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Sábado, 31 de enero de 2009

LITERATURA › EL RESCATE DEL ESCRITOR CAIO FERNANDO ABREU

Pasiones que bajan desde el Brasil

La publicación de ¿Dónde andará Dulce Veiga? permite descubrir a una de las grandes voces de la literatura brasileña contemporánea. La edición se suma a la traducción reciente de otros autores de ese país, como Joao Gilberto Noll, Miguel Sanches Neto y Sérgio Sant’Anna.

 Por Silvina Friera

Un escritor extraordinario logra que el lector pegue un par de saltitos de entusiasmo en la tercera página, cuando aún resta transitar más de trescientas. A esta estirpe de notables pertenece el narrador, cronista y dramaturgo brasileño Caio Fernando Abreu. Es para celebrar la publicación, por primera vez en el país, de la novela ¿Dónde andará Dulce Veiga? (Adriana Hidalgo), con traducción de Claudia Solans, editada originalmente en 1991 en Brasil, traducida y publicada en Francia, Italia, Alemania y Holanda, y llevada al cine en 2007 por el director Guilherme de Almeida Prado. Vale maldecir un poco también –en el alma de todo lector compulsivo hay un atisbo de queja por el atraso con que llegan algunos libros– la morosidad del Mercosur cultural. A pesar de la vecindad geográfica con Brasil, la sensación que impera es que se está aún a años luz del libre acceso a su cultura. Recién en los últimos años, gracias al esfuerzo de pequeñas editoriales (Adriana Hidalgo, Interzona, Corregidor y Beatriz Viterbo), se está traduciendo a un puñado de escritores de la literatura contemporánea brasileña, como Joao Gilberto Noll, Miguel Sanches Neto, Sérgio Sant’Anna, Milton Hatoum y Daniel Galera, entre otros.

De pronto ocurre un milagro en el comienzo de una tarde abrasadora de febrero. Un hombre da el primer paso para emerger del pantano de depresión y autocompasión en que se regodeaba por no tener empleo, cuando recibe un llamado en el que le confirman que consiguió un trabajito como reportero en el Diário da Cidade. Castilhos, un editor desquiciado que a veces repite en inglés fragmentos de obras de Shakespeare, le encarga al protagonista de la novela una entrevista con una banda de chicas, Márcia Felácio y las Vaginas Dentadas, “tortillas, sexistas, adolescentes rebeldes sin causa ni consecuencia”. El periodista se encontrará con Márcia, a quien define como una “prima-dona-pos-punk-apocalíptica”, y la escuchará cantar una canción –“Nada más,/ nada más que una ilusión. /Basta ya, es demasiado para mi corazón”–, que había grabado antes Dulce Veiga, una famosa cantante que desapareció hace dos décadas, de repente, como si se la hubiera tragado la tierra. Pronto el reportero, que tuvo el privilegio de entrevistar a la cantante desaparecida cuando tenía veinte años, descubrirá que la joven punk es hija de Dulce. Castilhos le pide que escriba en un par de horas una crónica sobre Dulce Veiga. Y este giro notable tendrá también su correlato en el entramado de la novela. Si escribir, como advierte el periodista ante la premura del pedido, no es como andar en bicicleta sino que es un oficio que se desaprende y oxida, el narrador tendrá que barajar y dar de nuevo.

Al repasar el archivo de la cantante, se suceden las coordenadas vitales del pasado del periodista –entregando diarios en París, lavando platos en Suecia, haciendo cleaning up en Londres, sirviendo tragos en Nueva York, tomando ácido en Bahía, masticando hojas de coca en Machu Picchu–; una vida hecha de piezas sueltas, como las de un rompecabezas sin molde final. No hay contrapunto en esta novela sino un aceitadísimo ensamblaje de visiones y recuerdos, de búsquedas y hallazgos; círculos concéntricos que se funden en un remolino de “pensamientos despeinados”. Abreu examina de cerca las palabras, como si fuera un albañil que rastrea ese ladrillo adecuado que necesita para construir la arquitectura del alma de sus personajes. La crónica publicada crispará el ánimo de Márcia, que se rehúsa a alimentar “toda esa necrofilia mala onda” en torno de su madre; pero encontrará en Rafic, el dueño del diario, a un defensor acérrimo que quiere sacar ventaja frente al posible negocio que puede deparar hallar a la cantante, vinculada alguna vez con guerrilleros y militantes del Partido Comunista. De ahora en más, el reportero tendrá vía libre en el diario y podrá viajar todo lo que necesite. Su misión será encontrar a Dulce Veiga esté donde esté. Viva o muerta.

Friso generacional que conecta el desencanto punk de los adolescentes con el escepticismo de los cuarentones que ven “un museo de grandes novedades”, parafraseando a Cazuza; el HIV, un virus elíptico que se fagocita el porvenir, mata al joven novio de Márcia y quizá también la termine matando a ella, que cree estar enferma. Tal vez se haya cobrado una víctima más, Pedro, que un día se fue y le mandó una carta al protagonista, con su letra torcida y medio infantil, en la que le decía: “Olvídame, perdóname. Creo que estoy contaminado, y no quiero matarte con mi amor”. Esa sentencia de muerte resumida en cuatro letras también se cierne sobre el periodista, que sin atreverse a hacerse los análisis, confirma las sospechas palpando en su cuerpo “las señales malditas” de las manchas en la piel. El modo en que se narra el hallazgo de Dulce Veiga, hacia el final de la novela, roza el lirismo y desemboca en una cautivante epifanía. “La historia que está siendo contada, cada uno la transforma en otra, en la historia que quiere”, dice una voz con una inflexión casi ancestral. Como señala la crítica Luz Horne, Abreu muestra un estilo propio que por momentos recuerda a Clarice Lispector –en el epígrafe final de la novela, el brasileño invoca un fragmento de Agua viva– y en otros anuncia a Noll.

Nacido en Santiago, Rio Grande do Sul, en 1948 y muerto en Porto Alegre en 1996, Abreu fue un homosexual militante. Vivió en parte bajo una dictadura y estaba convencido de que hablar de su sexualidad serviría a la creación de un mundo que tarde o temprano se liberaría de los prejuicios. “Tengo un componente homosexual muy fuerte. Hasta hoy, mis relaciones heterosexuales siempre fueron medio idiotas, porque, con excepción de ti y de otra muchacha gaúcha, M., el cuerpo femenino es una cosa que no logra entusiasmarme”, le escribió Abreu a Vera Antoum, mujer con la que había proyectado casarse. Ganador dos veces del premio Jabuti (en 1984 y 1989), uno de los más prestigiosos de la literatura brasileña, el 21 de agosto de 1994 el escritor comunicó a sus lectores del O Estado de Sâo Paulo que estaba enfermo de HIV, en una nota que tituló “Carta para más allá de los muros”. En un libro que compila su correspondencia, un volumen de 532 páginas editado en 2002 por Italo Moriconi, con prefacio del director teatral brasileño Luciano Alabarse, aún inédito en español, se puede rastrear esa insaciable sed de vivir que tenía Abreu, y que lo llevó a experimentar con la psicoterapia, el yoga, el budismo zen, el Tao Te King, la autorrelajación de Schultz, la astrología, el tarot, el I Ching, la magia, la numerología, los rosacruces, el espiritismo; los excitantes como el alcohol, el tabaco, el mate, el té, el ginseng, el LSD, la mescalina, la marihuana y la cocaína; las curaciones por homeopatía, alopatía y macrobiótica.

“Me derrota el paso del tiempo, mis 38 años, los cabellos que caen, todo lo que huye y se pierde, y el amor que no viene”, admitía en una de las cartas el autor de Inventario de irremediables (1970), Fresas mohosas (1982) y Los dragones no conocen el paraíso (1998), que alguna vez confesó que su obra estaba “centrada en el desamparo humano”. ¿Dónde andará Dulce Veiga? es una memorable puerta de entrada al universo del “escritor de la pasión”, como lo definió Lygia Fagundes Telles. Ojalá que pronto se abran otras puertas más.

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Abreu, narrador, cronista y dramaturgo, se traduce por primera vez aquí. Fue un homosexual militante. Murió de HIV.
 
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