Jueves, 30 de agosto de 2007 | Hoy
CINE › “JUEGOS DE AMOR ESQUIVO”
Ganadora de los cuatro premios César más importantes del 2004, el segundo largo del tunecino Abdellatif Kechiche fue una revelación del Bafici 2005.
Por Horacio Bernades
Una chica, vestida a la usanza del siglo XVIII, corre por los patios de un conjunto habitacional, rumbo a un improvisado ensayo teatral. Si hubiera que condensar en una sola imagen el tema, la acción, el espíritu y hasta el tono de Juegos de amor esquivo, ésa podría ser la imagen. Allí se sintetiza la dialéctica que anima la película entera, entre presente absoluto y un pasado remoto y ajeno, en el espacio físico del monoblock, ese que los franceses llaman banlieu. En la chica se encarnan la velocidad, la ansiedad, la urgencia que preside cada acción de la película. Claro que para que la síntesis fuera perfecta, a esa imagen le estaría faltando el grupo completo de chicos, sus ensayos, broncas y discusiones. Y sobre todo el habla, arma que usan a destajo, dentro y fuera de la obra que representan.
Ganadora de los cuatro premios César más importantes del año 2004, la segunda película del tunecino Abdellatif Kechiche fue una de las revelaciones del Bafici 2005 (de donde se llevó el Premio Especial del Jurado a la Mejor Dirección) y se estrena en Argentina días antes de la presentación en Venecia del nuevo opus de su autor. Costó conseguir salas para las tres copias con que se lanza, pero la espera valió la pena: L’esquive es una de las películas más vivas que se hayan estrenado este año en Buenos Aires. Viva por el modo en que la cámara capta la vida de sus personajes, y viva por la astucia con que su director (Túnez, 1960) confronta épocas, estilos y lenguas, tal vez menos distantes de lo que tres siglos de diferencia parecerían indicar. Con un guión que funciona como guía, jamás como prisión de las acciones, Juegos de amor esquivo gira alrededor de un grupo de chicos de monoblock y de la obra de Marivaux que a fin de año deberán representar, en el secundario del lugar. Muchos de los chicos son de origen árabe o africano, y la obra en cuestión es Juegos del amor y del azar, por lo cual el título de estreno resulta de una infrecuente pertinencia.
Indicio tal vez de una realidad mayor, domina la situación una chica blanca y rubia, Lydia (la arrasadora Sara Forestier), que es la más comprometida con el trabajo. Lindísima, carismática y un verdadero dínamo de energía, Lydia es claramente una actriz en potencia y lidera la actividad de modo natural. Con un problemita: aunque tenga edad de secundario se comporta ya como toda una diva. Vuelve loco al sastre que le confeccionó el traje, lo enreda con el pago, llega tarde al ensayo y se pone a dar órdenes, como si fuera la directora. Claro que sus compañeros de elenco no están dispuestos a quedarse atrás, por lo cual abundan los límites, discusiones y peleas, acaudilladas sobre todo por la indomable Frida (Sabrina Ouazani), a quien si es imposible imaginar en un rol es en el de sumisa miembro de un harén. Al elenco se suma Krimo (Osman Elkharraz), que cuenta con dos déficit: casi no habla y está perdidamente enamorado de Lydia. Tan enamorado como un adolescente puede estarlo. A su timidez natural, escaso dominio de la palabra y mala memoria para recordar los cortesanos diálogos de Marivaux, les sumará el quedarse embobado contemplando a la bella, en medio de las escenas. Mal pronóstico.
Kechiche no equivoca ni una sola decisión. Hace durar cada escena tanto como lo requiera, echa leña al fuego del conflicto y lo deja que suba. Filma las acaloradas discusiones multitudinarias largamente, con la menor cantidad de cortes posibles. La cámara en mano, tan inquieta como los protagonistas, parecería no querer despegarse de ellos. Recordando tanto las asambleas populares de Tierra y libertad como el habla callejera de Pizza, birra, faso (y hasta la sensación de proximidad de las películas de Cassavetes y el caos verbal del dúo Berlanga/Azcona), los intercambios entre los protagonistas resultan tan floridos como los de Marivaux. No floridos en el sentido de oh, bella señora, si quisiérais darme vuestro corazón, sino en el de la concha de tu hermana, pendeja, no te hagas la directorcita. O algo parecido, que dicho suena mucho menos violento que escrito.
Si de violencia se trata, Kechiche no se olvida de inscribir la de orden social. Tanto a través de ciertos apuntes al paso, como el dato de que el padre de Krimo está en prisión, como cuando, por el solo hecho de encontrarles unos porritos, unos policías tratan a los chicos como a delincuentes de alta peligrosidad. Con Sarkozy en el poder, de pocas películas puede decirse, como de Juegos de amor esquivo, que parezcan más actuales hoy que tres años atrás. Pero los gobernantes de la Republique no deberían asustarse: ante la violencia, la respuesta de los protagonistas de L’esquive no consiste en más violencia sino en teatro, representación, juegos de amor y de azar. Formas de romper el círculo, saltándolo por encima.
8-JUEGOS DE AMOR ESQUIVO
(L’esquive) Francia, 2004.
Dirección: Abdellatif Kechiche.
Guión: A. Kechiche y Ghalia Lacroix.
Fotografía: Lubomir Bakchev.
Intérpretes: Osman Elkharraz, Sara Forestier, Sabrina Ouazani, Nanou Benhamou, Hafet Ben-Ahmed y Carole Frank.
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