Lunes, 31 de marzo de 2014 | Hoy
LITERATURA › HOY SE CUMPLE EL CENTENARIO DEL NACIMIENTO DE OCTAVIO PAZ
Polémico y controversial, el autor de Libertad bajo palabra sigue siendo objeto de disputa y de análisis cruzados. Más allá de su talento literario, su posición política fue la de un individuo convencido de que “el espíritu crítico es la gran conquista de la edad moderna”.
Por Silvina Friera
El poeta mexicano más universal, único Premio Nobel de Literatura de su país en 1990, ha sembrado un espiral de interrogaciones sobre “el olvidado asombro de estar vivos”. Si todo poema es circunstancial y lo perdurable está en la agudeza del discurso poético –como él mismo postulaba–, el centenario del nacimiento de Octavio Paz –que se cumple hoy– y los homenajes que se multiplicarán durante todo este año (ver aparte) son circunstancias que suelen imponer una “versión definitiva”, si es que existe algo que pueda darse por concluido. La cuestión se complica más con la torrencial obra de Paz y los vasos comunicantes entre poesía y pensamiento, entre “objetos verbales inacabados” y ensayos; movimientos abiertos a todos los caminos, incluida la experimentación con las vanguardias, el flirteo con el surrealismo francés, la apropiación de las culturas indias y orientales y la tradición. “Oh vida por vivir y ya vivida,/ tiempo que vuelve en una marejada/ y se retira sin volver el rostro,/ lo que pasó no fue pero está siendo/ y silenciosamente desemboca/ en otro instante que se desvanece”, se lee en una estrofa del extenso poema “Piedra de sol”, una joyita compuesta por 584 versos endecasílabos que él definía como una “frase circular”, porque el poema acaba donde comienza o se inicia donde termina.
Supo que su destino sería escribir en la adolescencia, mientras leía las páginas de L’amour fou, de André Breton. Paz nació en Mixcoac, México, el 31 de marzo de 1914, durante la Revolución Mexicana. El futuro homo poeticus era hijo de Octavio Paz Solórzano, escribano y abogado que trabajó para Emiliano Zapata y que estuvo involucrado en la reforma agraria que siguió a la revolución. Los contrastes ideológicos estaban en el ADN familiar. Su abuelo paterno, Ireneo Paz, fue novelista y soldado del ejército del dictador Porfirio Díaz. A los dos años llegó a Estados Unidos, donde su padre fue enviado como representante de Zapata. Volvió a México en 1920 para estudiar sucesivamente en el Colegio Williams, en el Colegio Francés Morelos y en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). En 1937 viajó a España y en tiempos de la Guerra Civil participó del II Congreso Internacional de Escritores (antifascistas) en Valencia, donde se codeó con Pablo Neruda, Nicolás Guillén, Vicente Huidobro, Alejo Carpentier, César Vallejo y Raúl González Tuñón, entre otros, en el que expresó su solidaridad con los republicanos. Ahí conoció a muchos poetas de la llamada “generación del ’27”. Un año después de nuevo en México sería uno de los fundadores de la revista literaria Taller, donde escribió hasta 1941. Luego, Beca Guggenheim mediante, rumbearía hacia los Estados Unidos. En 1945 empezó una carrera diplomática que pronto lo llevaría hacia Francia, donde escribió El laberinto de la soledad, un ensayo celebrado como el documento por excelencia de la “mexicanidad”, un estudio heterodoxo de la decantación del proceso histórico en el registro popular del lenguaje.
La primera etapa de su poesía está reunida en Libertad bajo palabra (1935-1957). La influencia del surrealismo en Paz no se limitó al automatismo de la escritura espontánea ni a la concepción de la imagen poética como cápsula explosiva por la unión de dos realidades contrarias. Para el poeta mexicano fue decisiva “la idea de poesía como actividad subversiva” a un tiempo crítica del mundo y medio de conocimiento, destrucción de la moral y la lógica imperante y visión suprema de la realidad. En el prólogo de Los hijos del limo (1974) plantea que “un poema es un objeto hecho del lenguaje, los ritmos, las creencias y las obsesiones de este o aquel poeta y de esta o aquella sociedad”. Y añade que “el sentimiento y la conciencia de la discordia entre sociedad y poesía se ha convertido, desde el romanticismo, en el tema central, muchas veces secreto, de nuestra poesía”. En este libro procura describir, desde la perspectiva de un poeta hispanoamericano, el movimiento poético moderno y sus relaciones contradictorias con lo que llamamos modernidad.
Clasificar es no entender
“Apenas desviamos los ojos de lo poético para fijarlos en el poema, nos asombra la multitud de formas que asume ese ser que pensábamos único. ¿Cómo asir la poesía si cada poema se ostenta como algo diferente e irreductible? La ciencia de la literatura pretende reducir a géneros la vertiginosa pluralidad del poema –plantea Paz en El arco y la lira (1956), libro por el que obtuvo el premio Xavier Villaurrutia–. Por su misma naturaleza, el intento padece una doble insuficiencia. Si reducimos la poesía a unas cuantas formas –épicas, líricas, dramáticas–, ¿qué haremos con las novelas, los poemas en prosa y esos libros extraños que se llaman Aurelia, Los cantos de Maldoror o Nadja? Si aceptamos todas las excepciones y las formas intermedias –decadentes, salvajes o proféticas– la clasificación se convierte en un catálogo infinito. Todas las actividades verbales para no abandonar el ámbito del lenguaje, son susceptibles de cambiar de signo y transformarse en poema: desde la interjección hasta el discurso lógico. No es ésta la única limitación, ni la más grave de las clasificaciones de la retórica. Clasificar no es entender. Y menos aún comprender. Como todas las clasificaciones, las nomenclaturas son útiles de trabajo. Pero son instrumentos que resultan inservibles en cuanto se les quiere emplear para tareas más sutiles que la mera ordenación externa. Gran parte de la crítica no consiste sino en esta ingenua y abusiva aplicación de las nomenclaturas tradicionales. Un reproche parecido debe hacerse a las otras disciplinas que utiliza la crítica, desde la estilística hasta el psicoanálisis. La primera pretende decirnos qué es un poema por el estudio de los hábitos verbales del poeta. El segundo, por la interpretación de sus símbolos. El método estilístico puede aplicarse lo mismo a Mallarmé que a una colección de versos de almanaque. Otro tanto sucede con las interpretaciones de los psicólogos, las biografías y demás estudios con que se intenta, y a veces se alcanza, explicarnos el por qué, el cómo y el para qué se escribió un poema. La retórica, la estilística, la sociología, la psicología y el resto de las disciplinas literarias son imprescindibles si queremos estudiar una obra, pero nada pueden decirnos acerca de su naturaleza última.”
“Mi entusiasmo, mi admiración y mi alegría frente a su obra no son actitud de novicio sino de reconocimiento –por fin– de un trabajo profundo y completo sobre algo que es con mucho uno de los fuegos centrales, si no el mismísimo fuego central del hombre”, le escribe Cortázar en una carta fechada en París, el 31 de julio de 1956, luego de leer y releer El arco y la lira. “Octavio, yo creo que usted ha mostrado en su libro lo que me parece ser la característica más profunda del pensador, del ensayista latinoamericano –y muy en especial del mexicano y argentino–. Me refiero a esa posibilidad que nos ha sido dada (y de la que todavía hacemos poco uso) de conocer y de explorar un tema desde todos sus ángulos, sin la reducción inevitable a un modo de pensar, a una cultura dada, que es el signo fatal de los trabajadores europeos”, reflexiona el escritor argentino en esta carta incluida en el segundo tomo de Cartas (Alfaguara). “Lo que usted ha descubierto sobre el ritmo me parece magnífico. No sé si ‘descubierto’ es la expresión justa; lo es, al menos, en lo que a mí se refiere, porque después de leer miles de páginas sobre el ritmo, no encontré jamás una intuición como la que usted señala y explora: la de que el ritmo es sentido de algo, y que no es medida, sino tiempo original. Y visión del mundo, e imagen del mundo. Cuando se ha entendido esto (y ahora me parece empezar a entenderlo por fin) se derrumban estrepitosamente montones de capítulos retóricos, de vagos esqueletos escolásticos que sobrevivían en nuestros días. Lo mismo le digo del capítulo sobre ‘la imagen’ que es de una riqueza por momentos vertiginosa. Eso, y toda la parte titulada ‘La otra orilla’ son para mí los momentos fundamentales de su libro, las grandes noticias que nos trae usted de las alturas y las profundidades”, agrega un Cortázar exultante que, más adelante, en la misma carta, plantea que cree que las dos primeras partes de El arco y la lira “bastarían para hacer de esta obra el mejor ensayo sobre poética que se haya escrito en América”.
No viene mal recordar que un poema de Paz aparece en el capítulo 149 de Rayuela. Se titula “Aquí”: “Mis pasos en esta calle/ Resuenan/ En otra calle/ Donde/ Oigo mis pasos/ Pasar en esta calle/ Donde/ Sólo es real la niebla”. En “Homenaje a una estrella de mar”, Cortázar subraya que a lo largo de treinta años la obra de Paz “ha sido para mí esta estrella de mar que condensa las razones de nuestra presencia en la Tierra”. Y a continuación, agrega: “Poeta ante todo, es decir, cazador de ser, Paz posee esa rara cualidad que sólo se encuentra en un Valéry o en un T. S. Eliot: el poder de hacer coexistir paralelamente y sin choques –puesto que a partir de Einstein hemos aprendido que las paralelas acaban por encontrarse– el canto poético y la reflexión analítica”.
Los centenarios son campos de cultivo para presentar autores momificados y reproducir clichés como “defensor de la pluralidad política”. ¿Qué incomodidades del pensamiento político de Paz se buscan escamotear bajo la hilacha de esa supuesta pluralidad? Hay un énfasis inicial “libertario” y romántico que podría homologar al escritor mexicano con Borges. Desde muy joven el autor de poemarios como Salamandra, Blanco, La centenera y Ladera este –todos publicados a lo largo de la década del ’60– denunció la barbarie nazi de los campos de concentración. Su simpatía inicial por la izquierda y el marxismo declinaría por el socialismo real de la Unión Soviética. Fue en la revista argentina Sur donde el escritor mexicano publicó, en 1951, un informe sobre los gulags soviéticos que le reportaría el extraño mérito de denunciar tempranamente los horrores que luego serían difundidos por la propia alta dirigencia soviética. Su posición política es la de un individuo convencido de que “el espíritu crítico es la gran conquista de la edad moderna”. “Nuestra civilización se ha fundado precisamente sobre la noción de crítica –afirma–. No hay nada sagrado o intocable para el pensamiento excepto la libertad de pensar. Un pensamiento que renuncia a la crítica, especialmente a la crítica de sí mismo, no es un pensamiento. Sin crítica, es decir, sin rigor y sin experimentación, no hay ciencia; sin ella tampoco hay arte ni literatura.” Además de embajador en París, Paz estuvo en Tokio y Nueva Delhi, destino en el que se encontraba en 1968 cuando se produjo la matanza de Tlatelolco contra el movimiento estudiantil, por orden del presidente Gustavo Díaz Ordaz. El escritor y entonces embajador mexicano en la India dimitió de su cargo por solidaridad con las víctimas. En su ensayo El ogro filantrópico (1979), Paz escribe: “El régimen nacido de la Revolución Mexicana vivió durante muchos años sin que nadie pusiera en duda su legitimidad. Los sucesos de 1968, que culminaron en la matanza de varios cientos de estudiantes, quebrantaron gravemente esa legitimidad, gastada demás por medio siglo de dominación interrumpida. A la larga, si no se malogra, la Reforma Política realizará el sueño de muchos mexicanos, sin cesar diferido desde la independencia: transformar al país en una verdadera democracia moderna”. Hay dos revistas fundamentales creadas por Paz: Plural (1971-1976) y Vuelta (1976-1998) con la idea de renovar el panorama cultural mexicano y dar cabida a la poesía, la crítica literaria, la filosofía y el ensayo. Polémico y controversial, en 1984 Paz cuestionó la Revolución Sandinista y grupos de manifestantes en México cantaron la consigna: “Reagan, rapaz, tu amigo es Octavio Paz”, en referencia a la supuesta complicidad con que el poeta allanaba el camino para una invasión norteamericana a Nicaragua. El derrumbe del mundo socialista le había permitido ver con mayor crudeza las inequidades y aberraciones ocasionadas por el capitalismo. Hacia final de su vida, dos años antes de su muerte en 1998, advierte que “la caída de la Unión Soviética nos ha hecho ver ahora con mayor claridad los vicios y defectos de las democracias liberales capitalistas”. “La crítica al sistema que nos rige ha recobrado toda su vigencia y actualidad. El mercado es el motor que mantiene a la economía pero asimismo es la aplanadora que aplasta pueblos y naciones enteras.” En un poema de 1995, “Respuesta y reconciliación”, quizá se pueda condensar el complejo legado de Paz: “Arbol de sangre, el hombre siente, piensa, florece/ y da frutos insólitos: palabras.// Se enlazan lo sentido y lo pensado,/ tocamos las ideas: son cuerpos y son números.// Y mientras digo lo que digo/ caen vertiginosos, sin descanso,/ el tiempo y el espacio. Caen en ellos mismos.// El hombre y la galaxia regresan al silencio.// ¿Importa? Sí –pero no importa:/ sabemos que ya es música el silencio/ y somos un acorde del concierto”.
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