Sábado, 14 de mayo de 2016 | Hoy
LITERATURA › FEDERICO JEANMAIRE Y SU NOVELA TACOS ALTOS
La lectura de una noticia sobre la muerte de un chino dueño de un supermercado, tras un saqueo producido en un contexto de huelga policial, disparó en el narrador una ficción que va y viene entre China y Argentina.
Por Silvina Friera
“Los hombres son los animales más malvados que habitan el universo”. La frase la susurró Lin Jang Xian a su hija adolescente, que trabajaba con él en un supermercado de Glew, la última mañana antes del saqueo. Su Nuam o Sonia, como la llaman los clientes del supermercado y sus compañeros de escuela, escribe para intentar comprender acaso lo incomprensible: el momento final de su padre. “Ling Jang Xian supone, desde cierto criterio, que la multitud quiere su mercancía, no su vida. ¿Para qué les sirve su muerte? Para nada. Absolutamente para nada”. Después del incendio del local y la muerte de su padre –una suerte de suicidio o “cruel asesinato”–, Sonia se va a vivir con sus abuelos a Suzhou. Volver a Buenos Aires, contratada por unos empresarios como intérprete, unos meses después de haber enterrado a su padre, resulta extraño. Aunque está acompañada por su abuelo, tiene miedo de lo que puede llegar a hacer. “Los castigos, las penas, de algún modo reponen el orden perdido”, le advierte su abuelo. “Es la forma que encuentran los seres humanos, allá lejos y hace tiempo, de organizar el caos de su existencia”. Quizá Tacos altos (Anagrama) sea la novela “más argentina” de Federico Jeanmaire, una extraordinaria ficción que permite afirmar, sin entrar en contradicción alguna, que también es su novela más china, como si fueran identidades que tienen una zona de intercambios, contaminación o hibridaje.
La lectura por Internet de una noticia fue el disparador de la última novela de Jeanmaire. “En diciembre de 2013 hubo huelgas de policías y murió un montón de gente. Hubo muertos en Córdoba, Chaco, Entre Ríos, Tucumán, Mendoza… Uno fue en el gran Buenos Aires, en Glew. Supongo que los diarios no le dieron mucha bola porque si explotaba el Gran Buenos Aires se pudría todo”, plantea el escritor a Página/12. Salieron dos notitas muy chiquitas y contradictorias: en una decían que al dueño del supermercado chino lo habían querido saquear y él había preferido morir adentro antes que dejarse saquear; en otra decían que le habían tirado una botella con nafta para incendiar el supermercado y el chino no pudo salir. Me impresionó la contradicción y el poco espacio público para la muerte de un chino. Me acuerdo que en 2001 hubo un chino que ocupó un espacio gigantesco porque era muy dramático y muy fácil poner a un tipo llorando”.
–Tacos altos es una novela muy argentina, ¿no?
–Sí, es cierto… Uno se da cuenta de lo que es con los otros. Sonia creo que es bastante argentina en cuanto a cómo decide las cosas, cómo las piensa. Me pasa una cosa muy loca: conozco Suzhou, pero nunca estuve en Glew. Cuando empecé a escribir la novela, me dije: “voy a conocer Glew”. Pero por esa cosa borgeana de mejor no conocer los lugares, no fui.
–Sonia necesita justicia, pero termina planificando una venganza. En este sentido, ¿se aleja del cliché de obediencia con que se suele asociar la cultura china?
–Sí. Aparte de que me encanta todo lo chino y lo amo, para mí era un gran riesgo meterme en una cabeza china porque está el imaginario que uno tiene. Me animé porque no tengo una idea de lo chino tan parecida al resto de la gente. Los chinos me parecen personas muy prácticas que tienen supersticiones muy arraigadas. Me acuerdo que cuando estuvimos allá con mi hijo, el mayor varón de la casa es el que mira al este porque ellos tienen por el este una superstición importante; entonces los demás se tienen que ir acomodando en la mesa en función del lugar que les corresponde. Hay una jerarquización absoluta pero con mucha superstición, que creo que ayuda a la practicidad. No sé cómo explicarlo realmente, sé que es muy complejo entrarle… El año pasado estaba dando un curso del Quijote y una de mis alumnas era la editora de la revista de la comunidad china acá, Dang Dai, y me pidió que le mandara los primeros capítulos de la novela. Se lo mandé con un miedo tremendo a que me dijera que no servía, pero le gustó. Sonia es una adolescente china y creo que en la adolescencia los problemas son parecidos, vivas donde vivas y seas de donde seas.
–¿Cuándo empezó su fascinación por la cultura china?
–Cuando mi hijo Juan tenía unos cuatro años, en el 97, todavía no había tantos chinos acá; había más coreanos que chinos. Yo me había separado y vivía en Hipólito Yrigoyen y Sarandí. Una pareja de chinos puso un kiosco cerca y yo iba a comprar cigarrillos y chocolates para mi hijo. Ellos se reían mucho; me encanta la sonrisa que tienen. Al mes de ir casi todos los días, Juan se enfermó, entonces pasó tres o cuatro días que no iba conmigo. Todos los días me preguntaban cómo estaba Juan y eso fue el inicio de mi amor por lo chino. Unos años después hicimos un viaje con Juan por Europa, yo lo llevé a todos los lugares donde había vivido. Cuando volvíamos de ese viaje, le pregunté adónde le gustaría ir si tuviéramos mucha plata. Y me dijo a China. Cuando gané el premio Clarín, un amigo de mi hijo le avisó que me había ganado el premio, entonces Juan me llamó en medio de la fiesta y me dijo: “¿Cuándo nos vamos a China?” En febrero de 2010 nos fuimos a Beijing, Xi’an, Suzhou, Hangzhou y Shanghái. Cuando volví de ese viaje, sabía que iba a escribir una novela china.
–¿Qué diferencia puede establecer entre venganza y justicia, dos palabras que atraviesan Tacos altos?
–No sé si tengo respuesta a eso. Escribo sobre lo que no tengo respuesta. Supongo que la justicia se parece mucho a razonar la venganza, a un pacto social por el cual no nos matamos, sino que decidimos que unos jueces decidan qué hacen con los que nos hicieron algún mal. Pero en lo más profundo no sé qué es la justicia, si no es como una venganza más paqueta, más educada. La venganza es lo más humano, como eso que decía Freud que hay un momento en la vida del hombre, particularmente durante la guerra, en que pone toda su civilización entre paréntesis y es un animal.
–Imposible no pensar en organismos de derechos humanos como las Madres o las Abuelas, que jamás apelaron a la venganza sino que siempre pidieron justicia, el enjuiciamiento de los militares que mataron a sus hijos o se apropiaron de sus nietos. Quizá este ejemplo sirva para pensar si la justicia es una forma “más paqueta” de la venganza, ¿no?
–A todos nos hace muy bien que haya justicia y no venganza. Eso quiero dejarlo claro. Cuando uno escribe una novela, se instala en problemas que por lo general no viviste o no te tocó vivir, y te toca pensar determinadas cuestiones. Si me preguntás, ¿por qué la venganza en la novela? Yo no sé si atribuirla al hecho en sí, a la muerte del padre, sino a un hecho posterior que es una burla que sufre Sonia. No sé cómo se maneja la mente humana ante una situación así… Es una situación límite y en el fondo no sé si ella pretende vengarse de la muerte de su padre o si pretende vengarse de la burla que sufrió respecto de la muerte. Cuando los pibes le dicen que la próxima vez que abran el supermercado tienen que ser más generosos, me pareció tremendo… Yo no sé muy bien qué va a pasar en mis novelas, lo dejo librado a lo que vaya pasándole a los protagonistas. El hecho de que Videla haya matado a toda la gente que mató es horroroso, pero es tremendo cuando se lo escucha decir que “los desaparecidos no están ni vivos ni muertos” porque es una burla gigantesca a las víctimas. En la novela la protagonista toma las decisiones que toma, no yo…
–¿No será que las decisiones las toma usted como narrador-escritor en vez de la protagonista?
–Eso es discutible (risas). Yo soy muy cervantino y mi idea de lo literario es no saber mucho qué es lo que voy a hacer. Si supiera lo que tengo que hacer en una novela, creo que no la escribiría porque no tendría ganas de saber por qué se me ocurrió eso. En el Quijote, por ejemplo, hay varios momentos en los cuales el libro toma el camino que los personajes deciden tomar. Obviamente detrás hay un escritor, pero en mi caso personal me ha pasado ya en varios libros que los personajes toman decisiones que incluso a mí me parecen que no son tan buenas para la novela. Cuando Sonia llega en taxi al lugar donde había estado el supermercado, yo no sabía lo que iba a pasar. No quiero saber de antemano lo que un personaje va a hacer o decir porque me parece que eso después se nota en el libro. Creeme que yo me sorprendo cuando determinados personajes dicen o hacen determinada cosa. Me pasó lo mismo con Más liviano que el aire. Yo no tenía planeado ese final; es un final que me parece súper cruel, que no sé si me gustó, pero se dio así porque la señora está tratando de llegar para apagar una perilla de gas y el tipo la empieza a putear. Yo creo más en la animalidad del ser humano, algo que se escapa de su carril y eso genera una cosa completamente destructiva. Después de que gané el premio Clarín con Más liviano que el aire, cuando lo estaban leyendo para publicar, mi editora me dijo: “¿y si le cambiamos el final porque es muy fuerte?”. No, le dije, eso no depende de mí. Pero me hizo dudar porque a mí no me gustaba. Me podés creer o no, pero en este sentido soy más beatnik. Yo disfruto mucho escribiendo y no sé si podría disfrutar si sé lo que voy a hacer.
–Sonia reflexiona sobre algunas palabras que le gustan, como “antojo” o “merced”, y dice que quizá escribir sea “una enorme máquina que funciona con recuerdos y que, dentro de su propio mecanismo interno, necesita recordar no sólo los hechos que suceden sino también palabras lindas que la gente no utiliza demasiado”. ¿Qué piensa Jeanmaire?
–Me parece una idea de una chica de 15 años que está buena. No creo que la literatura sea eso: sería muy simple. Pero me parece una idea que hasta yo podía tener a los 15 de lo que era la literatura.
–¿Qué idea tiene hoy?
–La literatura es una discusión infinita en la que cada uno es mucho más importante que palabras lindas y recuerdos. La literatura es una construcción inacabada; de hecho uno escribe porque es inacabada y con cada cosa que uno escribe está pensando qué es esa construcción, dónde se pone y qué es lo que está haciendo. También es importante lo que no me gusta de esa construcción; entonces uno escribe en contra de otras construcciones que hacen a lo literario.
–¿Qué no le gusta de lo literario? ¿Contra qué escribe?
–No me gustan las estéticas clásicas; me aburren. Yo quiero leer una novela que me rompa la cabeza, que me diga algo nuevo de lo que estoy haciendo. El otro tema es la significación: no me gustan las novelas que no tienen ambigüedad ni permiten la discusión. Me gusta que la novela sea lo suficientemente ambigua para que pueda tener distintos pareceres con gente a la que respeto y con la cual charlo sobre cosas literarias. No me gusta la gente que usa palabras que no se usan en el habla. No me gustan tanto los escritores que reproducen el habla tal cual es en un momento dado. Me gusta la artificialidad del habla. Hacer algo definitivamente original es imposible porque está todo hecho, pero sí me interesa alguna rupturita. Que lea algo y diga: este tipo se está jugando con esto, aunque no esté bien.
–Cuando piensa en sus padres, Sonia dice que “la adultez supone la incapacidad humana para salir con facilidad de un encierro cualquiera”. Es una buena definición…
–Sí… me acuerdo en mi adolescencia de pensar mucho en el mundo de los adultos. Me acuerdo que a los 12 años leí un libro de Platón, El primer Alcibíades, que estaba en la biblioteca de mi viejo. Fue el último libro que leí porque después me peleé con esa biblioteca. Me gustó mucho ese libro porque era un momento de la historia argentina muy particular: el año 70. Yo veía que la gente discutía pero no para llegar a una solución, sino que se peleaban más después de discutir. Si ese libro me impactó, fue porque había un tipo que convencía a otro de algo y eso no era lo que pasaba en la realidad. En la adolescencia uno juzga mucho el mundo adulto. Quizá todavía me quedan ideas adolescentes respecto a un montón de cosas… Y viceversa: uno puede tener una idea muy adulta en plena adolescencia. El mejor libro de Nietzsche, El origen de la tragedia, lo escribió a los 18 años. También tenés el ejemplo contrario: el Quijote lo escribió un tipo de cincuenta y pico de años y es una obra extraordinaria. No sé… creo que “no sé” es una de las respuestas que me puede llegar a definir mejor (risas).
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