Domingo, 30 de diciembre de 2012 | Hoy
LITERATURA › BALANCE DE LA PRODUCCIóN LITERARIA DURANTE 2012
Durante el año se publicaron más de 27 mil títulos nuevos, que contabilizaron 96 millones de ejemplares. Además hubo 3840 reimpresiones, que sumaron más de 13 millones. La mayoría de los mejores libros salió de las editoriales independientes.
Por Silvina Friera
Como un pequeño cuaderno de memorias que se garabatea al compás de la arbitrariedad de la evocación, los mejores libros publicados durante este año –la mayoría por editoriales independientes– pone en un primerísimo plano un universo de heterogeneidades que puede eclipsar esa fatalidad inscripta en la novedad. Unas cifras dan cuenta de la salud editorial argentina: 27.482 títulos registrados, 96 millones de ejemplares impresos, 3840 reimpresiones y 13.450.000 ejemplares reimpresos, desde el 1o de enero hasta el 27 de diciembre inclusive, según datos suministrados por la Cámara Argentina del Libro (CAL). No es una ironía que en este listado provisorio haya un enigma de “autoría” sobre el Kanginshu, una joya de la literatura japonesa reunida bajo el título Los cantos en el pequeño paraíso (Emecé), traducida por Masateru Ito. Parece que fue un ermitaño quien recopiló estos cantos; se cree que era el poeta de la renga –canción encadenada– Saiokuken Socho (1448-1532). Tampoco debería extrañar que el podio lo tenga por varias cabezas Visto y oído, de Hebe Uhart, publicado por Adriana Hidalgo, “la última editorial del siglo XX”. Cada una de las crónicas de sus viajes rompe en mil pedazos la mirada. Cada ínfimo detalle que ella registra subrepticiamente expande el campo de las percepciones. Hasta la letra chica de un diario de Asunción provoca un festín. “‘La iglesia de San Antonio arreglada: tiene baño moderno, sexado y nueva lumínica’. ¿A qué me suena este lenguaje? A capricho exuberante, pero tal vez tenga que ver que en guaraní el sustantivo y el adjetivo funcionan a veces como verbo. Es como un sustantivo movido y campanudo”, señala en una de las crónicas.
“Para armar un libro hay que hacer/ como las modistas que cosen/ siempre del lado de adentro/ y cuando dan vuelta la tela esas costuras/ que ellas trabajaron confiadas/ desaparecen para ver/ un aceptable/ lado de afuera”, se lee en uno de los poemas incluido en La novela de la poesía (Adriana Hidalgo), la poesía reunida de Tamara Kamenszain, esa “sujeta” que ha trascendido la primera persona y ha ensayado múltiples máscaras, reformulando y cuestionando sus propias convicciones, como si cultivara una conciencia refractaria a las normas. “No corregí nada porque el delito ya se cometió, ¡qué querés que haga! Van a publicar las futuras pruebas de la infamia; esas pruebas no las puedo corregir”, dijo Juan Gelman en noviembre del año pasado cuando Página/12 lanzó su Poesía reunida por entregas, desde Violín y otras cuestiones hasta El emperrado corazón amora, que luego la editorial Seix Barral publicó en un único tomo de más de 1300 páginas.
Volver sobre los poemas de Olga Orozco es como acariciar un talismán. En Poesía Completa –editada por Adriana Hidalgo– se recogen los once poemarios que publicó y un libro póstumo, agrupado bajo el título Ultimos poemas. Las distintas entonaciones de la voz de la hechicera se potencian con otra delicia: la compilación de su obra periodística en Yo. Claudia (Ediciones en Danza), piezas memorables de su labor en la revista femenina homónima –rescatadas por la poeta Marisa Negri–, en las que Orozco se probó el ropaje de ocho seudónimos, entre los que se destacan la desopilante Valeria Guzmán del consultorio sentimental con las lectoras. Una joyita exclusiva es Alejandra Pizarnik/ León Ostrov. Cartas, el epistolario entre la poeta y su primer psicoanalista, editado por Eduvim (Villa María, Córdoba). El que nada tiene. Eso significa literalmente el seudónimo literario de Mu-san Baek, poeta obrero y budista coreano que presentó El tiempo humano (Bajo La Luna) en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, un poemario de una belleza y hondura tan inasibles como el vacío y el silencio.
Otra pequeña editorial que ofreció dos encomiables “sorpresas” es Letranómada con El silbador, de Ondjaki –joven escritor angoleño, traducido por primera vez en la Argentina por Florencia Garramuño– con esa voz de otro mundo, la de un forastero que silba melodías en la iglesia de una minúscula aldea africana; un silbido que escapa de los límites del poder humano. Y con En Rimbaud Tilcara de Remo Bianchedi, poeta y artista plástico que “desacata todo lo previsible con un humor y una inteligencia desbordantes”. Personaje memorable es Lucio Andrade, pianista de típica, “un letrista aceptable”, devenido librero, protagonista de Andrade, de Alejandro García Schnetzer, publicada por Entropía; una fábrica de hallazgos que muestra “los olvidos y los límites de la lengua”. Otro personaje que le sigue los pasos, es Alfred Dust –el escritor que no escribe– de Otra vez me alejo, del puertorriqueño Luis Othoniel Rosa, también editada por Entropía. Dos personajes femeninos se imponen: la periodista Verónica Rosenthal, que investiga el suicidio de un conductor de trenes y el enigma de un juego siniestro protagonizado por niños en La fragilidad de los cuerpos (Tusquets), de Sergio Olguín; y Elena, audaz Penélope del siglo XXI, impugna el paradigma de la fidelidad conyugal, en Hablar solos (Alfaguara), de Andrés Neuman. La vigorosa traducción de la literatura coreana en el catálogo de Bajo la Luna trajo otra perla: Mandala de Seongdong Kim, las peripecias de un monje budista disoluto de 32 años, entregado al alcohol, al tabaco y las mujeres. Hay otra perla “casi oriental”: Borgestein de Sergio Bizzio (Mondadori), una novela de atmósferas y estados mentales próxima a cierta literatura japonesa.
A la hora de zambullirse en una gran caja de Pandora, nada mejor que los once cuentos magistrales de Lecciones para un niño que llega tarde del joven narrador peruano Carlos Yushimito, editado por Duomo, donde abundan niños siniestros y naturalmente encantadores. También son once los cuentos que integran El libro de los viajes equivocados, de Clara Obligado, publicado por Páginas de Espuma; una constelación de azares y coincidencias que reavivan eso que el lector a veces suele perder en el camino: el asombro y la perplejidad. “Cuentan que esos peces tienen el poder de hacer del tiempo una sustancia, igual que el viento lo hace con el aire. Y que en noches así, las luces que brillan en el agua se vuelven a ordenar, y todo lo que está escrito en el cielo se puede reescribir”, se dice en uno de los relatos de El último joven, de Juan Ignacio Boido, editado por Seix Barral; textura admirable enlazada por la tentativa de narrar una época, los años ’90, a través de los sueños. Así como merodea el fantasma de Roberto Bolaño en el cuento final, también persiste la felicidad de haber visitado las 197 páginas del primer libro de Boido.
“La fama, que ya no logré, ya no la quiero./ Mejor quedarme quieto aquí, pensé,/ en el centro del jardín,/ (...) Alucinado con moderación, como los gatos,/ y a cada instante, y siempre/ alejado por completo de mí y de mi nombre.” Esto escribió y confesó en uno de sus poemas. Aunque estuvo en el país por segunda vez con su nueva novela, La luz difícil (Alfaguara), definitivamente “una obra maestra”, Tomás González sigue siendo “el secreto mejor guardado de la literatura colombiana”. El protagonista de su nueva novela es David, un pintor colombiano viudo, casi octogenario, que intuye que “el mundo es inestable como casa en llamas”. Imposibilitado de pintar, a duras penas redacta sus memorias en el 2018, en su finca de La Mesa, acompañado por Angela, su empleada doméstica, que será la encargada de escribir el final de esos papeles –y el de la novela– con su ortografía descarriada. Al repasar su vida, emerge el recuerdo de su hijo y el accidente que lo dejó parapléjico. Jacobo –el hijo–, que no puede soportar los dolores, decide tener una muerte digna. La luz difícil es la evocación de esa espera desgarradora de los padres, narrada como si el eco de esa muerte nunca llegara a producirse.
Dos novelas podrían entablar un diálogo fructífero. En Los pasajeros del Anna C. (Edhasa), Laura Alcoba reconstruye el itinerario de un grupo de jóvenes, “Los cinco de La Plata”, que viaja a Pinar del Río con el fin de prepararse política y militarmente para la revolución que se avecinaba, a fines de la década del ’60. Alcoba nació en La Habana y tenía poco más de un mes de vida cuando realizó la travesía a bordo de ese barco que partió de Génova hacia la Argentina; regreso que clausuró el capítulo cubano de una experiencia fallida. “La afición por el secreto que cultivó toda una generación de revolucionarios: he aquí la primera valla a que me enfrento –confiesa la narradora en las primeras páginas de la novela–. Discreción y clandestinidad. Maestría en el arte de borrar las pistas. En toda circunstancia, ocultamiento, impostura y apariencias falsas.” En Una misma noche, Premio Alfaguara de Novela, Leopoldo Brizuela explora el comportamiento de la sociedad civil durante la última dictadura militar. “Se dice que somos los relatos que nos contamos sobre no- sotros mismos –advierte el narrador–. Pero también somos aquello que no podemos expresar en ningún relato.”
Una de las novelas más impactantes de este año es Cámara Gesell, de Guillermo Saccomanno, publicada por Planeta. “Esta noche, hipócrita lector, mi semejante, mientras estás empezando a leer este libro, novela, cuentos, crónica, como más te guste llamar estas prosas, migas de la nada, esta noche de helada, el mar tan cercano y ajeno, ahí nomás, en esta Villa, mayo, junio, julio, agosto, septiembre, que más da, en cualquiera de los meses fuera de temporada, acá, en su chalet del Pinar del Norte, alguien, un agrimensor progre se está garchando a su nene, alguien, un mecánico, en una casa de chapa de la Virgencita está fajando a su mina...” Ese comienzo –amputado porque las líneas no alcanzan– es quizás uno de los más apabullantes y mejor escritos de lo publicado durante este año. No hay tregua ni respiro posible. Una sensación similar sucede con Situación de peligro, novela de Saccomanno reeditada por Astier Libros, centrada en la compleja relación padre-hijo. “Nuestras obras deben asustar, crear dolores de cabeza, preocupar, ponerlo todo en cuestión. Es, por supuesto, una literatura del escándalo”, decía Carlos Correas. Los jóvenes, editada por Mansalva, se inscribe en esta radicalidad que supo concebir el narrador, ensayista y filósofo argentino.
Sangre en el ojo (Eterna Cadencia), de Lina Meruane, ganadora del Premio Sor Juana Inés de la Cruz, bosqueja un extraordinario periplo clínico-existencial de una escritora chilena que vive en Nueva York. Ante la inminencia de la ceguera, el tejido de rencores, angustias y deseos perversos que articula Meruane cifra las zonas de ambigüedad donde la enfermedad se escribe en el cuerpo de la protagonista y en de la sociedad chilena. “Su mal viene de más lejos, doctor”, capta el oído de un desdichado profesor de arte, argentino extraviado en España, que se refugia en una abadía cerca de Avila, lugar donde al fin encuentra su aciago destino europeo. La novela Seres desconocidos, de Mariano García, publicada por Adriana Hidalgo, se impone como un sortilegio de las ruinas. “Quizás haya que inventar una literatura y un arte que creen novedad, no como una ruptura que borre las huellas del pasado, sino como la introducción de paradojas en los discursos existentes, en el discurso del presente”, plantea el narrador de Una belleza vulgar (Mardulce), de Damián Tabarovsky, invitado por Página/12, junto con Oliverio Coelho y Horacio González, a bosquejar su propio trayecto de recomendaciones (ver aparte).
Cómo no celebrar la edición definitiva en un único tomo de Historia del pueblo argentino, de Milcíades Peña, lanzada por Emecé. Este intelectual “aguafiestas” no deja mito en pie –desde el “espíritu democrático” de la Revolución de Mayo, el “progresismo rivadaviano”, hasta el carácter “revolucionario” del peronismo– en “la más consistente interpretación integral de la historia argentina llevada a cabo desde una perspectiva marxista”, pondera Horacio Tarcus en el estudio preliminar. Un ensayo fundamental para hurgar en las narraciones políticas del siglo XX argentino es Rebeldes y confabulados, de Dardo Scavino, editado por Eterna Cadencia. Una pieza ineludible es la Antología esencial de Carlos Monsiváis (Mardulce), libro de referencia que reúne los principales artículos, retratos y crónicas del “velocista de la prosa”, como lo define Juan Villoro. En Informes de Lectura. Cartas a Montale, de Roberto “Bobi” Bazlen, el hombre que leyó los mejores libros de la literatura europea, publicado por La Bestia Equilátera, los fragmentos de Bazlen conforman una “telaraña infinita” de anotaciones breves y esbozos flotantes de un lector que escribe. Año movido y “campanudo” podría ser la síntesis “perfecta” de este 2012.
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