Viernes, 29 de enero de 2010 | Hoy
CINE › CINCO DIAS SIN NORA, OPERA PRIMA DE LA MEXICANA MARIANA CHENILLO
Lejos de jugar al absurdo para que el contexto inadecuado sume puntos a los gags, la comedia negra de Chenillo opta por un humor seco y agridulce que expone las diferentes formas en que la humanidad se relaciona con ese momento ineludible y final.
Por Juan Pablo Cinelli
CINCO DIAS SIN NORA
México, 2008
Dirección y guión: Mariana Chenillo.
Fotografía: Alberto Anaya Adalid.
Música: Darío González.
Intérpretes: Fernando Luján, Ari Brickman, Verónica Langer, Enrique Arreola, Angelina Peláez, Silvia Mariscal, Juan Carlos Colombo, Max Kerlow.
José entra en el departamento de Nora: están divorciados desde hace casi 30 años, pero viven en edificios enfrentados y desde sus ventanas cada uno puede ver el hogar del otro. El delivery le ha dejado a él unas cuantas cajas de pescado congelado (para el gefilte fish) que eran para ella, pero le han tocado el timbre y no atiende nadie. José abre la puerta y pasa, pero no es al departamento de Nora el único lugar al que entra al atravesar ese umbral. Hay una historia detrás de ese paso, un regreso; muchas historias y regresos que vuelven a empezar justamente con una partida. Nora se ha ido.
Del primer largo de la directora mexicana Mariana Chenillo, Cinco días sin Nora, puede decirse que es drama, una comedia negra, un film costumbrista, cine de autor, el particular retrato de un grupo étnico, religioso, social, cultural, una historia universal, sin que todas esas aparentes oposiciones resulten en una contradicción. Una película de puertas abiertas que Chenillo ha tenido la delicadeza de no cerrar nunca, para dejar que el aire corra y amontone lo que dios y Nora se han preocupado en criar. Como Teseo recibió el sedal de manos de Ariadna, José encuentra en casa de Nora una jarra de café caliente, la mesa puesta para celebrar la inminente festividad judía, una multitud de tupperwares en la heladera con precisas instrucciones y un rastro de luces encendidas que lo conducen a la certeza de que él mismo no es más que un engranaje de un plan superior. Siguiendo las luces, José encuentra a Nora, su cuerpo sin vida, tendida en la cama de su habitación. En la mesa de luz tres frascos vacíos dan fe de lo allí ocurrido.
Cuando en muchas historias la muerte es un destino, un final posible, en Cinco días sin Nora es aquella entrada que todos los personajes del film por fuerza deberán atravesar, de José a Rubén, el hijo de ambos, y de Fabiana (la empleada doméstica de Nora) a las dos pequeñas nietas. Y ya se sabe, nadie sale ileso del contacto con la muerte. La primera reacción de José es de calma: su ex había intentado esta salida catorce veces antes de por fin conseguirlo esa mañana. Sin embargo, él también es ex de Nora, la conoce y no tardará en ver en el método con que ella lo ha planeado todo, una nueva y definitiva prueba de su afición por la manipulación. No por nada su matrimonio lleva disuelto tanto tiempo; no por nada desde entonces han seguido cara a cara, ventana contra ventana, manteniendo al otro siempre a tiro de piedra. Igual que Nora desde la muerte, José intentará manipular a todos desde el mundo de los vivos.
Como Nora evidentemente es judía, el rabino Jackowitz se presenta de inmediato para asegurarse de que se cumpla con todos los ritos mortuorios que su creencia involucra. El problema es que la acumulación de esos ritos obliga a que el entierro deba posponerse por cinco días para realizarlo como corresponde y José no verá en eso más que una intromisión, otro detalle planeado por Nora sólo para joderle la vida. Se desata entonces una guerra de los Roses en donde una de las partes ya no está allí: una ausencia que multiplica su fuerza, el poder de su determinación inamovible. Ya no es José vs Nora: es José contra los molinos de viento, contra los fantasmas de su memoria, de lo que a pesar suyo ya no tiene remedio.
Hay quien querrá destacar los puntos de contacto entre Cinco días sin Nora y la sorpresivamente exitosa Muerte en un funeral. Y es cierto que algunos paralelos son posibles. Sin embargo, lo más valioso de ésta no es lo que la liga a la película inglesa (no más que situaciones de comedia fuera del ámbito esperable), sino lo que tiene de personal. Lejos de jugar al absurdo para que el contexto inadecuado sume puntos a los gags, la película de Chenillo opta por un humor mucho más seco y agridulce, a través del que pueden contemplarse las diferentes formas en que la humanidad puede relacionarse con ese momento ineludible y final. Desde la naturalidad con que las niñas juegan con el sarcófago vacío a la pompa de los ritos religiosos. Pero sobre todo, esa dolorosa ira que sólo provocan las grandes pérdidas, y que sin remedio se completa y continúa en la aceptación. Reciente ganadora en el Festival de Cine de Mar del Plata, tal vez pueda criticarse a Cinco días sin Nora cierta melosa condescendencia sobre el cierre, pero a esa altura ya se habrá disfrutado lo mejor.
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