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Viernes, 29 de enero de 2010

LITERATURA › OPINION

La fantasía del regreso

 Por Vicente Battista

A J. D. Salinger lo conocí por un cuento: “Una hermosa mañana para el pez plátano”. Lo habíamos publicado en El Escarabajo de Oro 29, en julio de 1965. Bastaron esas pocas páginas para que comprendiera que estaba frente a un escritor fundamental. Entonces me zambullí literalmente en El cazador oculto. Las primeras líneas de la novela despejaban cualquier duda, su personaje y narrador Holden Caulfield advertía al lector que si esperaba una “cháchara estilo David Copperfield” abandonase ahí mismo la lectura. No la abandoné y a partir de ese momento anduve codo a codo con Caulfield, viviendo cada una de sus peripecias, indignándome y alegrándome toda vez que él se indignaba o alegraba. No son muchas las novelas que uno lee y mientras lo hace desea que jamás acaben. El cazador oculto fue una de esas novelas. Aún conservo aquella edición de Fabril Editora. El libro está gastado, ajado, pero todavía tiene la sobrecubierta de papel, con remiendos hechos a fuerza de cinta adhesiva. Sé que hubo ediciones posteriores, ejecutadas (creo que es el verbo que mejor le cabe) por editoriales españolas. Le cambiaron el título, lo llamaron El guardián en el centeno, y en base a numerosos vale y otros tantos gilipollas lograron que Holden Caulfield comenzara a parecerse a un chaval que trocó las calles de Nueva York por las calles de Madrid. Pero ni así, pese a ese atentado, El cazador oculto continúa siendo una novela ejemplar. Salinger la publicó en 1951: tenía sólo 32 años.

Luego leí Nueve cuentos, Levantad, carpinteros, la viga del tejado, Seymour, una introducción y Franny y Zooey. De ese modo pude conocer a la familia y amigos de aquel joven Holden que tanto me impresionara. Todos los títulos mantenían el mismo nivel de calidad. No es casual que la odisea de Holden Caulfield, su camino del héroe, se haya convertido en un libro de culto. Recuerdo una película en la que su protagonista coleccionaba ejemplares de El cazador oculto con el fervor de un demente. Casi no sorprende que el demente que mató a John Lennon guardara un ejemplar en su mochila.

Sin brindar la mínima explicación, Salinger dejó de escribir (o al menos de publicar) y abandonó por completo su vida social. Quienes lo admirábamos manteníamos la fantasía de que cualquier tarde de éstas se hiciera ver, imaginábamos cómo íbamos a correr hacia el nuevo libro que publicase. Ahora nos enteramos de que se ha muerto y alumbramos una nueva fantasía: que aparezcan esos inéditos que él con tanto celo ocultaba. Y si esto sólo queda en el espacio de las fantasías, tampoco importa: con los libros que publicó basta y sobra para ubicarlo entre los grandes escritores de todos los tiempos.

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