MUSICA › EGBERTO GISMONTI Y MARTHA ARGERICH
La gran noche en que hubo dos conciertos en vez de uno solo
Martha Argerich junto a la Camerata Bariloche y Egberto Gismonti deslumbraron al público.
Por Diego Fischerman
Los dos pianistas que no pueden ser comparados con nadie, los únicos que están, cada uno en su terreno, un paso más allá de todo el resto, fueron parte de un mismo concierto. Martha Argerich en la primera mitad, Egberto Gismonti en la segunda fueron responsables de una noche extraña, atípica, realmente dividida en dos partes pero, en ambas, con un nivel musical excepcional. La Camerata Bariloche abrió el fuego con la bella Pampeana Nº 1 de Alberto Ginastera, en una transcripción para violín y orquesta de cuerdas realizada por Fernando Hasaj (la obra original es para violín y piano). Más allá del hecho de que se haya elegido amplificar el concierto –la sala del Gran Rex está lejos del ideal en materia acústica– y de la consiguiente merma de calidez y de cierta imprevisibilidad en los planos sonoros, la orquesta sonó equilibrada. Hasaj, quien se desempeñó como solista además de director, fraseó con precisión y expresividad. La versión logró ese difícil punto de equilibrio entre la abstracción y la evocación paisajística que la música de Ginastera demanda.
Fuera del programa que se había anunciado inicialmente, Martha Argerich tocó junto a la Camerata el Concierto Nº 11, en Fa Mayor, de Franz-Joseph Haydn. Sin recurrir a filologismo alguno y por fuera de las corrientes historicistas, la pianista consiguió, a un tiempo, una cierta cualidad clavecinística, en que la puntuación y los ataques fueron esenciales en la construcción del relato, y un espesor pianístico, de contrastes dinámicos y de densidades, absolutamente moderno. El final de la primera parte fue con el Concierto Nº 1 para piano, trompeta y orquesta de cuerdas de Dmitri Shostakovich. Argerich fue tenue, arrolladora, irónica o ingenua, dialogó con la trompeta y con la orquesta como si se tratara de una reunión entre amigos –probablemente lo fuera– y, obviamente, deslumbró con esa rara virtud que tiene su forma de tocar. Todo sonido parece repentino. En ella, no hay música que no parezca surgida en el momento y por única –e irrepetible– vez.
En la segunda parte, hasta el público pareció ser otro cuando Egberto Gismonti se sentó al piano y comenzó a recorrer sus temas de siempre (Frevo, Cego Aderaldo, Maracatú, Palhaço) y a renovar la magia que tiene lugar cada vez que vuelve a jugar con la polirritmia, con la independencia de melodías simultáneas y con esa afortunada e improbable unión de vanguardia, sofisticación, detalle y refinamiento por un lado y modelos populares –y hasta salvajes– por el otro. Podría decirse que el camino de Gismonti es la continuación de Villa-Lobos por otros medios. Como él, este nativo de Carmo encuentra que los mejores desarrollos son los que parten de los propios materiales, provengan del samba, de los géneros del nordeste o, incluso, de la música ritual de los Xingú del Amazonas. Gismonti habló, también, y dijo que había venido muchas veces a Buenos Aires, que había tenido la suerte de estar en el Colón pero que nunca había estado tan emocionado como esta vez, en que participaba del Festival Argerich. “Ella es un icono –afirmó–. Sabemos todo lo que nos pasa en los países latinoamericanos pero, por suerte, tenemos modelos con una fortaleza única.” Martha Argerich, claro. Y Egberto Gismonti, también.
9-FESTIVAL ARGERICH
Martha Argerich. Egberto Gismonti. Camerata Bariloche
Teatro Gran Rex. Martes 13