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Viernes, 16 de marzo de 2007

MUSICA › ADRIANA VARELA Y CACHO CASTAÑA, UN ENCUENTRO SIN DESPERDICIOS

“Hombres como Cacho, no hay más...”

Lo dice Adriana, que lo conoce desde hace veinte años. Mañana actuarán juntos, gratis, en el Parque Roca, acompañando a la Selección de Tango. Pero esa es la excusa para que los dos cantantes desplieguen una catarata de diálogos picantes y anécdotas jugosas.

 Por Karina Micheletto

“¿Nos desnudamos, o vestidos?”, sonríe para el costado Cacho Castaña cuando todo está listo para las fotos. Hace unos minutos entró al departamento de Adriana Varela, retrasado por la lluvia que parece haber detenido el tránsito de Buenos Aires. La suya es una entrada, digamos, triunfal: entra como si estuviera entrando en un escenario. Pecho al aire, cruz de oro colgando en medio de ese pecho capilarmente dotado, elegante traje negro alrededor del pecho antes descripto, anillos de oro en dedos, reloj de oro en muñeca... Y todo portado con definitiva contundencia. Lo que entra por esa puerta, con ese porte, más que un hombre es una estampa. “¿Qué tenés que hacer el resto de tu vida?”, le dirá después a la Varela, en medio de una foto posada en la que juega –¡sí!– de galán al asedio. “Esta se la vi a Hugo del Carril”, propondrá la pose. Cacho Castaña y Adriana Varela se conocen de lejos, y se les nota. Página/12 los reunió con una excusa concreta: mañana a las 20.30 actuarán juntos con la Selección Nacional de Tango, la formación que reúne a grandes tangueros como Leopoldo Federico y Julio Pane, en el encuentro gratuito que realizará la Ciudad en Parque Roca (Escalada y Av. Roca). Allí, claro, habrá tiempo para que canten juntos “Garganta con arena”, el tema que Cacho le dedicó al Polaco Goyeneche.

Los cantantes se conocieron 20 años atrás, en un restaurante en el que actuaban por separado, junto al Polaco Goyeneche. “Nos hicimos amigos de una. Enseguida tuve la sensación de que nos conocíamos de toda la vida, había una espontaneidad particular. Encima los dos venimos de familia calabresa, y la Calabria es una cultura”, dice Adriana Varela. “Es como que nacimos juntos”, asiente Castaña.

–Entonces primero la vio como amiga. ¿No le dieron ganas de levantársela, tal como indica su personaje?

Cacho Castaña: –Seee... Me dieron ganas, elemental. Pero me porté como un señorito inglés.

Adriana Varela: –Cacho tiene códigos, y eso hoy es revolucionario. Para mí la gente que tiene códigos, ya está, entró en mi alma. Después, podés tener disquisiciones intelectuales, lo que fuera, pero el alma la abrís si hay código.

–Acaban de echar por tierra todas las fantasías del público: solamente amigos, desde el comienzo.

C.C.: –¡¿Qué tiene que ver?! ¡No voy a contar de cuando franeleamos en el ascensor! Sí, la apreté en el ascensor, como un gran amigo.

El look “saturado” (según define la Varela) de Cacho se completa con un detalle importante: un celular edición limitada Dolce Gabana, doradísimo, extrachato, que tiene por ringtone una voz de pibe chorro, y suena más o menos así: ¡Eeee... guacho careta, estás zarpadooo!. De un tiempo a esta parte, este cultor convencido de lo saturado empezó a llenar teatros, a ser contratado por festivales de todo el país, a ser reconocido como autor de grandes tangos o como producto kitsch adorado por cierta modernidad fashion. Adriana Varela tiene una explicación para este fenómeno Cacho: a contramano de la moda metrosexual que confunde y trueca roles, Cacho sería algo así como el símbolo del macho definido, perdido y añorado por las féminas. “Es un personaje muy valioso para la mujer. De eso, hoy, no hay más. Por eso a todas las minas las conmueve su personalidad, consuman o no su música. Porque es un tipo, y un tipo que va al frente. Es lo antiposmoderno.” Cacho escucha los halagos y vuelve a sonreír para el costado: “La verdad... fue sin pensarlo. Yo dejo que fluya. Te dicen que hay un personaje, una doble personalidad, un hombre y un artista... ¡Macanas! Yo soy Cacho Castaña desde chiquitito, no me desdoblé. Agarré la viola para no laburar, eso es elemental. Y como encima ganaba minas como loco, no la largué más”.

Cacho Castaña es un especialista en tirar frases gancheras, de esas que enseguida van encomilladas como títulos: “Todos los poetas son cornudos, y yo soy un poeta”, “Me iría a vivir con Bilardo y con el Bambino”, “Yo tuve más minas que Sandro”... Basta echar un vistazo al archivo para saber que este hombre es la bendición del editor con pocas luces. “El éxito es como una mina: cuanto más la seguís, menos bola te da”, sigue ahora Cacho. “Al éxito te lo dan y no sabés por qué, te lo quitan y no sabés por qué. Subís, bajás... de eso se trata”, asegura.

–Pero ¿puede explicar qué pasó con usted en este último tiempo, por qué le empezó a ir tan bien?

C.C.: –Me va bien desde hace seis, siete años, desde que me saqué el gusto de grabar lo que yo quería, que eran los tangos balada. Me decían que no, que el tango no iba, no vendía. Desde entonces saqué cuatro discos, y los cuatro son de Platino. De cualquier manera, el mío no es el tango típico. Yo lo empilché de otra forma: le saqué un poquito el traje gris, le puse una camisa con lentejuelas, metí una guitarra más rockera... lo hice más popular. Y además lo escribí de la misma forma en que hablo.

–Parece que ahora lo descubrieron como compositor.

C.C.: –Sí, pero a “Quieren matar al ladrón” lo consideran grasa, y, sin embargo, es tan importante como “Café la humedad”, porque hace cantar a la gente. Y es más difícil que canten que sensibilizarlos, así como es más difícil hacer reír que llorar.

–A lo mejor es porque lo relacionan con toda una movida que mató al tango, desde el Club del Clan y toda la corriente pasatista que le siguió.

C.C.: –No, esa movida sigue estando y sigue matando al tango. Y si no, ponga una FM y escuche lo que suena. Sólo dos o tres pasan tango.

A.V.: –Igual a mí me gusta que sea así, porque preserva al género de las modas. Al tango no lo voltea nadie, es como la pelota, no se mancha. No hay establishment que lo suba, lo subimos nosotros, la gente y los artistas. No hay imposiciones en radio para el tango, a nadie se lo imponen. Lo que pasa es que lo del rock fue muy fuerte. Los Beatles modificaron la historia. Caretearía si dijera que escuchaba tango cuando era joven; no, escuchaba a los Beatles, y Cacho cantaba rock. Nosotros venimos del palo del rock, al tango no lo heredamos, lo elegimos de adultos.

C.C.: –Bastante que heredamos otras cruces que cargamos: las de las religiones, de los equipos de fútbol y las ideas políticas. Andás con eso por la vida, y de grande te preguntás de dónde carajo lo habrás sacado. Con el tango no pasa eso.

–¿Usted también lo eligió de adulto?

C.C.: –No, de joven, cuando tocaba el piano en la orquesta típica de Oscar Espósito, en el Parque Japonés, que estaba donde está el Sheraton ahora y era un parque de diversiones. ¡A las distancia, eso fue antes de Güemes! Yo tenía unos pelos que parecía el Cholo Simeone y me ponían pantalones cortos. Después, a los 14 años, fui pianista estable de Radio Excelsior, donde había que tocar cuando iban a la tanda. Y ahora... ¡me vuela la cabeza que los pibes canten “Garganta con arena”! Es un tema adulto, heavy, ¡cómo lo van a agarrar los pibes! Lo bueno de todo esto es que si yo tenía un público especial, ahora se abrió a la pendejada.

–La gente los asocia mucho a ustedes dos, los ve con algo en común. ¿Por qué creen que pasa?

A.V.: –Yo siento que es porque los dos somos creíbles. Cacho dice que no se propone ser como es, y es tal cual, se le nota que no hace ningún esfuerzo. Es muy difícil ser creíble hoy. A mí, como consumidora de música, me cuesta mucho encontrar un artista a quien creerle. Cuando le creo me muero, me vuela la cabeza, como le creo a Sabina, por ejemplo. Además hay algo que tiene que ver con lo erótico, con el sentido de erótico y tanático. Nosotros funcionamos como un dúo erótico, muy vital, antitanático, y eso es muy atractivo.

C.C.: –La simbiosis que se genera entre nosotros es mágica, imposible de explicar. Cuando estamos juntos en el escenario vuelan las fantasías del público. Son fantasías que también tenemos nosotros, por eso nos sale todo eso.

–¿Y no pensaron en hacer algo juntos?

A.V.: –Siempre, pero yo tengo mucho trabajo en el exterior, y eso me traba mucho. Me encantaría no hacerlo, porque odio viajar, pero los euros son los euros, tengo que decirlo: con tres viajes al exterior tengo un colchoncito que no puedo armar acá. Yo ya estoy instalada afuera, y no puedo decir que no, sería una locura, porque está bueno llenar teatros cantando, cuando afuera lo que es negocio es la danza. Pero con Cacho siempre está la puerta abierta, para cantar con él y para sus tangos. Cacho tiene una gran virtud: es un poeta fácil, que es lo más difícil de todo. Sus metáforas son extraordinarias, y las entienden los chicos, los grandes, las nenas, las viejas, todos. Después de él, pasarán más de mil años, muchos más. Yo admiro a Spinetta por sobre todas las cosas, pero Cacho es un poeta de tango, de los que ya no hay.

–¿Faltan autores?

A.V.: –Lo que faltan son estímulos. ¿Con qué se va a inspirar un autor al lado de un shopping?

C.C.: –O en la estación de servicio donde están los pibes tomando cerveza en la vereda... Esa es la bohemia de hoy.

–¿Y usted cómo se inspira?

–Yo me encierro y espero que los fantasmas atraviesen las paredes. Que aparezcan duendes, gente, protagonizar historias, que te cuente historias esa gente que ves y no la ve nadie. A veces pasan tres meses y no escribo nada, me vuelvo loco. Pero por ahí agarro la guitarra y me salen cuatro temas. Al otro día los miro y digo: ¿de quién será? Es medio mágico el asunto...

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Cacho le dedicó a Adriana un tema: “La gata Varela”.
Imagen: Arnaldo Pampillon
 
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