Jueves, 28 de enero de 2016 | Hoy
LITERATURA › ELSA DRUCAROFF HABLA DE SU NOVELA CONSPIRACIóN CONTRA GüEMES
A casi 15 años de su primera edición, la novela de la autora de La patria de las mujeres ilumina injusticias y conflictos que vienen de muy lejos, más precisamente desde los tiempos de Güemes, pero también reflexiona sobre la chispa vital de la utopía.
Por Silvina Friera
El tronco arde y no se apaga fácil en las páginas de una ficción que empieza y termina la tarde de una fecha precisa: 17 de junio de 1880, aniversario de la muerte de un “bandido” –el espanto de la aristocracia norteña– que pronto devendrá “héroe” pasteurizado para la farsa de homenajes póstumos. De principio a fin, desde las llamas iniciales en la chimenea con la anciana Loreto Sánchez de Peón –arriesgada patriota que lideró en Salta una red de mujeres que consumaron acciones de espionaje y sabotaje– junto a su bisnieta María Victoria, ávida de escuchar las historias “increíbles” de su Ñoñita, hasta la penumbra de la sala como epílogo de la conjura, el fuego político de Conspiración contra Güemes, magnífica novela de Elsa Drucaroff reeditada por Marea a casi 15 años de su primera edición, es una llamarada que ilumina, no sólo injusticias y conflictos que vienen de muy lejos, sino la chispa vital de la utopía, una convicción de que el horizonte de la transformación, aunque parezca lejano, es posible.
La trama de la historia se despliega a partir de 1815, cuando Martín Miguel de Güemes es elegido gobernador de Salta. Espía tozuda y corajuda, Loreto regresa con la liberta Benita –para delicias de los lectores que la disfrutaron en la novela previa, La patria de las mujeres– como dupla de mujeres detectives que alertan al gobernador de la conspiración en ciernes. La jujeña María Trinidad del Portal, esposa respetable con marido en la guerra, se convierte en amante de Güemes, adúltera traidora a su ciudad, a su causa, su marido y su rey. “En lo sucesivo tiene que cuidarse de hacer daño gratuito; el daño gratuito tarde o temprano cuesta muy caro”, recomienda Loreto a un Güemes que no puede vislumbrar el plan de Manuel Eduardo Arias para “deponer al déspota”. Drucaroff considera Conspiración contra Güemes –continuación de La patria...– su mejor novela. “Tiene una estructura compleja, abarca años sumamente revueltos, avances y retrocesos de patriotas y realistas, frentes abiertos de Salta con Buenos Aires, de Salta con Tucumán, de Salta con Jujuy, conspiraciones a rabiar; es un momento histórico convulsionado. Afectivamente, los personajes que armo los pongo en situaciones muy extremas –reflexiona la escritora en la entrevista con Página/12–. Yo hice tres líneas paralelas en el tiempo, la amante, el enemigo y el traidor, que van atravesando los mismos sucesos históricos desde perspectivas diferentes, hasta desembocar en una parte donde los personajes confluyen y se desarrolla la conspiración para asesinar a Güemes.”
–Una de las principales ideas en disputa en la novela es la idea de patria. ¿Qué tipo de patria se quiere: si una patria con más incluidos, como el proyecto de Güemes, o una patria para pocos?
–La disputa política en el momento en que transcurre la novela es una interpretación mía. El planteo de Güemes es hacer una patria en la cual no tenemos otro remedio que incluir a todos. Si necesitamos que nos defiendan la patria, necesitamos mucha gente en el proyecto. El otro planteo es el planteo miserable de siempre: que mueran cuando corresponde y se desarmen cuando corresponde, o sea que las milicias peleen y que después entreguen las armas y se queden pobres en su lugar. La idea de patria está en constante disputa y cómo se llena ese significado es una batalla. Güemes fue un líder que entendió que necesitaba representar diferentes intereses para poder armar ese combo tan particular en el cual por un lado tenía a gente muy humilde dispuesta a dar la vida por la patria entre comillas, porque también hay que entender qué era la patria para ellos. Y por el otro lado, tenía a los comerciantes independentistas que necesitaban sacarse el yugo colonial de comerciar exclusivamente con España. Güemes protegía a los comerciantes, que a cambio le financiaban una guerra con milicias; y a la gente que salía a morir por él les dio reconocimiento, derechos laborales y poder. ¿Pero qué era patria en ese momento? Patria es el terruño. Cuando los salteños hablan de la patria, hablan de Salta, de la zona donde viven. Cuando los jujeños hablan de la patria, hablan de su zona. La palabra patria hoy tiene muchos significados. Lo que yo defiendo por patria no es lo que defienden los que están dispuestos a hacer negocios especulando con el dólar, con el desempleo y con el hambre de la gente. Evidentemente, tenemos patrias diferentes, ¿no? Las cintitas celestes y blancas son un símbolo; queda en nosotros con discusión, con acciones concretas, llenarlos de sentido.
–¿Por qué en Conspiración contra Güemes el énfasis narrativo está puesto en la traición, a diferencia de La patria de las mujeres?
–Es una traición más complicada y menos justificable; hay niveles de resentimiento y de odio que no estaban en La patria... En María Trinidad hay una venganza femenina, pero no es la venganza de esas historias tradicionales y posesivas berretas; es la venganza a la enorme desconsideración de un hombre que da por sentado, como se dice, “que tiene la vaca atada” y que ella va a estar siempre. El narcisismo herido no es un gran sentimiento. En cambio el resentimiento por cosas más profundas, por la falta de reconocimiento a ese movimiento que hacemos las mujeres de la entrega sacrificial produce un ruido muy constitutivo. Esta cosa que el psicoanálisis plantea de que hay un sentimiento, una estructura masculina donde al varón heterosexual se le promete, a cambio de que renuncie a la madre, a alguien que lo va a amar como lo amó su madre, es una gran estafa. Hay una tendencia a sentirse muy preciado, muy merecedor de ser incondicional, y esto es un malentendido feroz.
–En un momento, Loreto le reprocha a Güemes el hecho de que no sabe ponerse en el lugar del otro. ¿Cómo explica esta dificultad?
–El que tiene el poder –en este caso estamos hablando del poder en las relaciones personales– no necesita siquiera ponerse en el lugar del otro. Hace muchos años, en una charla sobre la dialéctica del amo y el esclavo con Julio Godio, él me dijo que para el esclavo conocer al amo es fundamental para saber cuándo está enojado, cuándo le va a dar un palazo o una patada, cuándo está triste, en qué momento es útil llevarle un té; son formas de supervivencia. Entonces el esclavo puede mirar al amo y le conviene obtener su amor. En cambio si el amo mirara al esclavo como una persona no podría dominarlo; para poder resguardar el poder el otro tiene que ser su objeto. Llevó mucho tiempo entender esta consigna impresionante que el feminismo arma en los años 70, que es que lo personal es político. Yo no creo que María Trinidad entienda que lo personal es político, pero va enfrentándose a la evidencia. Las mujeres lo entendemos a patadas, lo entendemos porque no tenemos ningún otro remedio. Este es un momento donde hay mucha conciencia sobre los precios políticos de las relaciones personales. La novela habla de política en los dos sentidos: en el sentido de clase y en el sentido de género.
–¿Por qué le interesó la figura política de Güemes?
–Güemes me parece una figura fascinante por esa cualidad política que tenía de pescar diferentes intereses de los actores sociales involucrados o que se necesitan en el conflicto, y por la inteligencia con la que se coloca como líder. Me interesa además políticamente porque hay dos líderes de la guerra de la independencia que hacen pasar su lucha también por la lucha de clases: Artigas y Güemes. No es lo mismo llevar a pelear obligados y a cambio de ser fusilados a personas que no tienen ningún motivo para defenderte –como se ve en los ejércitos que reclutaba Belgrano– que llevar a luchar a gente a la cual le das causas materiales reales, no un papelito, una frase, una mística. Las místicas tienen que estar acompañadas de hechos concretos. Salvando muchas distancias, incluso con sus contradicciones, Güemes tiene que ver con Perón como líder por las formas de construir poder. Güemes desarrolló la guerra de guerrillas que necesita de grupos pequeños muy hábiles, muy rápidos, que atacan y se van, que hacen de su necesidad virtud, que logran hacer de su debilidad un arma. San Martín entendió muy bien la importancia de la guerra de guerrillas que planteó Güemes en el norte. Güemes nunca pudo vencer a un ejército regular constituido con sus guerrillas, pero sí pudo hostigarlos y no dejarlos avanzar. Sin Güemes, Buenos Aires hubiera caído porque los realistas hubieran entrado por el norte. San Martín entendió eso y convenció a Buenos Aires de que ese señor con sus guerrillas gauchas –por más que a Buenos Aires le inquietaba su existencia y le molestaba mucho– era el que mantenía a los realistas a raya.
–Al principio y al final, el personaje de Loreto ya muy viejita advierte a su bisnieta que los descendientes de quienes conspiraron y lograron que lo mataran se apropiarían de la figura de Güemes: “Está muriendo el bandido y nace la estatua de mármol... Muerte sobre el muerto, para que nada siga vivo”. ¿Los bandidos del pasado se convierten en los héroes del futuro?
–Así es: se convierten en héroes y se les va lavando su significación todo lo que se pueda porque siguen siendo un territorio de pelea. Eso se ha hecho con el gaucho como figura: primero se lo masacró y después se lo transformó en la esencia misma de la argentinidad. Una vez que están muertos podemos concederle cualquier cosa. Por eso todo el mundo se llena la boca con los genocidios cuando ya ocurrieron. Pero mientras los genocidios suceden hay un profundo consenso sobre la exterminación. Güemes está reivindicado de una manera abstracta. Incluso hay intentos de decir que un estatuto que él había planteado para defender los derechos de los hombres del campo es falso, que son mentiras. La aristocracia ha tratado de construir otro Güemes. Pero a cambio de eso, están los documentos, donde se habla del “bandido” Güemes. Es la historia de siempre... Si hay algo que es triste, es entender hasta dónde, aunque las cosas cambian, hay núcleos duros que se repiten.
–De nuevo aparece la pregunta sobre qué país quieren unos y otros, ¿no?
–Sí. Comparando las situaciones del siglo XIX y esas guerras con la sociedad actual, hoy los conflictos de clase están muchísimos más ocultos y escondidos, son menos perceptibles porque hay un enrarecimiento del discurso hipnotizante. Y hoy es muy difícil para muchos pensar qué país quieren porque se les termina enchufando discursos desde los medios, desde la televisión, desde quienes tienen el poder de imponer discursos.
–Son discursos de falsa igualdad y de negación del conflicto sin reparar en las diferencias...
–El asunto de las diferencias es interesante. Este es un país donde las diferencias produjeron movimientos muy ricos. Después de la dictadura, la idea de diferencia, de debate, de intercambio, de conflicto, quedó teñida como algo terrorífico que sólo podía traer muerte. De la dictadura al 2001 se puede pensar en un gran ciclo económico con una política sistemática de saqueo a las clases populares, de saqueo extremo al país hasta que todo estalla. Cuando todo estalla, se hace necesario volver a pensar. El kirchnerismo tuvo la virtud de abrir la posibilidad del debate, de recuperar la idea de conflicto, pero esto fue demonizado. El kirchnerismo abrió una puerta en la cual el debate lo incluyó a él, le guste o no le guste. Se habló tanto del relato oficial como relato único sobre los años 70, pero de ninguna manera hubo un relato único; es verdad que desde el gobierno hubo un relato, pero también es verdad que se pudo hablar de lo que pasó en los 70 y eso permitió que se publicaran libros de derecha y ultraderecha sobre lo que pasó en los 70. Permitió libros que defendían y reconocían la lucha armada, que en los 90 era tabú. El kirchnerismo abrió todo eso y reconoció también la lucha armada con un relato propio. Paradójicamente, hoy se quiere instalar que hubo un discurso único, pero no es cierto. No hubo un discurso único, sí hubo un discurso oficial que la gente tenía derecho de escuchar o no.
–El problema ahora es que lo que precisamente peligra es la pluralidad de discursos, ¿no?
–Sí, con el verso de que iban a traer la pluralidad de voces ahora todo es macrismo y eso es preocupante. Ahora los mecanismos de control son de una sofisticación escalofriante, que es muy fácil no entender cuáles son tus intereses. Eso es lo impresionante.
–Macri puede hablar de “pobreza cero” y hacer un ajuste brutal que aumentará la pobreza, y muchos seguirán creyendo que su lema es “pobreza cero”.
–Así es. Hay una maraña de engaños, pero ha habido errores políticos en el kirchnerismo que permitieron que ganara Macri... Qué horror, muchacha, la especie humana. Esa es un poco la conclusión (risas).
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