Domingo, 30 de diciembre de 2012 | Hoy
LITERATURA › OPINIóN
Por Damián Tabarovsky
De entrada, antes que en libros, pienso en varios proyectos editoriales, como las ediciones facsimilares de revistas culturales argentinas que viene publicando la Biblioteca Nacional, de manera notable. Pienso también en otros catálogos de editoriales latinoamericanas cuya ausencia en nuestras librerías informa sobre la dificultad de circulación de los textos en el capitalismo globalizado, como la editorial Tumbona, de México; Hueders de Chile; y las ediciones de la Universidad Diego Portales, también de Chile, de quien algunos libros se encuentran a cuentagotas en librerías de Palermo (no entiendo tampoco por qué no hay una buena librería donde conseguir libros brasileños, en portugués).
Si publicar libros es saldar viejas deudas, la edición en castellano de El absoluto literario de Philippe Lacoue-Labarthe y Jean Luc Nancy, en la editorial Eterna Cadencia, cumple perfectamente con esa misión. No se quién publicará el año que viene o el otro, Peuples exposés, peuples figurants, de George Didi-Huberman, aparecido hace poco en Francia, pero cuando eso ocurra, contará con mi voto (frase paradójica: nada más alejado de la democracia que la literatura). En narrativa, disfruté mucho de Andrade, de Alejandro García Schnetzer (Entropía) y de La interpretación de un libro, de Juan Becerra (Candaya). Tengo un razonable y muy justificado prejuicio hacia esos temas, por eso no había leído La carne de Evita, de Daniel Guebel, finalmente lo hice, y encontré allí un muy agudo relato, llamado “La infección vanguardista”.
Sobre Lo impropio de Diego Tatián (Excursiones) ya me explayé en algún otro lado, mejor no repetirme. Y por razones de estricto orden privado, no me expresé sobre La pregunta por lo acontecido (La cebra) de Alejandro Kaufman, en el diario de oposición donde escribo regularmente, lo hago entonces en Página/12. Ambos ensayos expanden el horizonte de discusión de la crítica contemporánea. Llegado a este punto, con alegría y entusiasmo, paso entonces a pronunciar la frase menos trillada del periodismo cultural “con ustedes... ¡El libro del año!”. Quiero decir, los dos libros del año: Paulicea desvariada, de Mário de Andrade, publicado por Beatriz Viterbo, en versión de Arturo Carrera y Rodrigo Alvarez. Escrito en 1921, obra cumbre del modernismo brasileño, encierra una clave para leer la modernización urbana (“¡Horribles las ciudades!/ vanidades y más vanidades...”), la época en que la literatura llamaba a oponerse al mundo (“¡Yo insulto a las aristocracias cautelosas!”), y el deseo irredento de encontrar alguna clase de reconciliación entre vida, ciudad y poesía: “¡Oh! ¡¡¡este orgullo máximo de ser paulistamente!!!!”.
El segundo libro lo encontré la semana pasada en una librería de viejo, y va a acompañarme todo el verano: una gran antología, de casi 900 páginas, de Samuel Johnson, en Oxford Univesity Press, en la colección The Oxford Authors que dirigía Frank Kermonde.
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