Sábado, 31 de enero de 2009 | Hoy
MUSICA › LEON GIECO, EL SHOW DE COSQUIN Y LA PELICULA MUNDO ALAS
A contramano de lo que suele suceder, Gieco recién pudo disfrutar la noche y dar rienda suelta a la fiesta cuando se apagaron las cámaras de TV. El santafesino cuenta cómo Mundo alas fue mutando del documental a algo más ficcionalizado.
Por Cristian Vitale
Desde Cosquín
“¿Qué es ese ruido, loco? Me está quemando la cabeza...” El insistente chillido de un celular que no quiere ser atendido saca a León Gieco de su minuto de calma. Está sentado, con los ojos pegados a las sierras y un menú singular en la mesa: uva chinche con mate. El lapsus molesto se resuelve rápido, dedo en la tecla roja y chau. La idea de alquilar cabañas para las veinte personas que componen su troupe en gira es, precisamente, esquivar el constante ruido urbano que define a Cosquín durante la época del Festival. Aquí, en el límite entre Bialet Massé y la Comuna San Roque, la paz gana la partida por lejos. Silencio y relax. Un sitio antibardo. Secuencias: Dragón, el pelilargo guitarrista, gana la pileta, que es casi un oasis ante el sol demoledor de la hora, cinco de la tarde. El mágico Kubero Díaz, viejo hippie Kuberito, está desparramado entre dos sillas de la casilla, la número cuatro, mirando un partido de fútbol; Gurevich va y viene, y Aníbal Forcada, el creador de “El blues de los plomos”, disfruta del aquí y ahora. Escucha. A veces asiste cuando León no recuerda un dato. “Se llamaban Los Rengos del Bajo”, indica, sobre la primera murga latinoamericana integrada por personas con capacidades diferentes que conocieron en Lincoln. La referencia es clave y llave, porque el dato que esta vez justificó –y distinguió– la presencia de León en la séptima jornada del Festival fue precisamente Mundo Alas; ese universo paralelo al suyo que ha convertido a muchos chicos, casi al borde del sin destino, en artistas.
“Mucho es por ellos, viste. Yo me acuerdo que cuando conocí a Pancho Chévez, él no vino a pedirme autógrafos. Directamente me dijo: ‘Quiero ser famoso como vos’”, se ríe León sobre el momento en que conoció a ese muchachito compositor, sin piernas ni brazos, que toca la armónica. “Le colgué la armónica, salió a tocar y ya tiene el tercer disco grabado. Y una energía tremenda. Una vez Kirchner cometió el grave error de darle su celular personal. Y Pancho lo entró a gastar mal (risas)... Una vez me llamó Núñez y me dijo: ‘Hacé algo con Pancho en la Casa de Gobierno porque el pibe nos está rompiendo soberanamente las pelotas’, ja... el tipo terminó tocando en el Salón Blanco.” A muchos de ellos Gieco los conoce hace 10, 15 años: Maxi Lemos ya va por el segundo disco; Davio –hidrocefálico– sabe todos los temas de Gieco, incluso los que Gieco no se acuerda; Demian baila “La memoria” en silla de ruedas; los pintores sin manos colorean vida desde que el rosquinense los llevó a dibujar en vivo cuando presentó Bandidos Rurales en Obras. “Mundo Alas siempre se caracterizó por ser una cosa improvisada, viste: sale como sale, bien o mal. Yo nunca planeé una cosa así; simplemente se dio. Más buscás menos encontrás, ¿no?”
El ensayo previo es así, rápido. El escenario Yupanqui es lo suficientemente inmenso como para albergar a todos los chicos, además de los asistentes, músicos, curiosos, periodistas. Se trabaja con comodidad. El techo es el mejor lugar del mundo a esta hora del mediodía, la mayor sombra en diez cuadras a la redonda. Forcada, musculosa con la cara del Che, afina el bajo en un rincón; Gurevich le gana la acústica a León e improvisa alguna vieja canción de amor y León sobrelleva bien la ancha faja de su cinturón de armónicas. “¿La verdad? No preparé nada”, insiste él, y entonces resulta un deseo: sorprender. El resultado se verá a la noche. Luego de tocar tres temas para la televisión, solo con la banda (“Cachito, el campeón de Corrientes”; “La guitarra” y “El ángel de la bicicleta”), León le da un giro inverso al deseo de la media: tocar para la televisión. “Ahora que no está la tele, estamos más tranquilos, en familia”, dice, y presenta a los chicos de Mundo Alas. Cada uno hará su parte: cantar, escribir o bailar hasta las cinco de la mañana. Resulta, como cada vez que Gieco pisa Cosquín, una fiesta.
El apuro por apagar cámaras y monitores radica, también, en una necesidad. Mundo Alas es, además, una película cuyo estreno será el 26 de marzo, y la idea de los productores es no revelar masivamente las aristas del contenido. “La verdad es que conviene guardar todo el material que se pueda, para que la peli resulte una sorpresa en el estreno”, explica Gieco. Mundo Alas, concebida en principio como un documental, terminó siendo un film, casi una especie de realidad ficcionada. “Pasaron muchas cosas, no sé... los chicos hablan mucho entre ellos. Hay parejas que están enamoradas, e incluso algunas se casaron. Todo eso pasó en las giras, filmamos todo y eso nos obligó a hacer una cosa superior: un guión... y hubo que pedirle más guita al Incaa”, se ríe, otra vez entre el verde y los pájaros de Bialet. El bonus es que León Gieco debutó como director de cine, rol que comparte con Sebastián Schlindel y Fernando Molnar, de Magoya Films. “Me fue bien en el debut, porque Magoya conforma una especie de ‘mimados del Incaa’... hicieron el documental de Germán Abdala, Sebastián hizo Que sea rock y yo quise trabajar con él, porque para lidiar con los roqueros de acá tenés que ser más o menos un genio.”
–¿Por qué dirigir, León?
–No sé. Tal vez para lograr tener puntos de vista de todos lados... Por ejemplo, algo bien cinematográfico que disfruté mucho fue cuando se me ocurrió llevar una grúa para agrandar la visión de lo que se tenía que registrar. Lo del casamiento entre los chicos también estaba bueno como ficción y le íbamos a decir a Carlos Sosa –el pintor sin manos– que se casó como tres veces, y tiene hijos con dos mujeres, para que haga de actor que se casa. Pero al final ocurrió que Soledad, la chica ciega, se enamoró de Demian y se fueron a vivir juntos. Entonces también se casaron para la peli.
–Giros sobre la marcha...
–Que nos llevaron a mentir bastante bien (risas), porque el cine sirve para mentir muchísimo. En el guión figura que empezamos a tocar en lugares chicos y al final llegamos al Luna Park, cuando en la realidad, ésa fue la primera función que hicimos.
–¿Se disfruta el rol o agota?
–Se disfruta, porque el cine y la tele tienen otros tiempos. Hay que tomarse todo con calma y decidir las cosas por día, cosa que yo no hago con mi grupo, con el que ensayamos dos horas y nos vamos. Esto no. Esto es decir “vamos a compaginar” y eso te lleva un día. En realidad, yo me considero un buen espectador de cine y eso te permite poder ser un buen compaginador, cortá acá, poné esto acá... eso.
León cumple con no exponer Mundo Alas ante la TV y también con otra premisa que sostiene hace años: no tocar rock en este festival. Lo hizo alguna vez, hace tiempo, con versiones furiosas de “Pensar en nada” y algún otro “desliz” eléctrico, pero para él no es el lugar. “Me cuesta tocar rock acá. No lo veo, no me vibra bien. Lo hicimos en una época y no me gustó, para eso está el de rock. Igual, Mundo Alas va más allá de si es rock o folklore. Se extralimita de ambos géneros, va por otros caminos.” Caminos del alma: de vuelta al show, la versión colectiva de “Cinco siglos igual” conmueve al más frío de los mortales; “La memoria”, coreografiada por los bailarines del grupo Amar, también derrama en sentidos; “Canto en la rama”, la hermosísima canción de Leda Valladares que Santaolalla y Gieco inmortalizaron en De Ushuaia a La Quiaca, genera una forma de sentir el folklore que no es la media en el festival, y el final, típico, con “Solo le pido a Dios” abrochan con oro la mejor luna del festival (ver aparte). Dirá León: “Tratamos de hacer algo distinto, siempre. Hace dos años invitamos a Ricardo Vilca, Mariana Carrizo y Rubén Patagonia; el año pasado hicimos el espectáculo Homenajes, una especie de continuación de lo que presenté para soportar a Bob Dylan, y ahora trajimos a los chicos”.
–¿Qué tiene pensado para el Cosquín Rock?
–Voy a tocar con D’Mente, el grupo de Andrés Giménez. Me gusta tocar ahí porque lo veo como una continuación del festival de La Falda. Era increíble y emocionante ir por la ruta y ver cómo los pibes iban caminando para allá. Era Woodstock, loco... y esto es parecido. La primera vez que se hizo el festival en San Roque, me acuerdo de que Charly García me llamó por teléfono y me dijo que quería tocar conmigo, porque la noche anterior se había portado mal con los organizadores, y tenía algo de culpa. Subió, tocó, y después estuvo con Pappo.
–La versión que hicieron ambos de “Sucio y desprolijo” quedará en los anales de la historia de los festivales de rock en la Argentina. Después, Pappo se murió.
–Qué barbaridad, pobre Pappo. Uno de los más grandes violeros de la eléctrica y la acústica. Una vez fuimos a Rosario a tocar con Litto Nebbia y Pappo ¡en tren!... zapaba folk de puta madre. Hablo más o menos del ’73, y no me puedo olvidar de esas cosas.
El micro púrpura de Mundo Alas despega de uno de los laterales de la plaza y parte. Casi amanece. Los músicos, algo molidos, se retiran hacia las comarcas de Bialet en busca de un efímero descanso: a primera hora hay que partir hacia Rivadavia, Mendoza, para dar otro show. León, probablemente, vaciará las uvas del racimo esperando el sol entre las sierras y repensando su lugar en el cosmos: rock, folklore, compromiso con el arte, con el pueblo. Y un mojón en el camino que enlaza identidades y, de paso, le pone alas a su mundo.
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