Miércoles, 23 de diciembre de 2015 | Hoy
MUSICA › UN REPASO POR LO MáS RELEVANTE DEL AñO EN MATERIA DE JAZZ
Más allá del buen nivel de las visitas internacionales, este año dejó una extraordinaria impresión en lo que hace a la producción argentina. En vivo y en discos, hubo creatividad, variedad de propuestas y, lejos del último lugar, calidad de músicos y músicas.
Por Diego Fischerman
No en todas partes se hace jazz. Y no todas las ciudades tienen un festival oficial dedicado al género y, además, con una abrumadora mayoría local. Parece una obviedad pero la realidad argentina en la materia, la creatividad, la variedad de propuestas y, lejos del último lugar, la calidad de los músicos y músicas que aquí se producen son absolutamente excepcionales. Parece natural. A nadie le extraña que aparezcan discos como Black Soul, del quinteto de Mariano Loiácono, o que ese grupo llene hasta el tope los clubes donde toca, cada vez que lo hace. Como si fuera algo dado de antemano.
Lo cierto es que hay una larga tradición detrás de este mapa actual, sustentada en nombres como los de Oscar Alemán, el Mono Villegas o el Gato Barbieri pero, también, en los de una generación que sistematizó saberes y que los supo compartir. La carrera del Conservatorio Manuel de Falla y la actividad de maestros como el recordado Walter Malosetti, o, más cerca, el pianista Ernesto Jodos, tienen mucho que ver con que la formulación “jazz argentino” no suene absurda. En todo caso, el hecho de que la conjunción de esas dos palabras tenga un sentido es la prueba de que no se trata de clones ni reflejos deslucidos de lo que se gesta en Nueva York o Chicago sino de otra cosa. Y las características absolutamente únicas del festival de jazz de la ciudad dan buena cuenta de ello.
Allí llegan grandes nombres, desde ya. Este año estuvieron Branford Marsalis, en una actuación memorable en el Teatro Colón, el trío de la notable Satoko Fuji, Manuel Rocheman, Furio De Castri y el guitarrista Peter Bernstein, encabezando la partida. Pero lo que acaba dándole el sello definitivo son los grupos en los que estos músicos interactúan con los locales, las presentaciones de los discos argentinos más importantes, la apertura estética, que hace convivir la libertad casi sin red de Pepe Angelillo y Pablo Ledesma y las apuestas más tradicionales, y los encargos especiales que ponen a grandes músicos ante desafíos nuevos y estimulantes, tal como sucedió en 2015 con la pianista Lilian Saba frente a la obra de Bill Evans. Nuevamente, son muy pocas las escenas capaces de nutrir con brillo e interés una programación de varios conciertos diarios y a lo largo de varios días.
Si algo ha cambiado, eventualmente, es la proporción que ocupan los teatros y organismos oficiales. Las grandes visitas, este año, tuvieron que ver casi exclusivamente con el festival de jazz, con el propio Teatro Colón, que trajo a la Orquesta de jazz del Lincoln Center conducida por Wynton Marsalis y con la nueva aparición rutilante en el mundo de la música de la ciudad: el Centro Cultural Kirchner. Allí tuvo lugar un fenomenal festival de pianistas, curado por el brasileño Benjamin Taubkin, donde, además de participar infinidad de grandes músicos locales de los géneros más variados, de Carlos “El Negro” Aguirre o Nicolás Ledesma a Jodos, Hernán Jacinto o Francisco LoVuolo, llegaron algunos de los creadores más importantes del jazz actual, como el estadounidense Craig Taborn o el serbio Bojan Z, y figuras sumamente interesantes como el portugués Mario Laginha, el panameño Danilo Pérez y el cubano Gonzalo Rubalcaba. También por ese Centro Cultural pasaron el argentino radicado en los Estados Unidos Leo Genovese y el guitarrista Tommy Gubitsch con su nuevo trío, que si bien se ocupa de aclarar que lo suyo no es jazz, lo ronda inequívocamente por su espíritu de libertad y, desde ya, por el lugar que la improvisación tiene en su música.
También la Usina, con un ciclo dedicado a la nueva escena del género que fue programado por Jodos, aportó a la riqueza del panorama. Y, como casi cada año, llegó algún guitarrista virtuoso capaz de nuclear a los fans porteños. Esta vez fue Frank Gambale, quien integró el grupo de Chick Corea a fines de los 80. Un festival ligado a los costados del género más cercanos al funk y el groove, organizado por Tribulaciones, algunos outsiders como el baterista noruego Pal Nilssen-Love, que tocó en Roseti y en la Biblioteca Nacional y dos pesos pesado, el pianista Robert Glasper, que actuó en el Coliseo, y el cantante estadounidense José James, que editó este año un gran disco dedicado a Billie Holiday y se presentó en el ND Teatro, fueron lo más fuerte de la actividad privada.
Nada de todo esto tendría demasiada importancia, no obstante, si no hubiera una actividad semana a semana, en lugares como Thelonious, Virasoro o Vinilo, donde los referentes más importantes del jazz argentino acercan nuevas propuestas, interactúan con un público fiel y no cejan en sus búsquedas estéticas. La solidez del grupo del trompetista Mariano Loiácono, la consolidación de su hermano Sebastián, en el saxo, como un instrumentista mayor, el siempre renovado talento de Jodos y LoVuolo –que incidentalmente están, en estos días, grabando a dúo– y fenómenos como el del sello KUAI, que nuclea a muchos de los músicos más jóvenes, hacen que se trate de mucho más que de conciertos sueltos y de unos cuantos muy buenos momentos. Y en ese sentido, una producción sumamente atípica, publicada a comienzos del año, muestra también las alturas a las que el jazz local sabe asomarse. En La incertidumbre, un libro-disco –o viceversa– confluyen las miradas –y las escuchas– del escritor Ricardo Piglia, el saxofonista Luis Nacht y el artista plástico Eduardo Stupía. Una muestra más de cómo el jazz encuentra su naturaleza, siempre, en la tensión con sus límites.
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