Sábado, 24 de enero de 2015 | Hoy
MUSICA › HOPPO! PRESENTARA EL INMORTAL MAÑANA EN LA USINA
La banda liderada por Rubén Albarrán, cantante de Café Tacvba, y compuesta por músicos mexicanos y chilenos, cruza géneros sin temores y logra discos que desbordan de energía, frescura e irreverencia. “No queremos aparentar nada”, afirman.
Por María Zentner
Escuchar varios discos de una banda, todos seguidos, en orden y en poco tiempo, puede generar una sensación de fast forward en la vida de esa música. Como si a partir de esa escucha fuera posible trazar una historia, desprendida de esos recortes, esos fragmentos que condensan estilos, estados de ánimo, búsquedas, atmósferas, variaciones. Pegaditos, uno atrás del otro, los discos pueden hacer visible una cronología que hace olvidar que cada uno de ellos es la cristalización individual de tiempo de ensayo, planeamiento, trabajo, producción. Pero pasa algo muy diferente con Hoppo!, el proyecto independiente que Rubén Albarrán, vocalista de Café Tacvba, emprendió hace unos años junto con sus dos amigos chilenos Rodrigo “Chino” Aros (flauta y sitar), Juan Pablo “Muñeco” Villanueva (guitarra), y al que más tarde se sumaron el mexicano Carlos Icaza (batería) y Giancarlo Baldevenito (bajo), también desde Chile. Entre un disco y otro de la banda, parecería no haber pasado el tiempo, ni las circunstancias. Dueños de un estilo que ellos mismos denominan “psyfolkrock”, donde cruzan rock, psicodelia, música del mundo y sonidos latinoamericanos, los músicos logran poner pausa y play, y reproducir, cada vez con la misma energía, la frescura e irreverencia del anterior.
Se trata de tres producciones que se llevaron adelante siempre bajo la misma premisa: juntarse, tocar y grabar. La primera, Hoppo! (2010), recopila versiones muy particulares de temas del Nuevo Cancionero Latinoamericano: “Gracias a la vida”, de Violeta Parra; “Alfonsina y el mar”, de Ariel Ramírez y Félix Luna; y “Canción con todos”, de César Isella y Armando Tejada Gómez, entre otras. La segunda, Ollin Rollin (2013), está compuesta por temas originales de la banda. La tercera, El inmortal, es la placa que traen bajo el brazo para su presentación de mañana a las 20, en la Usina del Arte (Agustín R. Caffarena 1). El disco arranca con una invocación/grito de guerra en la que se repiten sólo dos vocablos: “wakatanka” y “marichiueu”. El primero es sioux, y significa “el gran espíritu”. El segundo, una palabra mapuche que quiere decir “diez veces venceremos”. “Es una suerte de vivir una profecía que existe en diferentes pueblos originarios de América, que es que el águila y el cóndor se unan: el Norte y el Sur; wakatanka, marichiueu; chilenos y mexicanos”, traduce Albarrán, en diálogo con Página/12, mientras los demás miembros de la banda terminan de llegar y se acomodan a su alrededor.
–En entrevistas anteriores, describieron a Hoppo! como “música viva”, donde prima lo intuitivo, el error, el movimiento y el gusto. ¿Cómo se logra mantener eso a través del tiempo?
Chino Aros: –Creo que en Hoppo! conviven energías, como en todo. Hemos gozado mucho de los errores, hasta el punto de hacerlos parte de nuestra estética. No queremos aparentar nada. Grabamos y si hay un error, lo dejamos. Porque el hecho mismo de dejarlo hace que deje de ser un error. Hemos vivido mucho la experiencia de ser súper naturalistas, de grabar con poco ensayo, de inventar cosas en el momento en el estudio, de permitirnos siempre grabar en vivo, y eso no ha cambiado.
Juan Pablo Villanueva: –De todos modos, la música tiene un rigor. Un desorden sónico. Hay algo medular que todos compartimos respecto de lo que tiene que tener una canción, o la atmósfera que queremos lograr. Existe un acuerdo estético.
Ch. A.: –También algo que nos une es la sensación de querer ser honestos: mantener una sinceridad en la performance que nos parece que está muy lejos en la música que se encuentra actualmente en los medios masivos. Es la época que nos toca vivir y eso es lo que se quiere tapar: la honestidad. Existen los afinadores de las voces, los metrónomos, para que todo esté “perfecto”, con una gran comilla. Quizá nos dimos cuenta de que eso no nos gustaba. En ese sentido, tratamos de mostrar cómo somos. La convocatoria, desde un principio, fue: “Vamos a gozar, a disfrutar esto”. Y eso se ha mantenido. Lo principal es el arte, es tener una visión, entregarla, compartirla, disfrutarla y que eso se transmita, ser parte de esa red que hay ahora en el mundo de generar conciencia. Nos sentimos parte de esa comunidad de los que creemos que se pueden hacer mejor muchas cosas, que dependen de nosotros. De que todos lo sintamos y lo queramos.
–Ustedes se hacen cargo de la edición, distribución y venta de los discos, así como de la organización de los shows. Da la sensación de que esa parte, la de la difusión, no es la que más los preocupa, como si la música para Hoppo! fuera un momento de intimidad que solamente comparten en algunas ocasiones. ¿Dónde queda el público en ese armado?
Ch. A.: –Existe cierta complicidad de Hoppo! con el público, que tiene más que ver con un modo de vida. Si a alguien le gusta mucho Hoppo! es también porque siente cosas cuando, por ejemplo, talan un árbol, o cuando desplazan a una población para sacar de ahí petróleo, cualquier cosa así. Eso se transforma en algo muy emocional, muy de adentro. Te dicen que les gusta Hoppo! y te das cuenta de que son como hermanos, que somos como una familia.
Rubén Albarrán: (a Aros) –Eso pasa en el Sur; en el Norte no existe tanto esa conciencia que mencionas. Aquí, si a alguien le gusta Ho-ppo!, quizá llegó a nosotros porque publicamos algo de una represa o algo así. Hay un acercamiento más allá de la música.
Carlos Icaiza: –En cada lugar funciona diferente. En particular, en la Argentina a mí me sorprende mucho el cariño con que escuchan nuestra música. Cada vez que vinimos a tocar, a mí me dejó muy impactado el amor que tienen por ir a escuchar. La Argentina es muy especial porque hay algo que hace que sientan la música de una manera muy diferente a otros países de América latina. Esa pasión tan sesuda que tienen...
R. A.: –El público argentino es realmente muy especial. Ya el simple hecho de ser un público que canta mucho... Como músico, sentir que están cantando tus canciones es algo que ya te pone alitas.
–En los años ’70, en América latina existía cierta rivalidad entre folklore y rock, como si el primero representara la revolución y el segundo, la rebeldía. ¿Encuentran en el disco Hoppo! un puente entre esas dos posiciones?
Ch. A.: –Pero, ¿realmente existía esa diferencia?
C. I.: –Creo que no existe. Se trata de la misma gente. Parten todos de una misma raíz. El rock latinoamericano es producto del folklore latinoamericano y es parte de ese folklore. Ya no tiene sentido hablar de una división. Es la misma cosa.
Ch. A.: –Por ejemplo, Violeta Parra: en Chile siempre decimos que era punk. ¡Que era rockera!
C. I.: –¡Claro! O Víctor Jara... En su libro sobre la historia del rock mexicano, Federico Arana cuenta que cuando Víctor Jara estuvo en México, iba siempre a conciertos de rock. Y que cuando le preguntaban por qué no iba a ver a grupos de folklore, él respondía: “No, mi mensaje tiene mucho más que ver con el rock”.
–¿Esa rivalidad es un mito, entonces?
J. P. V.: –Creo que sí. Fundado por los folkloristas que a veces tienen esta tendencia a ser ortodoxos, a no permitir los cambios, o a criticar a los que están cambiando. Pienso que ellos quizá sí pueden haber marcado esa divergencia. Pero si te fijas, los folkloristas que estaban sembrando todo esto que ahora bebemos, como Violeta, no entraban en antagonismos.
Giancarlo Baldevenito: –Hay veces en que las personas tienden a sectorizar todo. La música tiene que ver con la sensibilidad: si a uno le gusta, lo conmueve algo, ya está. Toda nuestra generación es hija del folklore y del rock por igual. Los que vivimos con la música, los que la interpretamos, entendemos que una canción hermosa siempre va a ser una canción hermosa. Sea rock, folklore, disco, rap. Lo que sea. Eso es lo más importante.
J. P. V.: –Hay un sincretismo en cuanto a la forma. Los géneros musicales en el planeta tienden a mezclarse, a generar otros nuevos. Ese puente siempre existió en la música. Es la gente la que separa, sectoriza ideológicamente. El pulso natural de la música es expandirse, fusionarse, cambiar.
–A través de los tres discos de Hoppo! es posible rastrear un elemento nostálgico que se mantiene constante. En la “Canción del inmortal”, por dar un ejemplo: “Aquella foto va perdiendo el detalle, sólo queda el ambiente y el sonido del viento”. ¿Es que todo tiempo pasado fue mejor?
Ch. A.: –Me parece que no sólo en la que hacemos nosotros sino en toda la música, la nostalgia tiene un papel súper importante. Me doy cuenta de que nosotros tenemos una tendencia especial hacia la nostalgia, pero también que nuestras canciones tienen partes que se contraponen. Creo que, a veces, nos quedamos cortos en términos para definir multitud de emociones que ocupan armonías. Pienso que esa sensación de nostalgia está presente siempre, incluso en canciones que a primera vista pueden resultar alegres, tienen algún elemento que te emociona, te desgarra. Quizás es porque la experiencia humana está tan presente en el arte, que el arte se nutre mucho de esa fragilidad que tenemos, del dolor.
R. A.: –Será que es así la experiencia humana: sacrificada. Siempre andamos con una sensación agridulce, que es una manera muy básica de nombrar a la nostalgia. Porque la experiencia está llena de gozo, que es como una forma de agradecer y reciclar la energía para poder seguir en este plano, siendo. Pero lo que es innegable es que lo que nos une como seres humanos es una angustia existencial. Porque nacemos para morir. Ese es el destino de nuestra experiencia individual. Y eso crea angustia. Y nostalgia.
Ch. A.: –En la música siempre hay una emoción que te puede conmover hasta las lágrimas, aunque la melodía sea alegre.
R. A.: –Alguna vez escuché que la verdadera buena música es triste. No sé si será cierto, pero sí creo que una música que consta solamente de elementos de los que culturalmente reconocemos como alegres, es una música absolutamente estúpida. Los Pitufos. Podría ser que las piezas que nos llevan a ese punto de alegría verdadera son obras en las que se maneja la tristeza, la angustia, la melancolía, de tal forma que las vivís de manera tan profunda que logran transformarse en una especie de salvación.
–En 2010, cuando grababan su versión de “Me gustan los estudiantes”, de Violeta Parra, ¿se imaginaban la vigencia que tendría esa canción en Chile en 2011, y en México en la actualidad?
Ch. A.: –Creo que se trató de una sincronía. Esas son cosas, detalles de la vida, señales. No hubiéramos podido imaginarlo cuando la grabamos. Cuando nos dimos cuenta, cuando caímos en lo que vivíamos, empezamos a querer darle difusión como una forma de alimentar esas marchas, ese movimiento en Chile que nos llenó de esperanzas y que, de alguna forma, marcó una gran diferencia en la sociedad civil de allá.
J. P. V.: –Fue salir un poco de la inercia. Una especie de destape. De repente poder decir lo que se piensa, no tenerle miedo a la represión. Una sincronía hermosa poder haber vivido eso, haber hecho un aporte.
R. A.: –Creo que es una canción absolutamente vigente. La canción en sí es una esperanza perenne que todos tenemos. Porque recordamos cuando fuimos estudiantes y sabemos lo que sucede en esa etapa de la vida, que uno quiere cambiar el mundo. Y luego, de viejo, ya no tienes esa energía. Ya te acomodaste y perdiste el impulso. Respecto de lo que sucede en México ahora, es una situación muy triste y lamentable para la especie humana. Claro que lo pones en un contexto global y... pues en todas partes se está peor. Hace un par de meses, en Irán, un comando entró a una escuela y mató a ciento cuarenta y tantos niños. En Africa utilizaron a una niña como bomba, los atentados en Francia...
–¿A qué lo atribuyen?
R. A.: –Son como brotes de represión, de autoritarismo, de terror. Uno piensa que vive en un mundo moderno, civilizado, pero bueno... es un mundo que no funciona bien. Quizás en algún momento podremos darnos cuenta de cómo abusamos de otros seres. Todos estamos todo el tiempo alimentando a alguien más. De la misma manera cruel y brutal que hay vacas y pollos que son criados solamente para ser alimento de otro, nuestra vida alimenta la de alguien más. Es una metáfora bastante cruda de lo que algunos humanos hacen con otros. Todos explotamos a otros seres, nos abusamos de otros seres. Lo que la humanidad debería tratar de salvar es la experiencia individual que venimos a vivir. Es lo único que tenemos que salvar: la energía involutiva y evolutiva, la luz y la oscuridad. Después analizar cómo conviven en mi siendo, y cuando dejo de ser, hacer un balance: ¿ganó la oscuridad o la luz? ¿Fue armónico mi siendo? El mundo vive en nosotros y ése es el mundo que dejamos. El mundo que vivimos en nuestro interior. Es la experiencia individual, pero somos todos. En México, el ambiente mental está completamente contaminado. Nos alimentamos, nos nutrimos de pura basura. Y ése es el siendo que llevamos. Y si así somos siendo, cuando dejemos el siendo, ¿cómo va a ser ese balance?
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