Lunes, 16 de noviembre de 2015 | Hoy
LITERATURA › CARLOS BERNATEK HABLA DE LA NOCHE LITORAL, SU NUEVO LIBRO
La historia que plantea el escritor está ubicada en Santa Fe. El protagonista es un personaje notable: Ovidio Jordiel Balan, un hombre de clase media, pariente de Juan José Saer, y que sobrevive en los márgenes del mundo laboral, al filo de la legalidad.
Por Silvina Friera
La vida no es una bella promesa para Ovidio Jordiel Balan, un santafesino que sobrevive en los márgenes del mundo laboral, al filo de la legalidad, despotricando contra el sacrificio y el esfuerzo, como la idea del progreso y otros valores en los que creyó alguna vez. Su lema existencial se podría condensar en una sentencia que explicita su nítida pertenencia a la clase media: “Que no se note jamás la desesperación, aunque a uno por dentro le muerdan las tripas”. Necesita dinero y procura obtenerlo sin importarle que sea como amante de una peluquera, vendiendo lotes inundados, engatusando a una anciana que fue su profesora de inglés en la escuela secundaria, robando cables de cobre, como responsable de un hotel alojamiento. “¿Era yo un vago? –se pregunta Ovidio, esperpento inolvidable–. Probablemente, pero en lo profundo, era apenas un tipo que no se resignaba ni se entregaba a lo cotidiano con docilidad. De ahí todos mis problemas sociales: el mundo no acepta tipos como yo; mucho peor, los estigmatiza”. La noche litoral (Adriana Hidalgo), extraordinaria novela de Carlos Bernatek, mete la cuchilla afilada hasta el fondo de una lengua que se construye en el dilema del aburguesamiento penoso del asalariado o en las desventuras próximas al delito.
“La novela rescata algo que encuentro muy poco: que puede haber humor, cosa que parece haber desaparecido de la literatura argentina, y no por eso tiene que ser un regodeo en la comicidad –cuenta Bernatek a Página/12–. Si te sentás en un bar en Santa Fe y hablás con la gente, ves que existe un tono zumbón, una cosa jodona. Pero en el fondo, ese discurso está diciendo cosas mucho más serias y mucho más graves. La manera de digerirlo es a través de la comicidad, sin que la novela pretenda dar un mensaje de nada. La novela escarba en algunas cuestiones, nada más.”
–Ovidio es un buscavida que se mueve por una zona muy cercana a la marginalidad, pero que sigue siendo un tipo de clase media. ¿La historia empezó por el personaje?
–Hay un cuento de 2003 donde ya estaba este personaje vagamente, pero no tenía nombre. Ese cuento lo leía en público y la gente se reía muchísimo; era una cosa medio monstruosa que me dejaba pensando, porque era un cuento largo. Y yo no soy un narrador de chistes, no me salen los chistes. Si me dedicara como los cordobeses a contar cuentos, me moriría de hambre. Pero este tipo provocaba una hilaridad casi refleja de cada una de sus actitudes por esa malicia, por ese cinismo. Tardé mucho en darme cuenta de que lo que tenía no era un cuento, sino el discurso de un personaje. Traté de ubicar el discurso del personaje geográficamente e históricamente. ¿Dónde escuché estas palabras? ¿Dónde escuché esta línea de pensamiento? No me resultó difícil ubicarlo en Santa Fe, no por nada viví veinte años allí. Y podía derivar de ahí toda la lógica del pensamiento santafesino, con un agravante que va a la cuestión de clase que señalás. Ovidio es un tipo culturalmente de clase media y tiene un parentesco muy fuerte con (Juan José) Saer: es de Serodino, de una familia sirio-libanesa, el padre tenía una tienda, él se traslada de chico con su familia a Santa Fe y asiste a una escuela de clase media. Y ahí aparece una peculiaridad que es muy de Santa Fe: podés ir a una escuela de curas, como por ejemplo los jesuitas, y tus compañeros de estudio pueden ser de familias aristocráticas, pudientes, o como se las quiera llamar. Hay una convivencia entre cierta clase media con aspiraciones culturales y económicas y una aristocracia que tiene campos. Ese tipo de dicotomías pone en una distancia muy próxima a un tipo con aspiraciones con un tipo que puede concretar sus deseos. Ovidio es de los que no puede concretar los deseos, entonces aparece esa puja de clase; por eso yo digo que es una novela clasista y combativa. Es clasista porque identifica con precisión a la clase a la que pertenece el protagonista, que no es él sólo, sino que es alguien que cohabita en ese discurso de supuesto saber popular que demanda esas frases reaccionarias, esas sentencias, pero a la vez agrega de su coleto personal todas esas frondosidades que tiene. Después hay mucha oreja en las frases de la calle, esas sentencias que andan rondando todo el tiempo y se repiten. Él las toma, las desmenuza y a veces las pone a su favor.
–A Ovidio no le interesa leer, no es un lector. Su único contacto con la cultura es su amigo Carli Fridman, especialista de plástica que escribe en un diario, por quien adquiere un sentido crítico sobre la cultura, ¿no?
–Ovidio es muy crítico en base a lo que el otro le dice: que la cultura es una impostura, que todos mienten, que todos hablan mal por debajo, ese tipo de discurso que si bien existe en todas partes, en una provincia es mucho más notorio.
–“No hay peor puta que un artista”, dice Carli Fridman. ¿Coincide con lo que plantea el personaje?
–No, yo creo que la cultura es algo mucho más complejo que eso. Pero que existe una lectura para el tipo de afuera, como es Ovidio, que la cultura es eso, sí... Yo creo que la clase media en Santa Fe no lee; dudo de que lean este libro, sino me declararían persona non grata (risas).
–Una poeta especialista en “alegoría bucólica” comparte un viaje en micro con Ovidio. ¿Por qué la poesía aparece un tanto menospreciada y ninguneada desde la mirada del personaje?
–Es una tipología de poeta que existe mucho no sólo en el interior, sino acá, que tiene una mirada medio tonta sobre la poesía y la cuestión idílica de lo que debe ser el poeta, que es muy habitual en algunas asociaciones de escritores del interior; no en todas, pero en muchas. Eso es un escalafón cultural en Santa Fe, un espacio de figuración ya que ahí plata no hay. Digamos que es un prestigio provincial, al cual aspiran muchas señoras que están con tiempo disponible y empiezan a escribir poesía. Lo que no quita que la gente bienintencionada que labura seriamente en la literatura se vea muchas veces ocluida por este tipo de gente. Eso hace mucho más difícil también el desarrollo de un escritor de provincia. Por eso los escritores tienen que salir de Santa Fe para destacarse. De Santa Fe o de tantos otros pueblos que son oprimentes. Hay una versión de la cultura jerárquica, de suplemento cultural, con lo que eso significa.
–¿Pero qué prestigio tiene ser escritor?
–Hay un prestigio provinciano en ocupar espacio, que es una vanidad. No es una vanidad que se pueda configurar en obra, es una vanidad personal de ser reconocido por autoridades que lo convocan para actos, para salir en los medios. Ese lugar de supuesta autoridad en la literatura, en la poesía, algún beneficio aporta. A veces es un beneficio que no vale la pena. Pero existe y es como una gloria provinciana. En Santa Fe, Saer durante veinte años fue casi un proscripto; se fue joven y recién fue reconocido cuando internacionalmente todo el mundo lo reconocía. Eso es una nota que hay que tomar muy en cuenta... Yo no sé si hubiera escrito esta novela en Santa Fe. Quizá tomar distancia me sirvió para escribirla.
–¿A Ovidio lo asfixia el provincianismo?
–Sí, lo asfixia pero a la vez es incapaz de salir de ahí. En Santa Fe existe una especie de radio de acción que se llama entre bulevares. En el extra muro de la ciudad hay otra realidad, que es la realidad de la pobreza y de la postergación. El estar entre bulevares da un cierto halo de protección, que se traslada ahora al discurso de la seguridad. Estar en ese circuito que lo limita también lo fortalece. Él se siente mal cuando tiene que ir a Rosario, a Rafaela, y ni hablar de ir a Córdoba, en la que dice que hablan una lengua que no entiende. Ovidio es tremendamente santafesino, por eso puede criticar con autoridad todo lo que considera un obstáculo en su vida.
–¿Por qué quiso dejar en claro para muchos lectores la filiación del personaje de Ovidio con Saer, que sea de Serodino y de familia sirio-libanesa?
–Yo creo que siempre estoy escribiendo de un tema obsesivo, que es la conformación aluvional de un pueblo a través de los inmigrantes. Santa Fe es la primera residencia de las colonias agrícolas argentinas. Y está lleno de historias de cómo accidentalmente muchos llegaron a Santa Fe, y lo pienso en relación con lo que está pasando en Europa con el flujo inmigratorio de los sirios y todos los que llegan de lugares caóticos. Hay una historia terrible, que es la llegada de los judíos a Moisés Ville, la primera colonia judía argentina. Los abandonan en una estación de tren y permanecen ahí como un mes y se empiezan a morir los bebés de inanición. Pero hay otro discurso que reivindica la novela blanca de la inmigración, donde se llega al país de las mieses y todo florece. Cuando hablás con la gente que hizo estudios profundos sobre qué es lo que recibieron los inmigrantes, te das cuenta de que hay otra lectura. La historia de la inmigración tiene que ver con la leyenda de entusiasmar a la gente con lo que se ha logrado con esfuerzo y la otra es el costo que eso ha tenido. Yo hablo de la inmigración permanentemente porque Santa Fe es una provincia donde esa tradición colonial se tuvo que enfrentar a una multiplicidad de gente que vino del exterior y que fundó sus pueblos medio a semejanza de donde provenían. Y se produjo esa intersección con los locales, con el gaucho, con el indio. Uno de los temas que más me obsesiona es esa cosa aluvional de la gente que realiza negociaciones para construir un pueblo, para convivir. Eso lo veo en permanente pugna. En mis novelas anteriores aparece también, como en Rutas argentinas, que habla mucho de la inmigración. Que el personaje de la novela se parezca a Saer significa que de la misma clase social puede salir un Saer o puede salir un Ovidio.
–¿Cómo explica que Ovidio sea un personaje que parece no tener moral alguna?
–La única moral del personaje es la salvación personal, pero es una salvación por la cual él hace poco. Porque no es un extorsionador profesional ni es un ladrón de primer orden. Él está en la pequeña minucia del robo, en el robo con el tema de la inundación. De hecho, está vinculado a gente que produjo la voladura del Club del Orden, un hecho totalmente olvidado y que fue muy significativo en los años 70. Los dos hechos políticos que se mencionan en la novela son la voladura del Club del Orden y la inundación de 2003, que fue durante el gobierno de (Carlos) Reutemann, y que marcó para mí una señal muy fuerte para la población que fue la extinción del Estado. Como el Estado no existía, la gente encontró cobijo en el único lugar oficial que sintió como propio: las escuelas. Los docentes fueron a las escuelas y cocinaron para los inundados, se recicló el famoso texto “Los inundados” de Mateo Booz, que también se hizo película en su momento, con todas las ambigüedades que tiene ese discurso, que a veces es reaccionario.
–¿Ovidio sería el prototipo de la “viveza criolla”?
–Es una viveza un tanto probretona, es una viveza que no es tan viva. En última instancia, él está cambiando de patrón todo el tiempo y termina al amparo del hotel alojamiento y los negocios turbios de una inmobiliaria, que siempre los ve como una salvación posible, pero que en última instancia él tampoco cree que vayan a funcionar. Siempre por hache o por be las cosas se frustran y no terminan de cerrar. Como sus vínculos, porque él termina solo. Algunos me dijeron que un poco se solidarizan con el personaje, que es un hijo de puta. Que te obliga a solidarizarte porque empieza a roer la cosa del abandono. Aparte no es un chico y para algunas cosas ya es grande. Y en otras es un desquiciado. Las situaciones son patéticas y provocan una cosa humorística, pero en la que te preguntás: ¿adónde va todo esto? Yo mismo me lo preguntaba: es el patetismo de un proyecto perdidoso. El proyecto que lo lleva a su extinción. En el cierre de la novela, lo único que queda para el personaje es una evocación de la infancia.
–¿Qué papel cumple la resignación, una palabra que abre y cierra La noche litoral?
–Es un imperativo ético, que él recibe como un mandato de clase. Siempre se le exige resignación a un tipo que jamás va a sacar la cabeza ni va a destacarse. Entonces el único consuelo que se le ofrece es la resignación; es lo que le ofrece esta sociedad en la que él se mueve, con sus carencias y su soledad, porque es un personaje tremendamente solo.
–Pero el personaje cruza una frontera y mata por primera vez en su vida.
–Sí. El último eslabón que le quedaba para transgredir era ese: el de matar, pero no sabe ni a quién mata. Rompe un código, vulnera esa última frontera y termina ahí... es un poco el código del policial y de cómo llevás a un personaje desde la picaresca a un final de novela negra. Eso me pareció que era el corolario que necesitaba para que no terminara en una cosa amable. No escribo para resultarle amable a nadie (risas).
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