Lunes, 17 de mayo de 2010 | Hoy
CINE › SANTIAGO LOZA E IVáN FUND HABLAN DE SU PELíCULA LOS LABIOS
Los directores destacan que su film, que se presentará mañana en la sección “Una cierta mirada” del Festival de Cannes, no puede ser encuadrado en el tópico “social”, aunque atraviese esa temática. Se trata de una ficción impregnada de un tono documental.
Por Oscar Ranzani
Luego de la buena respuesta del público que obtuvo Los labios en el 12º Bafici, mañana medirá fuerzas en su nuevo desafío: el film codirigido por Santiago Loza (Extraño, La invención de la carne, Artico) e Iván Fund se presentará en la sección “Una cierta mirada” del Festival de Cannes, la misma en la que participa Carancho, sexto largometraje de Pablo Trapero. La particularidad de Los labios es que se trata de una ficción, pero impregnada de un tono documental: tres asistentes sociales (Eva Bianco, Victoria Raposo y Adela Sánchez) viajan a un pueblo del interior donde hay una comunidad de personas con carencias. El objetivo consiste en realizar un relevamiento sanitario de los habitantes, pero cuando llegan al pueblo, estas profesionales padecen las penurias de la burocracia. Sin embargo, siguen adelante con su trabajo como una manera de poner un grano de arena que sirva para mejorar la calidad de vida de estas personas. Es tan natural el encuentro entre ellas y la gente del lugar que, por momentos, no parece que hubiera un guión previo. Todos cuentan sus necesidades y las asistentes toman nota. Con el correr de los días, algunas de ellas terminarán integrándose a esta comunidad, mientras que la excepción a la regla también se cumplirá en este caso.
“Si bien había un guión dramáticamente estructurado, sabíamos que había que ir al encuentro de lo que acontecía ahí. Sabíamos que se iba a improvisar mucho y que teníamos que estar reaccionando ante lo que nos proponía la misma situación”, cuenta Fund. Loza, en tanto, agrega que toda la historia estaba guionada pero “había zonas muy claras del guión que tenían que ver con la verdad que se encontrase en ese momento. Por más que estaban bocetadas tenían que ser otra cosa en el momento del encuentro con la gente. Era un proyecto que se iba a terminar descubriendo en el campo de acción”.
–Sin ser una denuncia de la miseria, ¿es una película con trasfondo social?
Iván Fund: –Sí, pero ese planteo no fue una motivación originaria. Conocíamos el tema sobre el que estábamos trabajando pero las inquietudes que nos llevaron a hacer la película fueron otras: eran inquietudes existenciales sobre la relación entre estas mujeres y cómo ellas accedían al “otro”, o cómo se modificaban desde el contacto con el “otro”. Y contar si era posible ese encuentro pero desde la subjetividad de las protagonistas y de sus problemas internos.
Santiago Loza: –Es ineludible que Los labios tiene un componente social enorme y que eso tiene un peso pero, al mismo tiempo, no es una película que quiera denunciar claramente ni plantear respuestas. Trabaja una zona muy ambigua, de una subjetividad casi poética. Está lo social pero no es un film que dé cuenta fehacientemente de una realidad por más que esa realidad tiña permanentemente la película.
I.F.: –Si bien está el componente documental, es una ficción. Lo que la gente decía ni siquiera nosotros sabíamos si era verdad o improvisación de ellos.
S.L.: – La gente siempre sabía que era una ficción. Y creo que, aun en la parte más dura de la película, está amparada en una construcción de ficción. Cuando uno ve ciertos documentales, exponen una realidad. Los labios no pasa por la exposición de esa situación, sino que la atraviesa, la trasciende o toma esa exposición para otra cosa.
–¿La definirían como una película clásica desde el aspecto narrativo?
I.F.: –Tiene una estructura dramática clásica. No sé si en la aproximación al método de trabajo o al tono actoral, o cierto código de la película, pero comparándola con mis trabajos anteriores, es lo más clásico que hice.
S.L.: –Yo pienso que no. Toma elementos de un clásico: son forasteras que llegan a un lugar que no conocen. Es casi como cierta idea de western. Toma ciertos tópicos del cine clásico pero para mí hay muchas líneas de fuga. En realidad, la anécdota es muy pequeña, insignificante, inconducente, no va hacia ninguna zona clara. Por más que tiene desenlace, está perforada por todos lados. No cumple con todos los parámetros de un relato clásico.
–¿Cómo fue el trabajo con la gente del lugar para lograr esa espontaneidad que manifiestan en las visitas de las asistentes sociales en la ficción?
I.F.: –Se hizo una búsqueda de locaciones y un casting de las personas que podían participar. Después, el trabajo consistía en ir un rato antes de hacer la escena y tener una charla de cómo iba a suceder todo.
S.L.: –Fue todo muy simple y muy llano. Les decíamos: “Estas tres mujeres son actrices, estamos haciendo un juego, ustedes pueden contar lo que quieran”. La gente estaba microfoneada, se iluminaban los espacios; es decir, era claramente la condición de una ficción. Entonces, les decíamos: “Pueden contar lo que quieran, en la forma que quieran, porque esto no tiene por qué ser verdad”. Fueron accediendo y a algunos les resultaba más simple contar cosas que realmente ocurrían.
I.F.: –Decían que era más fácil contar la verdad que improvisar una respuesta.
S.L.: –También había un marco de cuidado y ellos se sentían amparados al poder interactuar así con la cámara y con las actrices.
–¿Cómo hicieron para que los testimonios no fueran simplemente un dato estadístico sino que se notara que en cada uno de ellos había un mundo al que respetar?
S.L.: –Sucedió así. Cada persona te abre ciertas puertas y si lo hace, vos podés ingresar a otras. Las actrices y nosotros detrás de cámaras, nos íbamos dando cuenta por dónde avanzar y hasta dónde llegar o dónde cortar e irnos. Estaba el respeto de pensar hasta dónde preguntar. Alguien que con ese grado de humildad, te deja entrar a su casa y filmar en un cuarto de dos por dos, muestra que hay algo de intimidad que ya se produjo desde ese momento.
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