Martes, 26 de julio de 2016 | Hoy
MUSICA › HOY EN EL CAFé VINILO
Por Diego Fischerman
Lo que es cierto para ellos, como intérpretes, también lo es para las músicas que han elegido tocar. Hay un origen común. Hay desarrollos que los han llevado por caminos diferentes. Y hay un encuentro situado en un punto de posible convergencia. Horacio Salgán, Carlos Guastavino, Astor Piazzolla, Ariel Ramírez o los Hermanos Abalos. Músicos “clásicos” que abrevaron en lo popular y artistas populares que se convirtieron en clásicos. Y dos pianistas, Marcela Roggeri y Facundo Ramírez, ella “clásica” y él “popular”, que alguna vez estudiaron con los mismos maestros y que deciden juntarse para juntar sus músicas.
“Más allá de los diferentes estilos y del hecho de que en todas estas músicas coexisten elementos que dialogan tanto con las tradiciones populares como con las académicas, algo que las une, por lo menos para nosotros, es una misma técnica”, cuenta Roggeri. “No pensamos en abordajes distintos para un repertorio y otro. Los tocamos con una misma dedicación”, dice Ramírez, que es además el autor de los arreglos en el caso de las obras que no son originales para esa conformación instrumental. Y es que, además, este dúo tan lógico como inimaginable a priori, que hoy y mañana a las 21 tocará en Café Vinilo (Gorriti 3780) un programa dedicado a obras argentinas, también se interna en el repertorio habitual para dos pianos y piano a cuatro manos, de Mozart a Rachmaninov o Debussy.
“De allí es de donde vengo”, asegura Ramírez. “Y esto me da la oportunidad de volver a conectarme con algo que, durante mucho tiempo, fue mi vida. “Lo que hacemos –interviene Roggeri– tiene que ver, con otra parte, con lo que pasa en el mundo con estas músicas. Las obras del papá de Facundo (Ariel Ramírez, para más datos) o de Piazzolla, aparecen entre los discos clásicos más vendidos. Uno escucha a la gente pidiéndolos en las secciones de las disquerías dedicadas a música clásica. Sabemos que cada música es diferente a otras y que tiene rasgos de estilo que uno tiene que conocer. Pero no son distintas por ser populares o no o por ser profundas unas y pasatistas las otras. En ese sentido no hay distancias. Hay música que debe ser interpretada con toda la sensibilidad y la expresividad de la que somos capaces.” “Está la música, por supuesto, y también están los músicos”, señala Ramírez. “Hay en esto una felicidad inmensa que no es sólo la de sumergirnos en músicas maravillosas sino la hacerlo en conjunto. Nos conocemos desde chicos y este es un reencuentro en el que comprobamos, todo el tiempo, hasta qué punto nos conocemos y somos capaces de entender la expresión del otro, seguirlo y, también, adivinarlo. Por otra parte, una de las piezas que tocamos funciona como resumen perfecto de lo que hacemos. En “El gatito de Tchaikovsky”, de los Hermanos Abalos, se juntan las tradiciones de la misma manera en que se juntan en nosotros.”
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