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Miércoles, 23 de diciembre de 2015

TELEVISION › DETRáS DE LAS CáMARAS DE LA FICCIóN EL MARGINAL

Una historia carcelaria tras los derruidos muros de Caseros

Juan Minujín es el protagonista de esta serie de 30 episodios que produce Underground con la idea de estrenar en marzo de 2016 en la TV Pública. “Hacer este programa en un estudio sería simplemente una locura, una pesadilla”, reconoce el actor.

 Por Emanuel Respighi

La inmensidad de esos muros derruidos lo vuelven un temeroso vigía. Traspasar los barrotes oxidados que cada tanto recortan sus largos pasillos es una experiencia escalofriante, que se amplifica por el eco de cada paso. El abandono y el deterioro que evidencian sus paredes, techos y pisos inquietan a cualquiera. El paisaje es fantasmagórico y desolador dentro de la ex cárcel de Caseros, ese penal inaugurado por Jorge Rafael Videla en plena dictadura. Allí, en ese edificio de modelo “panóptico” que dejó de funcionar en 2001, pero en el que aún sobrevuelan los fantasmas del pasado, en los últimos meses ofició de locación para la grabación de El marginal, la ficción carcelaria que Underground Producciones está realizando, con miras de estrenarse en la TV Pública en marzo de 2016. Y ese escenario le devuelve a la ficción argentina la capacidad de pensar historias que ponen el foco en comunidades a las que la pantalla chica no suele iluminar.

Las cámaras, las luces de pie y los apuntadores emplazados en el patio del penal le aportan vida a ese “elefante negro” que se empecina en permanecer en el medio del barrio de Parque Patricios. Testigo del encierro forzado de muchos presos, en su mayoría perseguidos políticos, el penal en desuso recobra vitalidad humana con las dos unidades de grabación de la ficción protagonizada por Juan Minujín, Martina Guzmán, Gerardo Romano, Cristina Banegas, Adriana Salonia, Claudio Rissi y elenco. No hay algarabía ni gestos efusivos entre el equipo de producción. A diferencia de otros sets de filmación, en el de El marginal se descubre una emocional contenida, dubitativa, casi respetuosa. Como si el escenario, desvencijado pero real, condicionara el clima de trabajo de un equipo que nunca pudo abstraerse de las historias que aún retienen esos muros.

“Ayuda mucho que la locación sea la vieja cárcel de Caseros”, le cuenta Minujín a Página/12 en un alto de las grabaciones. “Hacia donde mires, esas paredes te devuelven algo que sirve siempre para actuar, reaccionar a eso y darle verosimilitud a la historia. Es un lugar que, además de lo que se aprecia visualmente, tiene una carga muy fuerte simbólica y psicológica muy fuerte, por todos los padecimientos que muchos reclusos sufrieron allí durante muchos años. Uno sale muy cargado de una cárcel. Es muy densa la energía que circula. A los fines de la actuación, es una locación excelente. Hacer este programa en un estudio sería simplemente una locura, una pesadilla”, reconoce el actor.

Los libros de Adrián Caetano y la dirección general de Luis Ortega son garantía de ficción de autor. El marginal contará, en 30 episodios de media hora, la historia de Miguel Dimarco (Minujín), un policía exonerado de la fuerza que con identidad y causa falsas se filtra en la cárcel con la misión de desbaratar a una banda de secuestradores, que tienen de rehén a la hija de un importante juez de la Nación. La trama toma un camino inesperado cuando Miguel, tras lograr liberar a la joven, descubre que es traicionado y que la única manera de salvar su vida es fugándose de la cárcel.

Encerrados en escena

La escena tiene su complejidad. En un pabellón al que la voladura de su techo convirtió en una suerte de patio interno, el guión exige que Miguel (Minujín) y Pipita (Marcos Woinski) emerjan del piso de un supuesto túnel que existe en la cárcel. Claro que (¡oh, la magia de la TV!), el túnel no es un túnel sino apenas un pozo que no tiene más de 70 centímetros de alto y 70 centímetros de ancho. “¿Qué se piensan, que soy contorsionista?”, pregunta Woinski, que en El marginal interpreta a un recluso ciego. La dificultad no reside únicamente en cómo hacen los actores para poder entrar en ese cuadrado de medidas reducidas, sino que además la cámara no llegue a tomarlos inicialmente para hacer como si realmente se trata de un túnel. “Dale que no podemos más”, se escucha gritar desde el pozo ante la demora en el comienzo del ensayo.

La metodología de trabajo se repite una y otra vez en El marginal: todas las escenas se repasan con el apuntador y el director, luego se ensayan y recién después se filman. “¿No deberíamos estar más sucios?”, pregunta Minujín, mientras repasan y ajustan la letra entre todos. Un asistente se acerca, maquillaje en mano, para “ensuciarlo”. Sin embargo, el actor opta por un recurso más artesanal: prefiere pasarse directamente tierra húmeda sobre su cuerpo. La decisión da comienzo a un diálogo cargado de chicanas: –Aaaahh, ¡qué bárbaro, qué actorazo! –le grita un actor secundario, no sin sorna.

–¿Viste lo que soy? Cuando me comprometo, me meto con todo. Esto es TV verdad –le responde Minujín, entre risas.

–Yo no me paso tierra porque es lo mismo –le retruca el actor, haciendo referencia a su color de piel.

–Es verdad, pero te podés pasar un poco de cal así la gente te ve –bromea Minujín.

El cruce de ironías da paso a la grabación de la escena. Entre escombros, yuyos que crecen de (lo que queda) de las paredes y (de lo que queda) de la estructura del techo, el grito de ¡acción!” de la productora da lugar inaugura la primera toma. No será la única: la escena, que en pantalla no tendrá más de 50 segundos de duración, se grabará más de 10 veces, ante la disconformidad del director, el ruido que se mete por el sobrevuelo de un helicóptero y los diferentes planos propuestos. Hay un dato que sorprende: la escena en cuestión, de menos de un minuto de duración, comenzó a prepararse a las 15.15 y terminó de grabarse a las 17.05. Casi dos horas de trabajo para algunos segundos de artística.

“Es un unitario que, pese a que nos apremia siempre el tiempo, busca tener una mirada singular desde lo estético –cuenta Minujín–. La idea es que el lenguaje visual comunique encierro, el punto de vista del personaje, que se vea que es un tipo que está infiltrado. Hay que dar a entender todo el tiempo que el tipo tiene una personalidad oculta. Y eso se trata de reflejar no sólo desde mi actuación sino desde los planos, la foto y el arte. Al menos, ésa es la apuesta: que visualmente tenga un lenguaje singular”.

Fútbol, fútbol, ¡fútbol!

La distensión en una de las últimas jornadas de grabación llega con la próxima escena, una de las últimas del día. Un “picado” en el patio central de la cárcel es la excusa que dispara un “fulbito” que trasciende los límites de la escena. El grupo de ocho actores alrededor de la pelota es motivo de uno de los momentos de mayor distracción. Basta ver cómo pelean por ver quién hace más jueguitos para constatar que una pelota sirve para mucho más que jugar un partido: también para que cada hombre demuestre su destreza. Incluso, para que cada cual ponga a prueba su virilidad en ese juego tan arraigado a la cultura popular argentina. O, al menos, eso es lo que parece.

La primera toma que se graba es la más clara demostración: excitados, poniendo la pierna de más y jugando “de verdad”, la pelota termina bien lejos de las cámaras tras un fulbazo que se grita “gooolll” con el alma por los actores. “¡Tomá, gil!”, le espeta Minujín a un colega que antes lo había dejado girando sobre su eje con un delicioso caño. Las cargadas se cortan abruptamente cuando, Alejandro Ciancio, el director de una de las dos unidades, emerge con cara de pocos amigos. “Che, les dije que no tienen que hacer un gol. Estamos laburando”, los reta. “¿Qué? ¿Había algunas pausas dramáticas durante el partido?”, ironiza Minujín, aprovechándose de la impunidad que le da el cartel. Todos ríen. Menos el director, que apenas esboza una forzada sonrisa mientras regresa a su improvisado control.

Sucio y desprolijo

Además de la ambientación en la que transcurre El marginal, probablemente haya otro aspecto que llamará la atención de la ficción: la composición actoral de Minujín. Acostumbrados al esteticismo luminoso que el actor le supo imprimir al villano cool de Félix Month de Solamente vos y al “chico bien” de Segundo Arostegui en Viudas e hijos del rock and roll, los televidentes se toparán en El marginal a un Minujín que asume un rol dramático inusual para el registro que lo volvió popular en la pantalla chica. A la estética “sucia” que requiere el personaje, el actor le sumó la compleja tarea de interpretar a un “topo” entre los presos y carceleros, desdoblándose entre su identidad real y la que debe tomar detrás de los barrotes.

“Mi principal objetivo era poder enganchar la configuración del mundo de un tipo que se formó en la policía”, cuenta Minujín, que antes de encarar al personaje recorrió la cárcel de Devoto. “A la composición de un personaje la encaro desde varios lugares. Hay algo de intuición, claro, pero también hay mucho trabajo con los libros: el personaje emana de ese material, no es una cosa inventada, sino que es el resultado del guión y del trabajo con Luis y Sebastián Ortega, con Caetano y con (Pablo) Culell. Lo que sí hice fue entrevistas, pero más que a gente que estuviera presa, a policías. Tuve charlas con comisarios, especialmente con una, que fue con la que pude establecer más una conversación que trascendió la charla formal, para pasar a hablar de anécdotas. Eso me permitió no sólo conocer más el punto de vista de los policías sino también su configuración del mundo sobre la cárcel y sobre los delincuentes.”

La tensión que impone la escenografía de cemento y barrotes es omnipresente. Nadie puede eludir a la opresión que se respira. Ni siquiera los actores y productores que durante más de tres meses grabaron a sol y sombra en Caseros pueden abstraerse de las paredes de encierro que los contienen, que los perturban. Como si allí adentro uno siempre fuera preso de un pasado que se conjuga con el tiempo presente de una ficción que agita los fantasmas de los que están “del otro lado”.

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Las cámaras, las luces de pie y los apuntadores le aportan vida a ese “elefante negro” que subsiste en Parque Patricios.
Imagen: Pablo Piovano
 
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