Jueves, 16 de noviembre de 2006 | Hoy
MUSICA › JAVIER CALAMARO
El músico señala que después de Villavicio, su nuevo CD, confirmará su rumbo tanguero.
Por Cristian Vitale
Que el grabador esté prendido o no es solamente un detalle, Javier Calamaro no para de hablar nunca. Primero rescata a Mirtha Legrand como una mujer “talentosa”. Pegado, enaltece a Raúl Garello y su capacidad de arreglar las composiciones más enmoñadas. No olvida mencionar a su musa, Aníbal Troilo, ni remarcar –varias veces– el dique que significaron Los Guarros –su ex banda de rock– para liberar su veta tanguera. Sale todo a bocanadas gruesas y simpáticas. “Todo lo que hice en los últimos años tiene que ver con la leche que acumulé cuando estaban Los Guarros”, tira. En el jardín de su “casa prestada” de Villa Ortúzar, tiene un conejo. Se llama Hendrix y, al advertir su presencia, le hace pis en el pantalón. “El tipo se pone alegre y te mea, es inevitable”, dice y se cuelga bastante hablando de las características naturales del animalito. Por suerte, el orín no alcanza su remera negra... un cartelón con un 16 gigante, que arriba dice “El tren”. Stop acá: Villavicio, su flamante disco, es casi de tango y el tipo curte remera de Pappo. Perfil estético resuelto: el hermano de Andrés, hoy, es un rocker cantor de tangos o un tanguero con Pappo en las venas. “A partir de ahora me gustaría incorporar al rock el sonido del tango o al revés. Es lo mismo”, confiesa.
–¿Es un disco bisagra?
–Totalmente. Si bien cuando me fui de Los Guarros empecé a hacer todo lo que tenía ganas: toques de milonga, boleros, pedacitos de rumba y hasta la cumbia que hice para mi primer disco, todo amalgamado con esa cosa de banda de rock, ahora tomé un rumbo más firme. Una vez que pasa esto, no sé si se puede volver a componer canciones de tres acordes.
–¿Guarros nunca más, entonces?
–En realidad, la banda se desarmó precisamente porque yo quería cantar temas de 24 acordes y mis compañeros no me dejaban. Ni siquiera una zamba de cinco como “El corralero”. Es lo malo de las bandas.
Villavicio, que Calamaro Javier presenta mañana en La Trastienda, consta de 13 tracks y llevó un año y nueve meses de trabajo. El cantante-cantor formó un dream team tanguero “a su medida” –la Orquesta Pirata– para rescatar clásicos como “La última curda” –“ya lo grabé como cuatro veces”, dice–, “Garúa”, una versión power de “Tomo y obligo”, “Yuyo verde”, “Nostalgias” o “Yira-Yira”. Pero también composiciones propias, grabadas en el living de su casa cerca de un pianista amigo, Leandro Chiappe. Y lejos del conejo. “Me saqué la leche de tantos años y las grabé todas parejas, con el mismo sonido. Compré unos micrófonos buenos, utilicé pro tools y ahí marcharon.” Algunas –“Culpable y convicta”, por caso– son tangos clavadísimos. Otras, como “Sordidez y sordera”, lo centran en su veta rocker. Y “Granizo” es un punto intermedio, con aires de milonga rocker cristalina y fiestera. “Hacer tango es un problema, porque es adictivo y lindo. Como la droga: te gastás toda la plata, la pasás bien y no podés parar”, reflexiona.
–Ahora se entiende por qué le puso Villavicio. ¿O fue por jugar con el nombre del agua mineral?
–Te di letra sin querer... el pez por la boca muere (risas). En realidad, ni una ni la otra. Es el nombre de la productora de cine de Luis Ortega, que se me pegó y lo decía todo el tiempo. De hecho, “Granizo” se iba a llamar así, pero le cambié el nombre porque la terminé justo el día del diluvio granizal y no me cabía llamar al disco con el nombre de un tema.
–¿Qué atmósfera lo rodea para componer tango... es puramente estética o está vinculada con profundidades afectivas?
–Me rodean fantasmas, que exorcizo cantando. Pero no con onda Gardel, que no necesitaba exorcizar nada, porque era suave...
–Pero sí Discépolo o Julián Centeya...
–Que creían en esto como una misión, porque no había ninguna injerencia marketinera en el medio. La descarga es fuerte cuando cantás un tango. Dicen que es cortavenas, pero lo que hacés al cantar es quemar un sufrimiento. Vuelvo a lo del quiebre: si sumás lo que yo hago a lo que proponen Dema y su orquesta petitera, La Fernández Fierro o 34 Puñaladas, hay cien años más de historia del tango, pese a lo que piense Mederos.
–¿Qué piensa Mederos?
–No sé. Parece que quiere que el tango se muera y yo no entiendo esa postura. Si se despotrica contra todos los que están haciendo algo nuevo, el tango se va a morir. Va a dejar de ser un género vivo, lo cual es absurdo y retrógrado. Igual, me chupa un huevo lo que opine Mederos.
–¿Por qué grabó cuatro veces “La última curda”?
–Tengo un problema con ese tema, o ese tema tiene un problema conmigo. Es como Marilyn Manson con las drogas. No sé... me saca las pulgas. Siento que Cátulo Castillo lo escribió para mí.
–¿Al final cuál es la fórmula? ¿Un rocker que coquetea con el tango o un tanguero que fue rocker de joven y ahora sentó cabeza?
–A veces pienso que pongo el rock duro al servicio del tango. Para grabar Villavicio buscaba un sonido Troilo, de Típica. Pero a ciertos temas les metí baterías tocadas en plan Bonzo... golpes que podrían haber sido tranquilamente para temas de Led Zeppelin y guitarras súper rockeras, dobladas. Hay arreglos que son cuadrados y duros onda D’Arienzo y lo que suena arriba parece Steve Ray Vaughan. En resumen, en Villavicio se amalgamaron ambas cosas.
–Decía que hacer tango es adictivo. ¿Cuál sería la resaca?
–Quedarse sin compañía discográfica, como me pasó a mí.
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