Jueves, 17 de marzo de 2016 | Hoy
TELEVISION › LA TV ABIERTA CORRE EL RIESGO DE CONVERTIRSE EN UN “GERIáTRICO ELECTRóNICO”
Los canales “de aire” tienen una programación que apunta a los que se criaron con la TV analógica, una estrategia que engruesa las planillas de rating en el presente, pero puede acabar con el medio electrónico masivo por excelencia.
Por Emanuel Respighi
La TV abierta está en una encrucijada difícil de sortear. Como si fuera una tragedia griega, el medio masivo por excelencia se encuentra atascado entre una sociedad de consumo que elevó su estándar de calidad audiovisual al nivel internacional, y una pantalla cada vez más ligada a los televidentes para los que la adolescencia y la primera adultez no son más que difusos recuerdos de lejanos tiempos. En un momento en que los televidentes huyen hacia otras plataformas, los productores y programadores de la TV abierta parecen atrapados en el interrogante de producir programas creativos y diferentes, capaz de atraer a esas audiencias que ya no le brindan pleitesía automática, o simplemente pensar y programar ciclos acordes al sector etario del público que hoy mira “los canales de aire”, satisfaciendo únicamente sus intereses. Un dilema que la TV abierta argentina parece haber empezado a resolver, con programaciones que apuntan cada vez más a los televidentes nacidos y criados en la era analógica. Esta estrategia ataca a las consecuencias –pero no a las causas– que llevaron a que la TV abierta ya no sea la primera opción de entretenimiento hogareño.
La televisión “de aire” parece haber perdido su caract erística generalista para pasar a ser un medio de interés segmentado. Basta repasar los programas que diariamente cosechan mayores audiencias en la pantalla chica argentina para constatar que los que están del otro lado comparten preferentemente el gusto por la telenovela, más específicamente por el “culebrón” tradicional, el género más ligado a las mujeres de más edad. Por lo habitual, el primer lugar en el podio se reparte entre la ficción de Pol-ka Los ricos no piden permiso (El Trece, a las 23) y la telenovela turca ¿Qué culpa tiene Fatmagül? (Telefe, a las 21). A estas dos telenovelas clásicas, se les suman entre los cinco programas más vistos el otro culebrón de origen turco, Esposa joven (El Trece, hasta hace poco a las 23.20; ahora a las 18) y Escalera al cielo (Telefe, a las 15), el drama de origen coreano que se convirtió en una revelación. La buena recepción que tuvo este melodrama le dio ínfulas a Tomás Yankelevich para seguir importando productos asiáticos, como la serie coreana Mi amor de las estrellas, que el próximo lunes arribará a la pantalla diariamente, en reemplazo de Escalera al cielo.
La recomposición de la audiencia televisiva, tras la migración y disgregación que produjo la revolución digital hogareña, parece estar afectando incluso a las audiencias de aquellas telenovelas que se corren del modelo más clásico. Un buen ejemplo de ello es lo que ocurre en la competencia entre Los ricos no piden permiso y La Leona (Telefe, 23.00). La historia más tradicional y arquetípica de Los ricos..., apoyada sobre la lucha de clases entre ricos y pobres, terminó por imponerse en la audiencia, según la información suministrada por Ibope. Por su parte, sin salirse del todo del género pero transgrediendo sus límites, La Leona propone una historia en la que la verdadera protagonista es la problemática laboral, contando situaciones más cercanas a la realidad de los televidentes, interpelándolos, aun cuando la ficción se grabó el año pasado. En ese sentido, la distancia de la trama de culebrón de Los ricos... parece ser más funcional al público que hoy en día mira la TV abierta, que por formación analógica es renuente a relacionarse con las nuevas tecnologías. La falta de una historia de amor central fuerte, protagónica, puede estar pasándole factura a la complejidad narrativa de La Leona, que de cualquier manera siempre se ubica como el primero o segundo programa más visto de Telefe.
La audiencia otoñal que permanece en la TV abierta no sólo se manifiesta en los altos niveles de rating de las telenovelas. Hay otro fenómeno que refleja la idea de que la TV abierta local parece volcarse –consciente o inconscientemente– a satisfacer únicamente al público que resiste en consumir la TV tradicional: el de la buena audiencia que tienen las repeticiones de ciclos producidos hace más de cuarenta años. ¿O cómo se explica, de lo contrario, que El Zorro (El Trece, 11.30), la serie producida a fines de los 50, sea el programa más visto en su franja horaria? ¿Hay alguna explicación mágica alrededor del hecho de que La familia Ingalls (Telefe, 18) acumule en cada una de sus emisiones una audiencia superior a los 8 puntos de rating, imponiéndose como el programa más visto de su horario? Otra prueba de que la TV abierta está más cercana a la tercera edad que a segmentos etarios más jóvenes radica en que las repeticiones de ficciones de estructura clásica como Dulce amor (Telefe, a las 16) también alcanzan los dos dígitos de audiencia en plena tarde.
Las remakes de programas que la TV argentina empieza a producir también es otra señal ineludible del público que la mira. La nueva versión de Polémica en el bar (Telefe, domingos a las 14) es un claro ejemplo de que la audiencia de los canales de aire tienen un componente etario cada vez más alto. Esta afirmación adquiere mayor sustento con las planillas en mano: la versión del ciclo creado por Gerardo Sofovich a fines de los 60 es lo más visto del domingo, detrás de las transmisiones del fútbol. ¿Cómo es posible que un programa surgido bajo un paradigma cultural muy diferente al actual, que recrea en sus guiones expresiones machistas, homofóbicas y cosificantes para la mujer, sea el de mayor audiencia del día en que se emite en pleno siglo XXI y en el marco de una sociedad que ha avanzado en derechos ligados a la perspectiva de género? Como si no fueron suficiente con Polémica..., El Trece tiene en carpeta poner al aire una versión de La peluquería de Don Mateo, otro producto televisivo surgido de la concepción artística y cultural de Sofovich.
A este panorama se le suma la carencia de ciclos destinados al público joven que existe en la actualidad de la TV abierta argentina. Basta repasar las programaciones de los canales para constatar que abundan las telenovelas, los programas de entretenimiento y los ciclos con panelistas dispuestos a “debatir” a los gritos, cual circo romano. El público adolescente y joven adulto, entre los 16 y los 40 años, no encuentra en la contenidos producidos y pensados directamente para sus gustos y preferencias. Para ese sector etario –más amigable con la tecnología digital y la posibilidad de ver contenidos en otras plataformas, cuándo y dónde quiera–, la TV tradicional dejó de ser una opción de entretenimiento, salvo algún acontecimiento deportivo o informativo de transmisión en vivo y en directo. Mucho menos encuentran su lugar los millennials, la generación nacida en el siglo XXI y criada bajo la dinámica de la era digital.
Entre una pantalla que sigue pensando y programando los contenidos a la vieja usanza, y varias generaciones que no comprenden cómo alguien puede esperar días y caprichos de programadores para poder ver a sus programas favoritos cuando los tienen en todo momento a un click de distancia, la TV abierta argentina parece destinada a perder audiencia con efecto homeopático. De hecho, en la última década la audiencia global de la TV abierta local cayó un 30 por ciento, pasando de los 39,1 puntos de rating que acumuló en promedio en 2004 a los 27,6 alcanzados en 2015. Si bien el factor tecnológico influyó para que se produjera esta caída, lo cierto es que la programación actual de la TV abierta argentina no parece estar planteando lucha alguna para evitar esa sangría y recuperar a ese segmento de la audiencia que elige entretenerse a través de otros medios.
El riesgo de tomar decisiones con la planilla de rating en mano es que lo que es pan (o audiencia) para hoy será hambre para mañana. El inevitable paso del tiempo reducirá cada vez más el potencial público “analógico” al que hoy apuntan los contenidos de la TV abierta, mientras se ampliará el compuesto por los “nativos digitales”. Ese fenómeno evolutivo irreversible afectará fuertemente a la TV abierta si quienes la conducen sólo aspiran a satisfacer la imperiosa necesidad de tener buenas noticias en la planilla de rating de mañana, sin comprender que lo que se está poniendo en riesgo no es la lucha de egos y bonus económicos de fin de año, sino la misma subsistencia del medio masivo por excelencia. La creatividad parece ser la única garantía para que la TV abierta no termine convirtiéndose en un nuevo “geriátrico electrónico”.
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