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Jueves, 26 de abril de 2012

LITERATURA › ENTREVISTA AL ESCRITOR Y TRADUCTOR ALBERTO MANGUEL

“Leer caracteriza a nuestra especie”

El autor argentino-canadiense, que reside en Francia y dio una conferencia magistral en la Feria, repasa algunas de las ideas que registró en Una historia de la lectura. “Somos animales lectores, en el sentido de que imaginamos que el mundo es narración”, destaca.

 Por Silvina Friera

El reproche suena matizado por la ironía del destino. “No tengo editor en Argentina; nadie me quiere acá. Me gustaría que me reconocieran como escritor de ficción, no sólo de ensayos”, dice Alberto Manguel. La confesión sobre sus dificultades para publicar en el país contrasta con la imagen que dejó en la 38ª Feria del Libro. En su conferencia magistral, tan concurrida como aplaudida, el escritor, traductor y editor argentino-canadiense –que reside en Francia– repasó algunas de las ideas que investigó y registró en Una historia de la lectura. “La literatura es una pregunta que no tiene respuesta. Pero la lectura tiene respuestas que van cambiando a medida que volvemos a leer un texto. La idea de un texto infinitamente abierto nos aterra: queremos realmente entender lo que estamos leyendo. La lectura tiene la habilidad de modificar el texto, de enriquecerlo, de extenderlo hacia el campo de nuestra propia experiencia. Las palabras del texto no cambian, pero nosotros cambiamos el texto”, plantea Manguel en la entrevista con Página/12.

–¿Por qué aterra un texto abierto?

–No estoy seguro... Quizá porque sabemos que las ideas que nos ayudan a definir nuestra condición son nociones que inventamos: el tiempo, el espacio. Esas nociones no existen más allá de la experiencia humana. Si de pronto dejamos de creer absolutamente en esos parámetros que nos hemos inventado, estamos solos en el universo, sin mayor importancia ni peso. Es la filosofía epicúrea según la cual existimos en este momento presente; no hay más allá.

–Si leer no quiere decir leer solamente un texto, ¿qué significaría hoy, en el siglo XXI, leer?

–Leer caracteriza a nuestra especie: somos animales lectores, en el sentido de que imaginamos que el mundo es narración. Tenemos una suerte de tendencia innata a interpretar todo como si tuviese significado; por eso una de las más antiguas metáforas es el mundo como libro. Si leer implica descifrar las palabras que una sociedad construye para su lenguaje de comunicación, entonces leer tiene ciertas gradaciones. En un primer nivel significa poder descifrar esos signos, conocer la gramática que los rige, lo cual nos permite entender cuáles son las reglas de la sociedad en que vivimos. Pero a partir de allí hay una experiencia de lectura que es otra. Y mucho más profunda. Los gobiernos no quieren lectores profundos. Las autoridades no quieren convertir al lector básico en un lector profundo, porque ese lector profundo empieza a hacerse preguntas y no queda satisfecho. Una sociedad construye un círculo para definirse y deja cosas afuera; son los ciudadanos quienes para mantener esa sociedad viva necesitan hacer brechas en ese círculo y traer lo que queda afuera. La tarea del lector es renovar la sociedad.

–En estos días se conoció el resultado de un estudio en el que se afirma que el 11 por ciento de los argentinos son lectores frecuentes. ¿Qué piensa usted sobre este porcentaje?

–Nunca en ninguna sociedad hubo una mayoría de lectores; en todas las sociedades los lectores son una ínfima minoría. No sé si sirve mucho conocer estas cifras, salvo para tratar de crear más lectores. Es muy difícil educar a alguien diciéndole que es importante una actividad que requiere tiempo, donde la dificultad aumenta el placer, donde se necesita una cierta profundidad para perseverar, frente a los valores que esa sociedad considera como esenciales: la brevedad, la rapidez y la falta de reflexión. La sociedad siempre prefiere al buen consumidor. Una transformación radical de la sociedad, en la cual los valores sean intelectuales, no va a suceder mañana. Una sociedad para la cual lo que importa es el beneficio financiero a todo costo no puede dejar de crear consumidores.

–¿Detrás de parte del discurso de crear lectores estaría la creación sólo de consumidores de libros?

–No, la cuestión es otra. Lo que ocurre es que ningún político puede decir: “Me importa un bledo la lectura; centrémonos en la producción de fideos”. Bueno... debo corregirme. Ningún político no. Sarkozy se preguntó para qué sirve leer La princesa de Clèves, el gran clásico francés. Ningún político argentino sería tan estúpido como para decir para qué sirve leer el Martín Fierro. Aunque no lo haya leído, aunque no lo lea o no le importe. Pero Sarkozy se lo permitió. Que se hagan campañas de lectura no quiere decir que los políticos crean verdaderamente en la formación de lectores profundos. Una campaña en la que se plantea “leamos todos” no significa que están diciéndole a alguien, como decía Kafka: “Un libro debería ser el hacha que sirva para romper el mar helado que llevamos dentro”.

–¿Por qué suele afirmar que traducir es la manera más profunda y crítica de leer?

–La traducción es la lectura más profunda. Y también la escritura más profunda, porque el escritor crea un texto según su conocimiento de la técnica, hasta cierto punto. Pero en gran medida también por intuición, sin saber exactamente por qué. Cuando los críticos encontraban cosas extraordinarias en sus obras, Pavese decía: “Yo no digo que no estén, sólo digo que yo no las puse”. El traductor debe encontrar esas cosas y ponerlas con instrumentos distintos, en un paisaje distinto y según reglas distintas. Es una tarea que parece imposible, pero muchos lo logran de una manera extraordinaria.

–En Conversaciones con un amigo recuerda que tradujo un texto de Borges para el editor italiano Franco María Ricci y que le hizo una objeción a Borges sobre la expresión “los metales de la gloria” como un lugar común. Pero Borges se plantó y la defendió.

–Lo que sucedió fue que le dije que tenía que buscar un lugar común parecido a esa frase para reemplazarla en inglés. Borges me dijo: “¿Lugar común? Cíteme cinco equivalencias de ‘los metales de la gloria’”. Es cierto, tenía razón: él había construido esa frase con palabras únicas. Pero lo que yo quería expresar es que la intención retórica de esa frase era la de crear la impresión de un lugar común, como “los laureles de la fama”. El traductor tiene que hacer un trabajo de reconstrucción conociendo los ecos estéticos y de significado del idioma al cual traduce. Y mientras que en castellano ciertas palabras tienen resonancia, en inglés tienen otra. O no tienen ninguna. No sirve ser fiel cuando se traduce.

–Es una transacción muy compleja la traducción, especialmente cuando el traductor está en diálogo con el autor.

–Siempre es mejor traducir autores muertos para que no opinen (risas). Marguerite Yourcenar, a quien traduje, hablaba bien inglés, pero no era su idioma. Cuando la traducía, había una acumulación de adjetivos que hacía en francés y quedaban muy bien. Pero en inglés resultaban muy pesados, y había que elegir. Hay ejemplos curiosos, como el de Miguel Hernández; es casi imposible traducirlo al inglés. No lo he intentado, pero he leído algunas traducciones muy malas. “La cebolla es escarcha/ cerrada y pobre” es precioso. Se puede decir cebolla en castellano, pero no se puede decir “onion” en inglés; es una palabra horrible. “The onion is frost/, closed and poor.” Aunque sea la misma imagen, las palabras son muy feas en inglés. No sé qué se puede hacer... ¿cambiar todo? Quizá. Toda traducción es reescritura; imaginar que no es así es suponer que los idiomas son perfectamente equivalentes. Si lo que se busca es una fidelidad comprensiva de la traducción, esa fidelidad tiene que venir a través de la traición.

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“La tarea del lector es renovar la sociedad”, sostiene Manguel.
Imagen: Guadalupe Lombardo
 
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