, el aire de vals de “Todo cae” y el aroma a Philadelphia sound de “Espera”, la quirúrgica precisión del retrato de “La plegaria del paparazzo” (“Tú que creaste la prensa basura, Señor, bendice este teleobjetivo”) y dos de esas canciones que detienen el tiempo: la bellísima “La noche no es una ciencia exacta” y el delicado final de “Organdí”, que recuerda que a veces Jorge Drexler, ciudadano del mundo, no necesita más que una guitarra para conmover y emocionar. Canciones para mover los pies, sí, pero siempre y sobre todo, canciones que mueven el espíritu. Lo demás viene solo.
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