Miércoles, 20 de julio de 2016 | Hoy
LITERATURA › DANKA KLEIN, AUTORA DE PETAR, MI PAPá
Rumana de nacimiento, bióloga, un día decidió contar su historia y la de su padre, un ex partisano de Tito, espía, y asesinado, según se cree, por orden de Stalin. El resultado es un libro fascinante. “De algún modo tenía que sacar todo eso antes de morirme”, dice.
Por Cristian Vitale
De muy chica tuvo la fantasía de escribir un libro así, pero la vida de Danka Klein, rumana de nacimiento, derivó hacia la biología, y la presunción se hizo a un lado. Se licenció como bióloga en la UBA. Trabajó cuarenta años en el Instituto de Oncología Angel Roffo, donde desarrolló trabajos de investigación en inmunología y cáncer con métodos experimentales, y sus escritos tuvieron que ver, más bien, con artículos científicos o textos específicos para congresos. Pero resultó que, psicoanálisis y talleres literarios mediante, le volvió la obsesión. Pensó que su intensa, viajada y algo trágica vida, parecida a la de una película “en serio” sobre los efectos humanos de la Segunda Guerra Mundial, lo ameritaba. Y el resultado calzó justo con la intención. Petar, mi papá” –así se llama el libro– revela una novelesca –pero real– historia de supervivencia, pérdida, búsqueda y diáspora en aquel revuelto contexto histórico, político, económico y familiar que rodeó los tiempos de la segunda guerra mundial. “Lo pensé con un fin autobiográfico, pero después resultó que eso no decía tanto. O al menos no tanto como yo pretendía, entonces le agregué todo el contexto histórico. Sino, era como una catarsis, y punto”, introduce esta experimentada bióloga, devenida escritora.
El contexto histórico es el que, entre otras cosas, enmarca la desaparición de su padre Petar, obvio leitmotiv del libro. Revela, en sus contrastes, los claroscuros de una especie de doble vida: la de un militante comprometido con ciertas nobles causas del socialismo eslavo de la época (llegó a ser partisano de Tito durante la lucha contra la ocupación alemana en la ex Yugoslavia, y a refugiar enfermos y desahuciados en su casa) y la de un supuesto espía, que se enriqueció como tal durante el gobierno del mariscal enemistado con el régimen soviético, hecho que, como indica la investigación encarada por Danka, habría ocasionado su muerte en manos del estalinismo, en 1946. “La realidad es que desde que me quedé sin mi papá, a los cuatro años, pensaba que mi vida era desgraciada, y que iba escribir de alguna manera mi dolor, mi sentimiento. Pero nunca pasé de los dos renglones”, manifiesta la científica nacida en Bucarest en plena guerra (1943), cuya vida pedía a gritos un libro así. “Fue la periodista y escritora Alicia Dujovne Ortiz la que me impulsó a escribirlo. Hice un taller literario con ella y le pareció súper interesante la historia. Me dijo ‘contá todo lo que podés, lo que recordás, y lo que no podés, fantasealo’”, se ríe Danka, que en la Argentina la conocen como Mariana Alejandra. “Igual no ficcioné mucho, el libro es muy periodístico y también muy histórico, porque mi papá es un emergente de esa época ¿no?, y además me empecé a interesar mucho por los Balcanes, y por la historia de Hungría, donde pasé parte de mi vida”, sostiene Klein, que llegó a la receptiva Argentina en 1951.
–El eje del libro, entonces, estaría dado por un entretejido entre una búsqueda personal, la de su padre, y lo que pasó en los Balcanes durante la segunda guerra, que lo tiene como protagonista a él, pero también lo excede largamente.
–Claro, porque sino no se entiende porqué tantas migraciones, tantas desapariciones, en fin, fueron cosas que se descubrieron mucho después. Nosotras, con mi hermana Ljubi, descubrimos nuestra parte en 2007, cuando viajamos a Rumania para ver qué había pasado realmente con la vida de mi papá.
–¿Viajaron especialmente para eso?
–Si. Me acordaba de que cuando yo tenía 7 años, mi mamá había pedido información sobre mi papá a la Cruz Roja. Entonces fui a la sede de Bucarest, pedí un informe completo, y me llegó uno de los servicios secretos, muy detallado, de lo que había pasado entre 1938 y 1944… nada que tuviera que ver con el secuestro y la desaparición de mi papá, que fue después. Pero tuve la oportunidad de enterarme de algunas actividades suyas, que me sorprendieron terriblemente, porque jamás nadie me las había contado.
–¿Cuáles? ¿De qué actividades se enteró tan tarde?
–De que era un agente secreto, un espía. Nunca lo había pensado. Y también todo indica que fue diplomático de Tito y que hacía negocios, porque la verdad es que vivíamos muy bien, hasta que no lo vimos más. La principal sospecha es que lo mató el régimen de Stalin.
–¿Se encontró con un caso parecido al suyo en la argentina?
–Depende qué parte de mi vida. De la hija del padre que muere por ser espía no, pero sí de la cantidad de migraciones que tuvo que padecer tanta gente en la época. Mi mamá era judía, y la mayoría de los conocidos eran judíos que habían sufrido la guerra, y que se iban ubicando donde podían, donde conseguían visa, como era el caso de la Argentina de esa época. Igual, no como nosotros que vivimos un año acá, dos años allá, otros dos años en otra parte. Nuestra vida fue tremenda. No conozco a nadie de mi edad que haya ido a tantos colegios como yo.
–¿Los recuerdos que aparecen de su padre los conserva así como los escribe? Tenía 4 años cuando lo vio por última vez.
–Algunas cosas, sí. Pero después hice una construcción basada en la enorme cantidad de fotos que trajo mi mamá. A través de ellas fui rearmando los recuerdos, y también en el relato de una tía, que había conocido muy bien a mi papá, pero tampoco sabía que era un espía.
La vida de Danka, según consta en las casi doscientas páginas del libro es realmente de película. Tiene aristas, incluso, que le quitarían el sueño a más de un director de cine. Sobre todo desde que ve a su padre por última vez y comienza un intenso periplo junto a su madre y su hermana, que terminaría en Buenos Aires. Narra cómo era la vida de una niña nacida en plena Guerra Mundial; la supervivencia, la travesía hasta llegar a la Argentina… la reconstrucción de su vida, al cabo, cincuenta años después. “La verdad es que nadie sabía esto, excepto mis psicoanalistas, que fueron tres. Jamás se lo conté ni siquiera a mis amigas más íntimas, que incluso se enojaron cuando leyeron el libro”, se ríe. “Pero de alguna manera tenía que sacar todo eso antes de morirme”, admite esta bióloga devenida escritora que pudo cerrar filas con su propio pasado gracias a semejante –y singular– conversión.
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