Jueves, 26 de abril de 2012 | Hoy
CINE › MIGUEL MIRRA, DIRECTOR DE DARIO SANTILLAN, LA DIGNIDAD REBELDE
La película, que se estrena hoy en el Espacio Incaa Km 0 Gaumont, indaga en la historia del militante social asesinado hace diez años en la Masacre de Avellaneda. El film incluye material de archivo audiovisual nunca visto hasta la actualidad.
Por Oscar Ranzani
El 26 de junio de 2002 iba a ser, en principio, una jornada de lucha de los movimientos piqueteros y las organizaciones de desocupados en la búsqueda de mejoras sociales. Para ello, habían planificado cortar los accesos a la ciudad de Buenos Aires. Uno de ellos era el Puente Pueyrredón. Aquello que buscaba ser un ejemplo de unidad pronto se transformó en tragedia. El gobierno interino del senador Eduardo Duhalde ordenó una feroz represión y los jóvenes militantes del Movimiento de Trabajadores Desocupados (MTD), Maximiliano Kosteki y Darío Santillán fueron asesinados por efectivos policiales. La Masacre de Avellaneda, tal como se la conoce porque la represión se desató en el Puente Pueyrredón y en la estación de tren que lleva el nombre de esa localidad del conurbano bonaerense, produjo una bisagra en la gestión presidencial de Duhalde, que ya venía siendo seriamente cuestionada. A tal punto modificó el futuro, que Duhalde cambió la fecha de convocatoria a las elecciones presidenciales, previstas para octubre de 2003 y que finalmente se produjeron en abril de ese año.
Si bien esto es lo que se conoce públicamente y a grandes rasgos del militante del MTD, poco era lo que se sabía del resto de su vida. Hasta ahora. Por eso, el cineasta Miguel Mirra guionó y dirigió el documental Darío Santillán, la dignidad rebelde, que se estrena hoy en el Espacio Incaa Km 0 Gaumont (Rivadavia 1635). En el film, Mirra indaga en la vida de Santillán desde cuando era un niño y se crió en el Barrio Don Orione. Y para ello, recurre a los testimonios de sus familiares, quienes encarnan la parte más emotiva del documental. A través de estos relatos y de los de otros compañeros que lo conocieron, Mirra va abriendo el abanico temático. Así se advierte la sensibilidad social que Santillán tuvo desde pequeño. Como ejemplo, a los 15 años expresó la necesidad de aprender primeros auxilios. A través del relato de diferentes personas que lo conocieron, el film expone la pulsión solidaria que Santillán manifestó desde sus primeros pasos en el colegio secundario, donde pudo canalizar sus incipientes inquietudes políticas y sociales. Algo destacable del documental de Mirra es que presenta una gran cantidad de material de archivo audiovisual que, por ejemplo, muestra a Santillán en una asamblea donde se debatía la necesidad de ocupar unas tierras para gente muy pobre. “Yo tenía una idea muy vaga de quién era Darío Santillán. Pero después, empezando a hablar y a investigar, me di cuenta de que no era un pibe cualquiera. Era un pibe con muchas inquietudes sociales y de todo tipo. El quería saber, aprender. Y era un referente, un líder”, comenta Mirra en diálogo con Página/12. Respecto de por qué sólo narra la vida de Santillán y no la de Kosteki, Mirra explica que esa decisión tuvo que ver “con que ésa fue la idea inicial”. Pero agrega: “Al final del documental se lo menciona a Maxi, se lo pone en el mismo contexto que Darío”. Por otro lado, el documentalista sostiene que apenas empezó a indagar en la vida de Darío Santillán le interesó su figura. “La de Maxi no la conocí tanto. Probablemente haya que hacer algo. Lo que pasa es que Maxi recién llegaba a la militancia social. Darío ya tenía mucha más experiencia. Y me conmovió todo eso.” Mirra aclara que el documental “no es sobre la Masacre de Avellaneda sino sobre Darío y la relación con su entorno”.
–¿Lo definiría, entonces, como una historia de vida?
–Sí, una historia de vida con el protagonista ausente. En las historias de vida está presente. No llega a ser una biografía, porque la biografía es otra cosa, pero tiene algo biográfico.
–Si bien el documental no se centra en la Masacre de Avellaneda sino que hurga en aspectos desconocidos de la vida de Santillán, por un lado está el relato de su vida privada y pública, y por otro, el de la masacre. Son como dos vertientes. ¿Por qué buscó complementar estos dos relatos?
–Porque la trascendencia social de Darío en el presente tiene que ver con que fue asesinado. Entonces, eso no podía faltar porque es lo que le llegó a la gente durante estos diez años. Por un lado, su muerte y su acto solidario, porque a él pudieron matarlo porque se quedó a ayudar a Maxi Kosteki. Todo ese aspecto es muy importante porque terminó su vida como la vivió. La idea era mostrar que no fue casualidad que él estuviera ahí. No es que por casualidad se quedó con Maxi, sino que toda su vida, aun desde muy chico, cuando hizo el curso de primeros auxilios para ayudar a los otros, cuando iba a buscar alimentos para darles a los inundados, era así. La Masacre de Avellaneda tiene un pasado: una vida y un compromiso que Darío fue construyendo desde muy chico. Ese último acto solidario es coherente con su vida. Por eso, los dos aspectos.
–Otro de los aspectos relevantes del documental es el material de archivo audiovisual que muestra a Darío Santillán interviniendo y buscando soluciones en conflictos sociales. Son imágenes nunca vistas hasta el momento. ¿Cómo accedió a ellas?
–Estuvo repartido en diferentes lugares. Y básicamente, lo más importante lo tenía el MTD de Lanús. Justamente, fue el material que ellos me ofrecieron para poder hacer el documental. Nosotros, como Movimiento de Documentalistas, también teníamos algunas cosas. Es muy valioso. Nunca se lo había visto a Darío más allá de algunas tomas aisladas, un noticiero de Crónica TV, y cuando lo matan. Pero es la primera vez que se va a ver su vida y su militancia.
–¿Cómo fue el encuentro con los familiares?
–Bueno, él tenía tres hermanos. Bah, tiene. Vamos a considerarlo vivo. Y Darío, entre otras cosas, armó una fábrica de bloques de cemento para la construcción en el Barrio La Fe. Y esa bloquera sigue funcionando. Y uno de los referentes es su hermano Leo Santillán. O sea, que no está lejos. Alberto, el padre, sigue trabajando como enfermero y él reivindica a su hijo. Muchas veces pasa que padres que pierden a sus hijos reniegan de las razones por las cuales los perdieron. Alberto no: reivindica la militancia de Darío, su compromiso social, está siempre presente en todas las actividades y actos que se hacen para reclamar justicia o que se castigue a los responsables políticos de esa masacre, porque solo están presos los asesinos materiales.
–A casi diez años de ocurrida la Masacre de Avellaneda, ¿cómo analiza el impacto político que tuvo?
–Le costó la presidencia a Duhalde, parece. Dicen, yo no estuve en la interna. En el momento tuvo un impacto muy grande, paralizando por un tiempo los reclamos y las luchas. Me parece a mí, es una impresión o una intuición, más que una comprobación sociológica. Me parece que fue un golpe duro para los movimientos. Y también para el gobierno de ese momento. Hay como una bisagra. Porque después, la política que no podía aparecer, no por esa razón, pero en ese contexto, pudo reciclarse y lograr cierto equilibrio. Entre el 19 y 20 de diciembre de 2001 y junio de 2002 fue un momento donde el poder no existió, estaba diluido. Y me parece que el 26 de junio empieza a cerrar esa etapa.
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