Jueves, 30 de agosto de 2007 | Hoy
MUSICA › RECITAL DE CHARLY GARCIA EN LA TRASTIENDA
El músico brindó un show con altibajos, que en sus picos se acercó al brillo de sus buenas épocas. También ventiló conflictos familiares, bromeó, se enojó y hasta dijo a quién no va a votar.
Por Roque Casciero
Hay que convenir que el panorama no era muy alentador: Charly García había decidido presentar en vivo en La Trastienda (el martes fue el primero de una serie de seis conciertos) su demoradísimo disco Kill Gil (sí, ese mismo que se puede bajar de Internet desde hace rato y que se vende pirata en muchas esquinas de Buenos Aires), pero con la novedad de que la grabación de lo que sucediera arriba del escenario iría a formar parte del propio álbum que se estaba presentando. Y no hace falta recordar en qué suele terminar esa clase de “conceptos” elaborados por el ex Seru Giran... Para colmo de males, le había agregado al espectáculo el leit motiv “olvidate del rock nacional”. ¿Habría llegado la hora de que el público se olvidara de Charly García, harto de desplantes, shows horribles a cualquier hora y discos inconsistentes rodeados de un autobombo injustificado? Nada de eso pasó, afortunadamente: García entregó un show desprolijo, sí, pero que nunca se perdió en el caos, y logró fogonear a personas que habían visto la primera parte –la de Kill Gil– sentadas en la (escasa) comodidad de sus sillas. Y no fue la chupada de medias habitual del público más adicto al “vicio” que propone García, ése que festeja hasta cuando el cantante hace medio tema y rompe todo. Esta vez, en cambio, el músico brindó un show de rock con altibajos, pero que en sus picos arañó el brillo de épocas gloriosas.
Ojo, que nadie se llame a engaños: la voz de García, que en el disco (¿o debería decirse en el mp3?) suena híper nasal, en vivo era casi un graznido cada vez que quería forzarla un poco. La banda no es de las que derrochan imaginación, aunque le ofrece a García una especie de bloque sólido sobre el cual puede delirar tranquilo. En toda la primera parte, la guitarra de Kiushe Hayashida tenía el volumen tanto más alto que todo el resto que se hacía imposible escuchar otra cosa. Y todo con el agregado de la bendita idea de tocar encima del disco ya grabado para grabarle encima. Sin embargo, el concierto fue una versión en 220 de Kill Gil y de más alto voltaje todavía para clásicos de la altura de “Desarma y sangra”, “Eiti leda”, “Cerca de la revolución” y “No llores por mí, Argentina”.
Repaso de la primera parte, que se suponía una “situación de estudio con público”: se abrió el telón y detrás había un nylon transparente, sobre el cual una dama hacía graffiti con eslogans y títulos como “I hate NY” o “¿En qué frecuencia estás?”. El comienzo fue con “No importa”, el rock machacante que fue corte de difusión de Kill Gil en la época en la que EMI todavía pensaba publicar el disco. Después de “Los fantasmas”, García aclaró que estaban grabando el concierto y dijo algo incomprensible sobre cómo se había inspirado en Pete Townshend para “Break it up”, un tema flojísimo que pondría rojo de vergüenza al líder de The Who. En “Kill Gil - Transformación” se hizo evidente que García cantaba sobre el disco ya grabado, pero no era exactamente un playback. ¿Qué era? ¿El famoso constant concept? Después le dedicó “Corazón de hormigón” a su madre, como para que no quedaran dudas sobre su relación, y anunció que era la primera canción que había escrito en su vida, a los 9 años. Lo malo del caso es que se nota, por supuesto. Enseguida continuó ventilando conflictos familiares en público: dijo que la notable “Pastillas” era para su hijo. Pasaron también “King Kong”, “Telepáticamente” (en la cual se autosamplea la melodía de “Cinema verité”) y “Watching the wheels”. El final de la canción de Lennon fue con García bajándose pantalones y calzoncillos bien al frente del escenario (la camisa larga tapaba, afortunadamente) y mostrando el culo en su salida por bambalinas.
Hasta ahí, nada deslumbrante. Pero el regreso, con “Demoliendo hoteles”, empezó a cambiar las sensaciones. “Cristina tiene menopausia, por eso no la voy a votar”, cantó García, quien luego aclaró que él es menopáusico de nacimiento. En “Influencia” dejó de tocar con la frase “ya me puse mal” cuando recordó la existencia del libro Aerosmith es una mierda, de Eduardo de la Puente. “¿Así que es mejor que Aerosmith? ¡Lo quiero matar!”, gritó. “¿En qué clase de país vivimos si el único que vino a verme al loquero cuando estuve internado fue el cantante de Aerosmith?”
Pero enseguida retomó el buen humor: “Ahora viene la parte bailando por un sueldo”, bromeó, usando como caño el pie de micrófono, y tocó “Vicio” y “I’m not in love”. Más monólogos chispeantes: “¿Hay vida inteligente en el rock and roll? Si ven a un rockero y no se lo bancan, pónganle un libro adelante”; “olvidate del rock nacional. El rock no es nacional”. Desafiante, dijo que los rockeros jóvenes no tienen con qué discutirle. Y como para demostrarlo, atacó con “Adela en el carrousel”. Para los bises, la chica del principio estaba en un costado, sentada en una mecedora, y García, impecable con saco blanco y sombrero negro, cantó solo con su piano una de sus mejores creaciones, “Desarma y sangra”. Pero no fue el final: al rato volvió toda la banda, con el agregado de Juanse, para una explosiva versión de “Cerca de la revolución”, que culminó con García y el cantante de los Ratones Paranoicos arrojándose en palomita sobre los fans. Un cierre de épica rockera para una noche sucia y desprolija, con los decibeles lastimando los oídos, como se debe.
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