Viernes, 18 de agosto de 2006 | Hoy
LITERATURA › JUAN MARTINI EN LA BIBLIOTECA NACIONAL
Sobre la base de libros de Cortázar, Bioy Casares y Saer, el escritor dictó una conferencia sobre la novela como síntoma de su tiempo. Los próximos invitados serán Hebe Uhart y Andrés Rivera.
Por Angel Berlanga
“¿Cuándo una obra literaria sorteará todos los obstáculos y será consagrada como una obra de arte, como una obra que ha trascendido su más riguroso presente y se convierte entonces en un artefacto que habla con voz propia de su tiempo, del tiempo o de la época en la que fue creada?” Con esa pregunta, Juan Martini inició La novela como síntoma de su tiempo, la conferencia que leyó anteayer en la Biblioteca Nacional, un título que expresa una convicción sustentada a través de un texto redactado especialmente para la ocasión que toma como ejemplos, tras análisis y puestas en época, tres libros de tres grandes autores: Responso, de Juan José Saer; El examen, de Julio Cortázar, y La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares. El novelista rosarino, autor entre otras de Colonia, La vida entera, El cerco y La construcción del héroe, arriesgó primero una posible respuesta a un interrogante que “suele perturbar a los escritores”: “Cuando la obra sea reconocida como un producto y una expresión de su época”. Y luego, enseguida, propuso detenerse en un tiempo intermedio entre la creación y las variantes extremas, es decir la consagración o el olvido definitivos, como espacio posible para advertir cómo una novela puede dar indicios, como lo haría un síntoma en una enfermedad, de “un conflicto, una tensión, un disturbio, una crispación en el cuerpo social que la produce, un trastorno que todavía no es palpable, visible, en todos sus efectos”. El novelista fue el quinto de los expositores de La literatura argentina por escritores argentinos, un ciclo organizado por Sylvia Iparraguirre y asentado cada dos semanas en la Biblioteca, que tendrá su continuidad el 29 de agosto con Hebe Uhart y el 12 de septiembre con Andrés Rivera.
Martini citó trabajos del austríaco Hermann Broch sobre James Joyce y de Leopoldo Brizuela sobre John Berger para señalar lo difícil que generalmente resulta detectar por los contemporáneos los rasgos principales de una época, lo que ayudaría a entender cómo algunas de las novelas centrales en la historia de la literatura fueron rechazadas por editoriales y lectores, “cuando no sancionadas y prohibidas”. Como ejemplos citó los casos de André Gide negándose a publicar Por el camino de Swann, de Proust, la prohibición temporal de Ulises de Joyce, la publicación póstuma de El proceso, El castillo y América, de Kafka, y la escasísima valoración inicial de esas obras y esos autores.
En la novela de Saer, Responso, escrita en 1963 y protagonizada por Barrios, un ex dirigente sindical que cayó en desgracia tras el derrocamiento de Perón, Martini observó cómo el escritor santafesino plasmó literariamente “una oposición sin remedio entre dos países dentro de un mismo país que se extendió desde aquellos días hasta hoy”. “Responso se hace cargo de las llagas de una sociedad que se descompone encarnándose en la experiencia del triste Barrios: desde allí traza líneas hacia el futuro”, dijo Martini. “La historia de ese hombre se fractura –agregó–; la caída del peronismo es la caída de sus ilusiones y, con ellas, la caída de su vida. La humillación es el correlato de esa fatalidad. En esta novela de Saer, la angustia y la soledad se articulan con la política y el azar para proyectar en las penumbras de un relato desolador el fantasma de una identidad personal y nacional al borde de una crisis que se repite periódicamente, inexorablemente, resquebrajando una y otra vez los cimientos de un país siempre al borde del desencanto y del abismo.”
A través del devenir, durante dos días del invierno de 1950 en Buenos Aires, de los personajes-intelectuales que protagonizan El examen, la novela que Cortázar escribió en ese año y decidió mantener inédita hasta su muerte, Martini observó cifrados, premonitoriamente, los funerales de Eva Perón en la Plaza Congreso y los futuros exilios políticos bajo las sucesivas represiones policiales y militares. En cuanto a La invención de Morel, la novela que Bioy Casares publicó en 1940, señaló que por entonces la Argentina se encontraba en un momento de transición, que el modelo liberal se disolvía sin remedio y que el mundo entraba en su Segunda Guerra, por lo que “el estado de las cosas era propicio para situar los hechos de la novela en una isla del Pacífico”. “Para esta novela de destierro, de amor y de muerte una isla desconocida y remota es un escenario ideal para que sus personajes cumplan un sueño de inmortalidad lejos de las condiciones históricas, y es un buen refugio para un fugitivo condenado a muerte”, agregó Martini, que contextualizó la máquina inventada por Morel que proyectaba un sinfín virtual con las primeras emisiones de televisión y con la adaptación que Orson Welles hizo en 1938 de La guerra de los mundos y reivindicó el anclaje de época, realista, para un texto al que suele calificarse “sólo” como “novela de aventura o un clásico argentino del género fantástico”.
Silvia Hopenhayn, que coordinó el encuentro, dialogó al final con Martini y le trasladó algunas preguntas del público, que lo llevaron a extenderse sobre otras obras sintomáticas en la literatura argentina; así aparecieron definiciones sobre las obras de Arlt, Walsh y Soriano como autores que dejaron, con sus libros, épocas signadas. “Toda novela digna de ser llamada tal –concluyó–, implícita o explícitamente debe ser reconocida como síntoma de su tiempo.”
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