Jueves, 17 de marzo de 2016 | Hoy
MUSICA › IRON MAIDEN PRESENTó THE BOOK OF SOULS EN VéLEZ
Con los problemas de salud del cantante Bruce Dickinson superados y el Ed Force One varado en Chile, el grupo sigue siendo uno de los más fantásticos espectáculos de rock del mundo, ahora con la célebre mascota rodeada de imaginería del imperio maya.
Por Gloria Guerrero
Puede que el cantante venga de remontar una enfermedad gravísima; puede que el Boeing 747 que transporta sus toneladas de escenografía, equipos y humanidades quede varado en Chile porque su remolcadorcito se incrustó en una de las turbinas como la silla de ruedas en el tomógrafo del Posadas; puede que las edades de los seis músicos sumen tres siglos y medio, y hasta puede que el albur de presentar temas nuevos en vivo resulte –como casi siempre– un delicado desafío para el que nadie (ni músicos, ni público) estuviere del todo preparado. Aun así, Iron Maiden puede seguir siendo uno de los espectáculos más fantásticos del rock de todo el mundo.
The Book of Souls (El libro de las almas), primer disco en estudio de la banda en cinco años y decimosexto de su historia, dura 92 minutos. Eso es algo muuuuy largo, cosa que algunos críticos del Primer Mundo vienen criticando sin razón aparente; a ver: ¿cuánto de “largo” es “malo”? Se puede decir que cinco años sin nuevas canciones de Maiden fueron efectivamente un lapso largo y malo: fue el padecimiento de Bruce Dickinson el que obligó a que este álbum y la gira fueran posponiéndose, hasta la total recuperación del piloto.
Y ahí irá el tipo, verdadero chamán, haciendo magia ante los efluvios de un caldero (esto es literal), pegando saltos en el aire. Conforme pasan las horas corre a infinita mayor velocidad, de punta a punta del escenario de casi una cuadra, y se eyecta del suelo ¡más todavía!. Será así: cuando a cuarenta mil personas ya les duelan las piernas, Bruce Dickinson trasmutará en superhéroe. Pero esto no ha sucedido todavía.
A las 21.15 se apagaron las luces y el show arrancó en seco con el audio infernal de “Doctor Doctor”, de los ingleses UFO (1974); en escena no había más que algún asistente ambulante –meticulosamente molestado por la monada– y una base escenográfica “pelada”, modesta: todo era la nada misma. Cuatro minutos después, cuando el público temía haberse equivocado de estadio, reventó todo el barrio. Combustión flamígera mediante, comenzaron a erguirse sobre el escenario simbologías de la cultura maya (monumentos, pirámides, túmulos, selvas) que habrían de ser la consigna de este flamante “Libro de las almas”. Resultó curioso que en las primeras imágenes de pantallas apareciera la fantasía de un enorme avión atrapado entre lianas y luego rescatado por la ominosa garra roja de algún Eddie maya: considerando lo que le pasó al Boeing Ed Force One en Chile, bien les habría venido entonces aquella manita... Luego aparecerían decenas de otros Eddies “mayas”; también el querido Eddie de tres metros, al que Dickinson esta vez le arrancó el corazón; y el Eddie cabezón gigante con ojos de fuego rojo; y todos ellos con esos dientes tan prolijos. Preciosos.
Maiden trabajó la imaginería egipcia desde Powerslave (1984) y se puso al hombro a Alejandro el Grande en Somewhere in Time (1986): al sexteto le gusta lo épico y, más que nada, los misterios. Y ahora... “Cuando el mundo era virgen, antes de que llegaran los hombres, sólo éramos testigos del sol. El comienzo del fin, desde un mundo de magma hasta un rostro de roca fría... La ascensión de la locura y de la raza humana” (“If Eternity Should Fail”, del nuevo disco).
Simon Martin se llama el artista que diseñó toda la estructura maya para este nuevo viaje semiprofundo de la Maiden; es, además, un historiador británico a quien, por el contrario de sus colegas locales, se le dio por mirar hacia este lado raro del planeta. “Soy casi la única persona en Gran Bretaña que sabe de los mayas, así que no tenían mucho de dónde elegir”, se ríe. Bruce Dickinson la lleva más por el lado del misterio: él está emperrado en saber por qué desapareció de repente la civilización maya. No está seguro de que hayan sido los españoles, presume. Estudia, se psicotiza, insiste; no hay cosa más linda para un líder del heavy metal. Encima, en este disco es la primera vez que toca el piano en un tema de la banda, aunque no se lo pudo ver aquí haciendo esto. Explota (de verdad) el escenario. Los guitarristas, como es su costumbre, rompen cabezas de a tres; si fuere posible, cada día tocan mejor. El bajista Steve Harris cumplió años hace dos días (entre el show de Córdoba y el de Buenos Aires), y en Vélez siguió el festejo y todos cantan. Algunos ya están medianamente acostumbrados a esta sonrisa abierta de alegría posMaiden en sus caras, síndrome que suele permanece por alrededor de 48 horas, pero esta cronista estuvo cerca de un par de personas para quienes este show fue “su primera vez”; a fin de mes avisarán cómo les va yendo, en plano clínico.
¿Y qué tal resultó este nuevo Libro de las almas? Hicieron cinco temas: “If Eternity Should Fall”, “Speed of Light”, “Tears of a Clown” (canción dedicada al fallecido actor Robin Williams y seguramente inspirados por su peli más pedorra, aunque todo va en gustos), “The Red and the Black” y el del título, “The Book of Souls”, un verdadero himno que, seguramente, dentro de un par de años será parte de la historia. Y no tocaron “Run to the Hills”. Y no tocaron “Two Minutes to Midnight”. Con “Fear of the Dark” ya no habría nada más por decir, de tanta pasión y locura.
Casi al final, Dickinson tenía cosas que agregar: habló de los imperios (del imperio maya, sí... pero también de los imperios británico, norteamericano, francés); reflexionó acerca del poder y acerca de la unidad de los pueblos. Preguntó quiénes estaban en el estadio que no fueran argentinos; los uruguayos y paraguayos (entre otros) levantaron sus banderas. Pidió que el mundo entendiera algo tan simple como que argentinos e ingleses pudieran compartir una noche tan preciosa. “Es que es un mundo de mierda”, aclaró. (Que conste que esta fue la primera vez que en un show de Maiden no se escuchó chiflar fuerte la bandera inglesa de “The Trooper”; ya se sabe que no es por Malvinas, sino por la guerra de Crimea). Fue entonces cuando, un ratito antes de que se terminara todo, reventó “Blood Brothers” (Hermanos de sangre, 2000). “Y cuando ves el mundo hecho pelota, qué cosa ves: ¿hemos aprendido?”.
(Dicen que cuando dos mayas se encontraban se saludaban así: uno decía “In lak’ ech” –“yo soy otro vos”–, y se le respondía: “Hala ken” –“vos sos otro yo”–).
Músicos: Bruce Dickinson (voz); Dave Murray, Adrian Smith, Janick Gers (guitarras); Steve Harris (bajo); Nicko McBrain (batería); Eddie (monstruo-mascota). Bandas invitadas: Anthrax y The Raven Age.
Lugar: Estadio Vélez Sarsfield, martes 15 de marzo.
Duración: 120 minutos.
Público: 40 mil personas.
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