MUSICA › ENTREVISTA CON EL PIANISTA JESUS “CHUCHO” VALDES, QUE TOCA HOY Y MAÑANA EN EL OPERA
“Haber nacido en Cuba es una gran ventaja”
Creció escuchando a los grandes del jazz en los shows del cabaret Tropicana y en las jam sessions del club Habana 1900. Hijo del célebre Bebo, fundador del mítico grupo Irakere, “que marcó un antes y un después en la música cubana”, Chucho Valdés toca nuevamente en Buenos Aires.
Algo sucedió. Algo que no estaba previsto. Eran los tiempos del jazz-rock. Weather Report, la Mahavishnu Orchestra, Jan Hammer, Billy Cobham y Return to Forever empezaban una nueva historia donde Miles Davis la había dejado. El nada silencioso camino señalado por In a Silent Way por un lado y, por el otro, el deslumbramiento con los experimentos tímbricos de Jimi Hendrix, daban sus frutos. Pero en 1973, desde otro lado –geográfico y estético–, desde una isla sitiada, aparecía un grupo de extraño nombre en el que el bop de cuño más puro aparecía mezclado con los tumbaos de un piano nunca antes oído en el jazz; donde una trompeta y un saxo arrolladores podían pasar del blues a la rumba sin problemas. Y donde el sonido general, con una poderosísima percusión en primer plano, era lo más parecido a una aplanadora que se había escuchado en mucho tiempo. El grupo se llamaba Irakere y, más de treinta años después, su fundador y pianista, Jesús “Chucho” Valdés, les da la razón a quienes dicen que “en la música de Cuba hubo un antes y un después de Irakere”.
“A mí me llega la tradición jazzística por mi papá, Bebo, que era el subdirector de la orquesta del Cabaret Tropical. El era el compositor y arreglador, también, de la música de los shows, de lo que se escribía para el ballet del Tropicana”, cuenta a Página/12 Valdés, que hoy y mañana tocará con su cuarteto en el teatro Opera de Buenos Aires. “Y por el Tropicana pasaban artistas de todas las partes del mundo, incluyendo por supuesto a los Estados Unidos. Y yo toco el piano desde muy niño y siempre estaba junto a mi padre. En el Tropicana vi y oí a Nat King Cole, Sarah Vaughan, la orquesta de Tommy Dorsey, Buddy Rich, Milt Jackson, Ray Brown y grandes pianistas, además de Nat Cole, que era un pianista tremendo, posiblemente mejor pianista aun que cantante. Y estaba también un club de jazz que había en La Habana en ese momento, el Habana 1900, donde había jam sessions todos los domingos. Y entonces, del brazo de mi papá, y oyéndolo a tocar a él, que lo hacía muy bien en estilo be-bop, a lo Bud Powell, fue que yo tomé ese camino. Todo eso me impresionó mucho. No es lo mismo escuchar algo en disco que verlo ahí, que tenerlo delante. Ni parecido. Y yo tuve delante a muchos grandes del jazz desde que era muy chico.” Valdés, además, tuvo a otros grandes ante sí. A los 7 años tocó, en su casa, para el gran pianista y compositor cubano Ernesto Lecuona. “Era un amigo de papá; yo no sabía quién era. Papá me dijo que tocara algo para él y yo toqué.”
El grupo con el que llega Chucho Valdés está conformado por el baterista Giraldo Piloto, Lázaro Rivero Alarcón en bajo y Yaroldy Abreu Robles en percusión, a quienes se agrega la cantante Mayra Caridad Valdés Rodríguez. Ganador del Grammy latino del año pasado por su disco New Conceptions, en sus actuaciones porteñas recorrerá gran parte de ese disco y, también, de lo grabado en los últimos años para el sello Blue Note. “He encontrado un estilo, un lenguaje, en el que se juntan todas mis pasiones musicales”, resume Valdés. “Por supuesto que no es lo mismo componer para una orquesta que para Irakere o para mi cuarteto, pero no siento que en un caso trabaje con un lenguaje y en otro sea diferente.” Hace dos años, Valdés también estuvo en esta ciudad y, en esa ocasión, además de dar un concierto con un grupo muy similar al actual (el baterista era otro), estuvo dos veces en el escenario del Teatro Colón, como pianista y, en un concierto con la Filarmónica de Buenos Aires, en el doble papel de solista y compositor. “Ahí hubo un buen ejemplo”, reflexiona el pianista. “La obra orquestal era ambiciosa, era un poco como si Gershwin hubiera sido cubano y en vez de revestir el blues con los conocimientos de la música clásica lo hubiera hecho con el son. Pero el idioma musical era el mismo que cuando toqué solo o cuando toqué con mi grupo.”
–En Cuba hay un contacto natural entre las músicas cultas y las populares, que ya está presente en la obra de Ernesto Lecuona.
–El secreto de Lecuona está en su formación musical. Para mí, él fue el primer músico cubano que tuvo una formación clásica. Y fue un músico maravilloso. Como concertista era un intérprete de primera categoría y, al mismo tiempo, Lecuona nació en una villa que se llama Guanabacoa y que es la cuna de la religión afrocubana. Allí se practica mucho la religión yorubá, la santería. Y lo que hizo Lecuona fue tomar todos esos elementos y también los recursos de la tradición clásica. Y con estos recursos hizo grande a la música afrocubana.
–En la época en la que estudiaba piano en el conservatorio, ¿cómo tomaban sus profesores y compañeros de estudio el hecho de que se interesara en las músicas populares?
–No lo tomaban de ninguna manera, porque nunca se enteraron. Sabían que mi papá era Bebo Valdés, pero eso era todo. Yo la música popular la aprendía en casa: allí acompañaba cantantes, improvisaba, tocaba afrocubano.
–¿Qué cambió en la vida cotidiana de una familia de músicos a partir de la Revolución?
–Yo seguí haciendo lo mismo que siempre. Nuestra vida de todos los días no cambió. Sí fueron muy importantes las escuelas de música gratuitas que se abrieron. Eso le dio oportunidad de estudiar música a la gente que no tenía dinero y para quienes eso, antes, era impensable.
–¿Qué opinión tiene de un músico culto como Amadeo Roldán, que compuso para percusión sola antes incluso que Edgar Varèse?
–Roldán era un gran genio. El y Caturla. Fueron dos vanguardistas. Estaban en otra frecuencia. Por encima, incluso, del nivel auditivo de la gente. Pero, aun así, se sabía que esas obras tenían un valor inmenso. Y es un valor que hoy se les reconoce. Fueron revolucionarios en el estilo y en la forma.
Admirador de Art Tatum y de Lennie Tristano, Chucho Valdés escuchó un día a Bill Evans y fue, en sus palabras, “corriendo a la casa de mi profesora de piano para decirle que yo quería tener un sonido aunque fuera parecido a ése”. El jazz y la música afrocubana –él prefiere llamarla así y no “latina”, aunque concede que, al fin y al cabo, sería lo mismo decir “cubana” a secas– crecieron junto con él. Fueron parte de su vida y de su educación sentimental. Y fueron parte de la Orquesta de Música Moderna que sembró la semilla de Irakere. Chucho Valdés está, en todo caso, definitivamente orgulloso de ser cubano. Y si en el mundo del jazz estadounidense hubo latinos que fueron fundamentales (Chano Pozo y sus aventuras junto a Dizzy Gillespie y Charlie Parker, Juan Tizol y su Caravana, Mario Bauzá), Valdés, puesto a pensar en las posibles ventajas y desventajas de haber nacido en Cuba, dice: “Son todas ventajas. La riqueza rítmica es única. Porque tampoco hay una sola cultura africana sino varias y muy distintas entre sí. Y está lo español, que, a la vez, está influido por Africa del Norte. El cruce de culturas, la infinidad de ritmos que tenemos los que crecimos en Cuba es mucho más vasta que la de cualquier músico de jazz estadounidense. Nosotros podemos elegir mucho más, por lo menos en materia de ritmo. Puede ser, tal vez, que en la armonía los norteamericanos tengan ventaja. Pero la armonía es mucho más fácil de aprender que el ritmo”.