Además de científicos ilustres, divulgadores magistrales y curiosos acérrimos que palpitaron los misterios del mundo y del universo, el astrónomo Carl Sagan (1934-1996), el paleontólogo Stephen Jay Gould (1941-2002) y el astrofísico Stephen Hawking coincidieron, tristemente, en haber padecido enfermedades muy poco frecuentes: Sagan sufrió de mielodisplasia –incapacidad del cuerpo para engendrar células sanguíneas saludables–, Gould vivió 20 años con un mesotelioma –un tumor que afecta a la capa de tejido que recubre la cavidad torácica– y Hawking actualmente es la cara visible de la esclerosis lateral amiotrófica o “mal de Lou Gehrig”. Tres obstáculos que no detuvieron sus respectivos ascensos triunfales pero que expusieron los aspectos más humanos de estos gigantes: su mortalidad.