Domingo, 7 de diciembre de 2008 | Hoy
LITERATURA › SEBASTIAN BASUALDO Y SU PRIMERA NOVELA, CUANDO TE VI CAER
El conflicto bélico empieza a ser explorado por jóvenes escritores que no lo vivieron, en este caso a través de un relato sobre la vulnerabilidad social y las sucesivas crisis existenciales que padece un ex combatiente tras la derrota nacional.
Por Silvina Friera
La generación post Malvinas está empezando a explorar las consecuencias de una guerra tan compleja como porosa en la historia reciente del país. Sebastián Basualdo, que tenía 4 años en 1982, dice que lo que primero supo se lo contaron sus padres a fines de los ’80. “El concepto de guerra que tenía era lo que había leído en La Odisea para chicos. En los ’90, que yo sepa, de eso no se hablaba en las escuelas”, señala el autor de Cuando te vi caer (Bajo la luna), primera novela en la que tensiona las cuerdas del desamparo, la vulnerabilidad social y las sucesivas derrotas existenciales que padece un ex combatiente una vez finalizado el conflicto bélico. Narrada desde la visión retrospectiva de un adulto que repasa su adolescencia en la década del ’90 en el barrio de Villa del Parque, Lautaro piensa que “todo lo que no se nombra sencillamente no existe”. A los 15 años descubre que su madre engañaba al hombre que él más admiraba, Francisco, su padre postizo, que afrontó la obligación de criarlo después de regresar de Malvinas. Ese adolescente pierde la ingenuidad en el momento en que ve a su madre subiéndose al auto de otro hombre. Pero lo más doloroso en esta historia, cincelada con una exquisita prosa poética, es el desmoronamiento de la mascarada heroica que su madre había edificado en torno de la figura de Francisco.
“Generacionalmente me pasó, como al personaje, que también tomé conciencia de todo lo que había pasado después –admite Basualdo, profesor de Castellano, Literatura y Latín–. Era muy chico cuando terminó la guerra, pero me parece que como generación quedamos marcados. Lo que me sorprendió muchísimo mientras escribía la novela es no haberme encontrado con nadie que confesara abiertamente haber estado de acuerdo con la guerra, cuando se llenaron dos plazas: una a favor y otra en contra.” El escritor subraya que quería abordar de “manera lateral” la cuestión de Malvinas a partir de la relación entre un padre y un hijo. “En la novela aparecen algunos componentes autobiográficos como el barrio Villa del Parque, donde me crié, y esta cuestión del decir y no decir, de la construcción de la realidad a través del lenguaje, qué realidad se construye cuando no se dice nada, cuando hay silencio –explica el escritor–. Otras motivaciones fueron apareciendo a medida que avanzaba, como el hecho de que Francisco haya estado en el portaaviones 25 de Mayo. Hay una especie de discusión eterna sobre lo que sucedió con los que estaban en ese portaaviones, si participaron o no. Los colimbas que fueron a Malvinas tenían 18 o 19 años y no estaban preparados para una guerra, y quienes supuestamente estaban preparados actuaron de manera cobarde, como Astiz, que no tiró un solo tiro.”
Basualdo plantea que la mirada que se tiene hoy del ex combatiente no es la que se tenía en la década del ’90. “Antes eran vistos como los loquitos sin que se pudiera comprender la indiferencia que ellos sufrieron. No hay que olvidarse de que los suicidios superaron las bajas en combate. Los ex combatientes fueron también víctimas de la dictadura militar.” Lautaro, el adolescente de la novela, ignora por completo lo que sucedió durante la dictadura. “El personaje empieza a entender después, tiene que enfrentar el tema y hacer algo con eso. El quería parecerse tanto a Francisco que por un tiempo estuvo en la Escuela de Marina, en Bahía Blanca, y nadie en el barrio ni en la familia le dijo lo que había sucedido en ese lugar durante la dictadura; omisión que Lautaro de adulto se reprocha, pero también les reprocha a los otros”, aclara el escritor, que se formó en el taller de Abelardo Castillo. “El me enseñó a leer la literatura y a tener una relación ética con la escritura, un respeto superior por la palabra escrita. Y a corregir incansablemente.”
–¿Por qué la madre necesita construir ante los ojos del hijo una figura heroica del ex combatiente?
–Sospecho que tiene que ver con la idea de que era muy difícil explicarle a un niño la guerra, entonces apeló a construir una imagen heroica de Francisco como ex combatiente. Pero me gusta más pensar que no habría alcanzado con decir que había estado en Malvinas, sino que se necesitaba también generar una herida de guerra, una medalla y un diploma de honor. Para que el concepto de héroe exista es necesaria la mirada del otro. El héroe en sí mismo no existe si no es a partir de la mirada de un tercero. Lo que cae en esta novela es el mito, lo que estaba alrededor de esa imagen heroica que otros construyeron. Cae todo lo que era necesario para que Francisco se convirtiera en un hombre. Desde su adultez, Lautaro está repensando con qué mitos y con qué construcciones del lenguaje se educó.
–¿Sólo a través de la experiencia el personaje puede desmontar las invenciones familiares?
–La palabra experiencia significa etimológicamente “recuerdo acumulado”; el mero hecho de vivir, de estar en el mundo, no significa nada. Aristóteles dice que no recordamos años sino momentos. Con la construcción del mismo lenguaje se va cambiando la realidad. Esa era una de las cosas que más me interesaba explorar en la novela. El personaje, al pensarse cuando era chico, cuando era adolescente, descubre que había un montón de palabras que no entendía, como “postizo” o “ínfula”, que le parecía como un pájaro exótico; palabras que al ignorarlas por completo no las podía pensar. Cuanto más lenguaje tenés, más capacidad de pensamiento adquirís. En el fondo, todo lo que sucede en la novela es una construcción del lenguaje. Me interesaba más posicionarme desde esta perspectiva porque así también podía reflexionar sobre el después de la guerra y de una generación que se crió ignorando absolutamente todo, sin posibilidad de tener inmediatamente contextos adecuados para narrar. En la novela digo que las malas palabras no existen. Las palabras se utilizan adecuadamente o no en un determinado contexto, y a veces ni siquiera somos libres de utilizar el lenguaje porque el mismo contexto determina la posibilidad o no del uso. Si uno está en una cancha de fútbol no va a decir: “Eh, referí, ha cobrado una falta que va en detrimento de nuestro equipo” (risas).
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