LITERATURA › ANDRéS NEUMAN OBTUVO EL PREMIO ALFAGUARA DE NOVELA
Seleccionada entre un total de 546 manuscritos inéditos, El viajero del siglo, del escritor argentino radicado en España, fue saludada como un ambicioso experimento literario. El autor la definió como “una novela futurista que sucede en el pasado”.
› Por Silvina Friera
Cuando se anunció que Andrés Neuman ganó el premio Alfaguara de Novela con El viajero del siglo, hubo gritos en la sede argentina de la editorial. Es la tercera vez que el galardón, uno de los más prestigiosos de la lengua, se lo lleva un escritor argentino. “Me siento pixelado, emocionado y agradecido”, dice el ganador desde Granada, donde reside. “Creo que me están escuchando con un par de segundos de retraso. Soy una voz del pasado que se dirige al presente. Este que habla soy yo hace unos segundos”, bromea. El jurado, presidido por Luis Goytisolo e integrado por Ana Clavel, Carlos Franz, Julio Ortega, Gonzalo Suárez y Juan González, subrayó “la ambición literaria y la calidad de una novela que recupera el aliento de la narrativa del siglo XIX, escrita con una visión actual y espléndidamente ambientada en la Alemania post-napoleónica”. Seleccionada entre un total de 546 manuscritos inéditos y presentada bajo el seudónimo de Von Stadler, la novela ganadora es un ambicioso experimento literario.
En El viajero del siglo, un misterioso viajero alemán llamado Hans se detiene en Wandernburgo, una ciudad entre Sajonia y Prusia. Se aloja en una posada y al día siguiente, durante un paseo por la Plaza del Mercado, se encuentra con un organillero. Emocionado por la música que escucha, Hans se acerca a dejarle una propina y a conversar con él. A pesar de su nomadismo, el viajero va echando raíces en el lugar. Por alguna razón, quizá la incipiente amistad que entabla con el organillero, su estancia en esa ciudad se prolonga indefinidamente. Siempre sucede algo que retrasa su partida. Hans va conociendo a las personalidades y familias más representativas de la zona, que lo invitan a participar de un salón literario donde los contertulios se sacan chispas debatiendo sobre filosofía, poesía, literatura y política. En ese Salón conoce a la joven Sophie, de la que se enamorará, aunque esté comprometida. Entre los postulados de La paz perpetua de Kant y las ideas de Fichte, entre Schlegel, Schiller, Novalis y Rousseau, por mencionar algunos de los escritores y pensadores que serán ejes de polémicas entre los personajes, la novela dialoga con la Europa de la Restauración y los planteamientos de la Unión Europea; con la educación sentimental actual y sus orígenes, con la novela clásica y la narrativa moderna. El presente, nos dice Neuman en esta novela, también es histórico, “aunque a veces nos olvidamos del suelo en el que pisamos”, advierte en diálogo con Página/12.
“La sangre argentina está llena de nacionalidades. La escuela primaria la hice en la Argentina, mis padres y abuelos también son argentinos; mi vínculo es bastante directo –repasa Neuman–. El resultado es que uno tiene una sensación saludablemente apátrida o nómada, como el personaje de la novela, que es una suerte de Angel exterminador de Buñuel en versión novela clásica, con una escritura posmoderna, porque la idea era recontar la tradición del XIX con el lenguaje del siglo XXI y de todas las vanguardias. Este personaje nómada, inquieto, no se mueve de su sitio en toda la novela. A los que somos emigrados nos pasa un poco eso: por un lado hoy puedes estar aquí y mañana allá, y por otra parte hay cierta sensación de echar raíces donde estás, que en mi caso ha sido en Granada, donde llevo más de la mitad de mi vida”.
Neuman cada vez tiende más a utilizar un castellano híbrido que no contenga demasiados localismos de ningún país. “No un castellano estándar en el sentido del castellano que se utiliza en los subtítulos de las películas, feo, poco trabajado, mecánico, sino un castellano que sea un poco de todas partes y de ninguna en particular, que no se sepa de dónde viene, que sea una construcción híbrida, un castellano Frankenstein. Me siento un poco como ese castellano en que intento escribir”, explica el escritor. El viajero de siglo, según la define Neuman, es “una novela futurista que sucede en el pasado”. “No es una novela histórica al uso –aclara– porque no narra ningún acontecimiento histórico real, más allá de que esté ubicada en la Europa de la Restauración, un momento que guarda muchas correspondencias con el presente, un momento de crisis que se resuelve mediante valores conservadores. Una de las tragedias de la Europa actual es que estamos en un momento de inflexión donde las potencias europeas se alían en torno a valores conservadores y defensivos. La Europa posnapoleónica de la Restauración estaba pasando por el mismo trance y también reconfigurando su mapa político.”
La ciudad de Wandernburgo, donde transcurre la novela ganadora de premio Alfaguara, no es una reconstrucción a escala de una ciudad alemana real. Neuman quiso que fuera una ciudad hipotética, “inventada pero verosímil”. Como parte del trabajo de documentación que realizó en esos seis años de escritura, leyó literatura de la época y sobre la época, libros de arquitectura; vio películas y observó grabados y pinturas. Cuando logró digerir todo ese cúmulo de información, viajó por Alemania en 2004 y anduvo en bicicleta, “tratando de imaginarme cómo podía ser ese lugar inventado que no corresponde a ningún lugar real”. Neuman comenta que El viajero del siglo transcurre en 1827, aunque nunca se explicite en la novela. La idea de la novela lo asaltó mientras escuchaba un hermoso lied de Franz Schubert, Viaje de invierno, basado en el poema de Wilhelm Müller (que el propio Neuman tradujo en 2003 y publicó en Acantilado), protagonizado por un viajero que se encuentra con un organillero y decide quedarse a cantar con él. “Como este poeta murió en 1827, me gustó imaginar que el viajero de la novela podría ser el propio poeta en el último año de su vida.”
Evocar un territorio que no fuese Argentina o España –sus dos novelas anteriores transcurrían en Argentina–, le permitió reflejar una experiencia de la migración y del mestizaje. “Me sirvió situar la novela en un país aparentemente ajeno como Alemania por dos razones: por Schubert y porque en Alemania está el verdadero origen de la literatura moderna, que es el romanticismo alemán, con autores que adoro como Goethe, Novalis, Schlegel, y tantos otros fundamentales para mí, que revolucionaron totalmente la literatura moderna. Me interesaba que la historia de la novela sucediera al mismo tiempo que la literatura estaba cambiando.” Sophie, una de las protagonistas, es una mujer que pertenece a la generación del primer feminismo europeo. “En Alemania –recuerda Neuman– tuvo lugar la primera generación de escritoras profesionales que podían vivir de su trabajo literario, en general traduciendo. Por eso le puse Sophie al personaje, en homenaje a la primera escritora profesional de Alemania, que fue Sophie Mereau.”
“Europa vive una crisis de identidad que se está resolviendo en torno a valores conservadores como la seguridad, la supeditación de los intereses políticos a las urgencias económicas y al reparto de lo que queda del imperio –comparó el escritor el presente europeo con el pasado de la Europa posnapoleónica en el que transcurre la novela–. En esa unión en torno de valores conservadores y defensivos, hay un paralelismo asombroso porque una vez que Napoleón fracasa en su cruzada, por un lado tan sugerente y revolucionaria como autoritaria e imperialista, se produce una especie de vacío de valores que es lo que estamos viviendo ahora. Nuestra generación y mucha gente de otras generaciones tienen bastante claro que lo que antes se entendía por compromiso, las ideas que se interpretaban como revolucionarias, no funcionaron. Una vez que tenemos claro que los valores tradicionales ortodoxos de la izquierda han fracaso, por lo menos en su formulación política práctica, se produce un vacío muy peligroso. Y lo que reemplaza a esos valores es el conservadurismo más atroz. Eso es lo que pasó en la Europa de la Restauración, que se volvió en cierto modo hacia el pasado.”
Neuman alertó que sería “tan equivocado pensar que la posmodernidad es un problema estético como pensar que nos va a traer todas las soluciones a nuestras inquietudes”. “No podemos escribir como en el siglo XIX, pero en ese afán por escribir desde el presente, que me parece muy importante, a veces se olvida que hay valores literarios del siglo XIX como la creación de personajes, la estructura rigurosa, el desarrollo, la autonomía de la ficción, que no son incompatibles con la experimentación, la posmodernidad y la fragmentariedad. Traté de escribir una novela fragmentaria, pero con aliento clásico, porque creo que se están reformulando los paradigmas narrativos del presente.”
“Los salones literarios hoy son los blogs en los que se debate de lo humano, lo divino, de cuestiones trascendentes o nimiedades”, plantea Neuman a Página/12. “Los salones literarios del siglo XIX eran bastante menos solemnes de lo que se piensa. Recuerdo el de Guerra y paz, donde la carga de deseo, frivolidad y rumores era equivalente a los debates filosóficos y literarios que se dan en muchos blogs. Los salones literarios del siglo XIX eran la Internet de esa época.”
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