Martes, 4 de diciembre de 2012 | Hoy
LITERATURA › DIEGO ERLAN PRESENTA SU PRIMERA NOVELA, EL AMOR NOS DESTROZARá
La de Erlan es una invitación al abismo de lo que significa ir pasando de los juegos infantiles a la cerveza, el rock y el sexo sin una jodida guía responsable en todo el tramo. “Está bueno ver el mundo por primera vez a través de un chico”, dice.
Por Luis Paz
Agustín es capaz de darse cuenta de la mediocridad y del sinsentido a los que están sometidos los vagos adultos que tiene alrededor, y ofrece una resistencia evasiva pero constante contra ese sino. Su problema es que no puede reaccionar radicalmente ante eso: el silencio sempiterno de su familia en torno del suicidio de su hermana Soledad ha terminado enmudeciéndolo a él y desintegrando sus horizontes. Al igual que Holden de El guardián entre el centeno (Salinger), Ignatius de La conjura de los necios (Kennedy Toole) y Matías de Cómo desaparecer completamente (Mariana Enríquez), al personaje central de El amor nos destrozará (Tusquets Editores), la primera novela del periodista, crítico y escritor Diego Erlan, lo han condenado a una sistemática imposibilidad de resolver, de la que sólo y solo se declarará sobreseído cuando comience a tomar decisiones. La obra de Erlan es una novela de educación sentimental, iniciación e intrigas en el seno de una familia disfuncional de clase media y derrumbada, pero también una invitación al abismo de lo que significa ir pasando de los juegos infantiles a la cerveza, el rock y el sexo sin una jodida guía responsable en todo el tramo.
Construida en base a personajes con pocas pero grotescas características y en dos grandes grupos –varones estériles en su poder de resolución y mujeres perceptivas que le enfrentan a Agustín sus más grandes dramas, comenzando por Soledad–, El amor nos destrozará es, ante todo, una novela muy bien escrita, magnética y de reposada ferocidad. Ocurre en un verano varado en la niñez y en un pueblito infernal, pasa por una década en la adolescencia y en una ciudad opresiva y pervive en toda una vida en ese “no lugar” que es la invisibilidad y el silencio al que los desangelados, como Agustín, son enviados sin ticket de regreso. “Una de las pocas certezas que tuve al reescribirla, porque había una versión anterior, fue enfocarme en las incertidumbres de nuestras vidas y nuestros pasados: cuánto de lo que creemos no fue así o fue una construcción fantasiosa. Quería hacer algo que trabajara sobre el quiebre de la memoria y sobre cómo nos convertimos en las personas que somos y cómo perdimos a las otras personas que fuimos antes”, rubrica el autor (Tucumán, 1979).
El discurso fragmentado de la memoria de Agustín es retomado por Erlan como dispositivo de una narración en la que pasado y presente se retroalimentan y retrovomitan sin masticar, por la que desfilan amigos fugaces, padres ausentes, tíos okupas, novias tetonas, hijos de porteros, dueños de disquerías y un memorable grupo de jóvenes bohemios con su pequeña revolución, Los Invisibles. Muchos de los personajes, de los trabajos que cada uno tiene, de las músicas que los emocionan o los convocan, tienen de hecho que ver con Erlan: “Todos los conceptos y las obsesiones también son propios y autobiográficos. No es una novela autobiográfica, pero presenta muchas cuestiones de mi vida de forma deformada y amplificada por la obsesión y obviamente, la fantasía e imaginación. Es la única manera que veo en que yo pueda escribir; mostrar y exhibir eso descarnadamente”, dice.
–En ese proceso, ¿que ocurrió con su proveniencia de la crítica literaria, la pedagogía y el periodismo a la hora de producir literatura?
–Cuando trabajo una nota, intento que la historia y el relato se cierren en el lector; de concebir un personaje con determinados rasgos esenciales que lo reflejen mejor que una descripción detallada. Es que la escritura de ficción fue antes incluso de empezar a estudiar periodismo, y siempre tomé al periodismo como ejercicio permanente para la ficción, un concepto que tomé de García Márquez. Y creo que hacer periodismo es ejercitar la mirada sobre el mundo para que sea particular, interesante y choque contra ese mundo, para ver qué ocurre. Me parece que ése es un ejercicio al que hay que meterse para escribir. Y también está bueno ver el mundo por primera vez a través de un chico.
–El gran problema de este chico, que es Agustín, parece ser definir cómo enfrentarse a los conflictos que el resto crea y que él apenas si recibe. Se dedica a resolver más que a generar.
–La pregunta que me hice fue por qué tenía que resolverlos. El conflicto que recorre a la novela es la toma de decisiones y el desenlace es la capacidad de tomar una decisión sobre su vida y pasado.
–Pero en ese camino choca, y usted a través de Agustín, contra un montón de prohibiciones culturales, morales y sexuales, como su compulsión por la masturbación, por caso. ¿Por qué?
–Porque está trabajando en contra de lo que pienso y me parece que genera algo y eso, para la ficción, que construye su propio universo moral, es interesante. Trabajando la incorrección se logran personajes y rasgos contradictorios. Para mí el personaje tiene que ser contradictorio, el villano y el superhéroe me parecen aburridos. A veces me encuentro diciendo cosas que jamás diría, pero tengo que llegar a ese lugar en la ficción, entrar en trance para acceder a lo que no sabía que podía pensar.
–Algo similar le pasa a Agustín: a medida que crece, toma algunas decisiones imprevistas.
–Me parece que el chico no quiere bajar la cabeza porque es habilitar la mediocridad. Pelea contra la mediocridad, la dejadez y el aburrimiento. No lo logra, pero lucha contra eso. Son las mujeres las que lo activan y los personajes más inteligentes, las que saben qué esta pasando y no tiemblan. El y los otros chicos están más perdidos. Me parece que su padre representa el fracaso de la generación de mis padres y Agustín también se rebela contra ese padre que no sigue siéndolo. El chico está sin gritar, porque no puede hablar, prácticamente, pero pidiéndole que vuelva a ser padre. Choca contra eso y empieza a construir su historia; y ahí aparecen el fracaso y lo imprevisto. Si empezamos a ser padres de nuestros padres es porque empezamos a madurar. Y en este punto del lenguaje y el habla, Agustín está atravesando la frontera entre lo semiótico y lo semántico, entre el puro lenguaje y la capacidad de construir un discurso con el que él pueda comprender lo que pasa y le está pasando.
–De hecho, Los Invisibles lo llaman El Mudo y él incluso se niega a hablar en el programa de radio que encaran. Quizás eso implicaría que pierda la poca identidad que le dejaron tener.
–Claro, es el símbolo: él no habla nunca, le dicen El Mudo y después se niega a participar de un programa de radio, que es algo que cualquier pibito quiere tener. Ahí se queda en su amargura. El silencio es lo que erosiona a esa familia, el no poder resolver esos temas es lo más conflictivo y por eso la madre se evade. La madre apagó su interruptor. Me parece muy interesante retratar a la clase media, sus miserias y su falta de ambición cuando podrían crecer mucho más. Esa falta de ambición me genera incomodidad y con esta novela me pregunto por qué no podés levantarte de una muerte y reconstruir todo. Hay un capitalismo existencial que les rompió la cabeza, el corazón y el espíritu.
–Lo que le permite a Agustín rearmar el relato fragmentado, su personalidad y rearmarse a sí mismo es una bolsa negra en la que encuentra los casetes de su hermana. Y en uno de ellos está grabada una y otra vez “Love Will Tear Us Apart”, la canción de Joy Division de la que tomó el título de esta novela. ¿Por qué eligió valerse de la música y de esa canción?
–La música me sirve para tratar de capturar ritmos, sensaciones. Son como los poetas de Bolaño, ese tipo de figuras. Rockeros, poetas... una bohemia, gente que no intelectualiza demasiado porque tampoco me interesa ponerme demasiado intelectual en el relato, más allá de que adore a Saer y a Fogwill, que es el escritor más rockero que tuvimos y que vamos a tener en mucho tiempo. Sabía que quería trabajar sobre esa canción, pero los casetes fueron algo que surgió. Una bombacha, otro elemento que aparece, no dice nada más: la bolsa negra es misteriosa. Escribo con referencias a la música porque si la literatura me va a cagar a trompadas (que lo hace siempre, porque escribir es pelar contra un monstruo gigante que te caga a trompadas), tengo que aferrarme a cosas que me sean familiares y me conmuevan.
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