Díaz llegó a Oaxaca, que lo tuvo como figura principal en el inicio de su Trigésima Feria Internacional del Libro, y se fue como un hijo pródigo de una ciudad que lo adoptó con los brazos abiertos, celebrando su simpatía y sencillez realmente proverbiales. Su español condimentado con giros ingleses y sus dificultades reales para conjugar algunos verbos castizos, lejos de alejarlo de la gente, lo volvieron más cercano, si cabe. Sin embargo, no por ello se cuidó de quedar bien a toda costa con el país anfitrión. Y claramente también, con voz firme, se le escuchó nombrar a México como “un país imperialista que trata mal a sus inmigrantes, al igual que Estados Unidos”. Ninguno de los presentes lo refutó.