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Lunes, 17 de mayo de 2010

LITERATURA › MAURICIO ROSENCOF, UNA NOVELA, LA VIDA Y LA POLíTICA EN EL URUGUAY

“Cuando canten la justa, entonces podremos conversar”

El escritor uruguayo se refiere a la situación de los represores en su país, a la vez que defiende la política implementada por el presidente José Mujica. Rosencof está presentando Medio mundo, a la que define como una “parábola novelada”.

 Por Silvina Friera

Uno va adonde lo llama el destino. A Mauricio Rosencof, “arqueólogo de los recuerdos perdidos” como si fuera un Proust uruguayo, el destino lo llamó a escribir Medio mundo (Alfaguara), en la que imaginó a Jesús y a los Apóstoles viviendo en un conventillo de la Ciudad Vieja de Montevideo de los años ’30. Nazario, un carpintero de Polvoserás que tiene una obstinada aprensión al uso de clavos en su trabajo, decide dejar su pueblito porque “alguien me viene tironeando”. Ante la duda, prefiere seguir la corriente y se sube a un camión que transporta ganado, donde justo viaja Magdalena, una muchacha que ha estado en la zafra y que pronto asombrará a todos con sus inigualables tortas fritas. Esta corriente lo lleva hasta otro pueblo, cerca del mar. Allí se encuentra con unos pescadores, Pedro, Juancho y el Santi; con María, la dueña del conventillo; y el Oreja, el Judas Iscariote yorugua, que desde chico lo llaman así porque nació “defectuoso”. Todos comenzarán a sospechar que se conocen de otra parte. “A veces las historias son fragmentos, como relámpagos de la memoria. Que sea lo que Dios quiera”, dice Nazario. El escritor uruguayo adhiere a lo que pone en boca de esa criatura. “Todo es memoria, lo que no existe es el olvido”, subraya a Página/12. “Simplemente hay que ejercitar la memoria para volver a recuperar el olor de los recuerdos. Es lo que cuenta Proust en Por el camino de Swann. Cuando la tía le da una magdalena, la paladea y se pregunta ¿dónde encontré este sabor antes? Yo hago lo mismo en esta novela: desarrollo una narración fantástica para plantear que todo empezó por el sabor de una torta frita”, dice medio en broma y medio en serio.

Una vez más el destino lo llamó a Rosencof a cruzar el Río de la Plata para quedarse por unos días en Buenos Aires. “El padre eterno está viejo, burocratizado, y no sabe hacia dónde va la Humanidad”, resume el escritor el disparador de su “parábola novelada”, como define a Medio mundo. “La única cosa que se le ocurre para solucionar los muchos hilitos que le quedaron colgando es llamar a los reparadores; a ese muchacho que la otra vuelta fue tan voluntarioso y macanudo, pero que ni se acuerda cómo se llama. Nazario, que es el muchacho del caso, siente el llamado y se empieza a movilizar.” El escritor reconoce que siempre se apasionó por los relatos bíblicos. La Biblia fue su “guía del siglo” cuando estuvo en “cana”, así nombra y condensa los trece años, de 1972 a 1985, que estuvo en la cárcel –junto al actual presidente, José Mujica–, encerrado, torturado y amenazado de muerte por la dictadura uruguaya. “Soy un lector reincidente de pasajes de la Biblia y de los evangelios apócrifos. Matías cuenta que los primeros cristianos vivían en común y cada cual se servía de acuerdo con sus necesidades. El conventillo de mi novela, instalado en un tiempo difuso y a la vez cercano, es mi Macondo bíblico.”

Rosencof, director de Cultura de Montevideo, recuerda que durante la dictadura militar aparecieron afiches, en las calles de Montevideo y de Buenos Aires, con el rostro clásico de Jesús y un letrero que decía: “Se busca”. “Mirá que Jesús era galileo y los galileos se caracterizaban por ser alzados, se los acusaba de que eran de armas tomar”, cuenta el escritor.

–¿Por qué decidió desarrollar un paralelismo entre el universo bíblico y el conventillo montevideano?

–La réplica de la aldea de pescadores de Cafarnaúm o de un pueblito de Galilea son los conventillos que tenemos en cualquier barrio de Buenos Aires o de Montevideo. Una vez leí que Einstein tocaba el violín en una sinagoga en los primeros años del nazismo. Cuando le hicieron una entrevista, le preguntaron si era religioso. El contestó: “Soy profundamente religioso pero no creo en ninguna religión revelada. Sin embargo, hay demasiada armonía en el espacio para que sea producto de la casualidad. No tengo la menor duda de que el Tío no tiene tiempo para intervenir en el destino de los hombres”. No me olvido de esta respuesta; me quedó fijada. Por eso en la novela, en lo que es la “última cena”, Nazario se pregunta si el padre eterno nos dio el libre albedrío a manos llenas, pero nuestras manos quedaron vacías. Si nuestras manos no hubieran quedado vacías, no habría habido Sodoma, Hiroshima, Auschwitz ni nuestros desaparecidos. En la novela, el Oreja lo reconoce a Nazario, pero le dice: “A usté lo tengo, ¿eh?, pero tranquilo que yo no lo bato. Otra vez no hago eso; de una batida no sale nada bueno”.

–Hay un trabajo también con el tema del tiempo, como si todos los tiempos se fundieran en uno, ¿no?

–Sí, claro, en la novela Nazario tiene la certeza de que la memoria no es cronológica y siente que los tiempos son uno; que se suman el antes, el mucho antes, junto con los días del conventillo, donde cuando se encontró a Pedro tuvo la impresión de que lo conocía de algún sitio. Y lo conoce de otra vida, siempre la misma, en otro tiempo nomás. En la tapa del libro, junto con la ropa del conventillo, está colgado un manuscrito del Mar Muerto como si fuera una sábana más. El relato entonces se abre a ese profeta que camina por la Rambla, ese tren monstruoso que maneja Aquel del que no se puede decir su nombre, que tiene los vagones sellados. Y se escucha cada tanto la voz de una niña que pide agua. La idea que plantea la novela es que todos los tiempos son uno; de alguna manera nuestros descendientes estaban dando vueltas por ahí... y bueno, ahora le tocó a Uruguay ser el centro del mundo (risas).

La novela arranca con un tren quieto, como envuelto en brumas sucias, polvorientas. Pero no se ve en derredor andén alguno, menos aún algo parecido a una estación. Sólo se escucha la voz temerosa de una niña que grita siempre la misma palabra: “Agua”. Así comienza a tejerse un relato en el que el escritor uruguayo despliega toda su artillería onírica para explorar una historia conocida, que se renueva y resignifica a través de un puñado de seres humildes y “laburantes” que habitan un conventillo rioplatense. “¿Quiere que le diga una cosa? –increpa el Santi al Oreja, que no quiere oír ni por las tapas sonar la bombilla–. El mate no termina si no chilla. Es como el tango. El tango no baja cortina hasta que usted escucha el chan-chan.” Una definición que suena ciento por ciento de cuño rosencofiano. Abundan este tipo de chispazos del “pensamiento barrial” y un puñado de preguntas de corte metafísico que lanzan las criaturas de ficción del uruguayo.

“Los personajes de nuestros barrios son como Jesús, Magdalena y los discípulos de aquella época”, compara, y aclara que el pueblo imaginario Polvoserás quizá tenga semejanzas con las calles de Villa Unión, que eran un tanto polvorientas. “Tenemos en nosotros la tradición judeocristiana que hace que no sea necesario explicar quién es Nazario en mi novela”, plantea el autor de Una góndola ancló en la esquina y El barrio era una fiesta, novelas que comparten con Medio mundo la concepción del barrio como núcleo genésico de la personalidad individual y social de varias generaciones de montevideanos, el ethos del coraje, la épica cotidiana de la vida de las clases populares, la nobleza y solidaridad. “En cualquier momento, escribo el regreso de Nazario”, bromea el escritor, quien advierte que le preocupa “la destrucción alegre que estamos perpetrando contra el planeta en que vivimos”.

–Usted dice que todo es memoria, que lo que no existe es el olvido. Pero el presidente uruguayo dijo que no quería ver a los represores ancianos en prisión. ¿Este planteo no es en cierta forma olvidar?

–Eso no tiene que ver con el olvido, no se olvida de nada el Pepe (por Mujica). Un político tiene que actuar como un político; no es lo mismo dirigir una agrupación de barrio que conducir un país. Lo que Mujica planteó es que llegado un momento los viejos que están presos tendrían que tener otro destino. No se refirió específicamente a los represores, quiere resolver ese problema. El solo hecho de plantearlo ya es un avance. Pienso como él, siento como él; en política nadie da nada por nada. A partir del momento en que nos den la información posta de dónde están nuestros compañeros desaparecidos, entonces se estarán ganando el cielo. Mientras tanto estarán ahí, vivos, donde nunca van a ser tratados como nos trataron a nosotros. Pero están donde tienen que estar, donde la sociedad decidió que estuvieran.

–¿Comparte entonces el argumento de la edad?

–El argumento de la edad no sirve; Mujica piensa en voz alta y lo dice, y a veces eso genera confusiones. Es muy importante que se note que el Pepe Mujica está preocupado humanamente por el destino de los presos mayores del Uruguay. Ese es un sentimiento muy noble que corresponde al destino de nuestra organización. En síntesis: ellos actuaron como lo que son, nosotros tenemos que actuar como lo que somos.

–Sin embargo, el peligro es que el planteo se sume a una corriente que, a ambas orillas, pide olvidar el pasado y habla de reconciliación.

–Tal vez el argumento más reiterado, que es una falacia, es decir que “hay que mirar para adelante”. Yo quiero mirar para adelante, pero quiero saber a qué cuartel tengo ir a arañar para encontrar al maestro Julio Castro o a la madre de Macarena Gelman. No estoy odiando, no tengo espíritu de venganza. También alguna vez el Pepe Mujica dijo que tal vez esto se resuelva cuando los protagonistas no estemos sobre la faz de la Tierra. El asunto se está manejando; el gobierno de Tabaré lo manejó muy bien. Están todos los dictadores presos y no están maltratados ni cosa que se le parezca. Pero están presos. Y además están en la picota pública; ahora para nosotros lo fundamental es encontrar a los 160 desaparecidos que están sepultados en algún lugar de Uruguay. Los que están presos por disposición de la Justicia por delitos de lesa humanidad proporcionaron al comandante en jefe la información que le permitió a Gonzalo Fernández, que era el ministro de Defensa, decirle a Macarena: “Acá, en este lugar”, vamos a encontrar a su madre. Pero empezaron a cavar y no encontraron nada. Es decir que le cantaron errado. Bueno... cuando canten la justa podremos conversar...

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Mauricio Rosencof fue militante tupamaro y reflejó los años de cárcel y tortura en Memorias del calabozo.
Imagen: Ana D’Angelo
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