Jueves, 15 de mayo de 2008 | Hoy
CINE › BLINDNESS, APERTURA Y PRIMERA GRAN DECEPCIóN DEL FESTIVAL FRANCéS
La película del brasileño Fernando Meirelles fracasa rotundamente en su intento de llevar a la pantalla la novela de José Saramago, una parábola sobre la sociedad moderna que cae bajo el peso de su ostentación e inmodestia.
Por Luciano Monteagudo
Desde Cannes
“Para serles franco, no estoy muy seguro de que ésta sea la película más apropiada para abrir un festival.” Más de uno estuvo de acuerdo con las palabras del director brasileño Fernando Meirelles en la conferencia de prensa con la que el realizador de Ciudad de Dios presentó su nueva película, Blindness, que ayer dio por abierta la edición número 61 del Festival de Cannes. Pero los motivos para tanta coincidencia eran bien distintos. Para Meirelles, su adaptación de la novela Ensayo sobre la ceguera, del premio Nobel José Saramago, podía aguar un poco la fiesta y, sobre todo, arruinar el ánimo de los comensales de la lujosa cena que sigue a la proyección de gala inaugural, porque según él su película trata sobre “la fragilidad humana y el colapso de la civilización”, nada menos. Pero para buena parte de la crítica acreditada en Cannes, que ayer recibió el film con un gélido silencio al término de la primera proyección de prensa, Blindness es un enorme paso en falso, un proyecto de ésos cada vez más frecuentes en el circuito de festivales que confunden cine con literatura y grandeza con hinchazón.
Según contó el propio Meirelles aquí en Cannes, ya en 1998 –tres años después de la aparición de la novela, cuando Saramago ganó el Nobel y él todavía no había dirigido aún su primer largo– se mostró interesado por filmar una adaptación. “Pero en aquel momento Saramago dijo que no porque, según sus propias palabras, el cine destruye la imaginación.” Entonces, Meirelles siguió su propio camino, debutó con la sobrevalorada Ciudad de Dios (estrenada aquí en Cannes fuera de concurso en el 2002) y utilizó esa visión estereotipada de la favela brasileña para convertirse en un director internacional con conciencia social, como lo probó El jardinero fiel (2005), su versión de la novela de John LeCarré rodada en Africa y Europa y en la que cargaba contra las grandes corporaciones farmacéuticas en el marco de una dramática historia de amor.
Entre tanto, Saramago finalmente cedió a la poderosa seducción del cine: el guionista y actor canadiense Don McKellar se ocupó de adaptar su Ensayo sobre la ceguera y Meirelles (con el respaldo de productores brasileños y de medio mundo) volvió a este texto que una década atrás le había sido esquivo, rodeado de un elenco multinacional, encabezado por Julianne Moore, Gael García Bernal, Alice Braga, Mark Ruffalo, Danny Glover y el propio McKellar, además de actores japoneses y europeos. El resultado es irritante por varios motivos, pero sobre todo por su fatuidad y su inmodestia.
Tal como cuenta la novela de Saramago, en Blindness una extraña epidemia se apodera de una ciudad contemporánea: de pronto, una mañana, en medio del habitual caos de tránsito, un conductor descubre que se ha quedado súbitamente ciego. Ve todo blanco, como si estuviera “inmerso en un océano de leche”. Rápidamente, su ceguera se irá transmitiendo a todos los que se le acercan: su mujer, el oftalmólogo que lo atiende, los pacientes con quienes comparte la espera en el consultorio. El innominado gobierno los pone en cuarentena en un hospital abandonado, pero ello no impedirá que sigan llegando nuevos afectados, por decenas. Solamente la mujer del oftalmólogo (Julianne Moore), que milagrosamente no ha perdido la vista pero comparte con él su calvario, será testigo de la degradación a la que llega esa sociedad en miniatura que conforman los internos de ese improvisado campo de concentración para ciegos, confinados por una sociedad insensible a la debilidad y el sufrimiento, pero que no tardará en sufrir las consecuencias de su egoísmo.
“No creo que nos hayamos vuelto ciegos”, dice al comienzo del film la voz en off de un narrador que –siguiendo la letra impresa de la novela– irá explicando todo aquello que la materialidad del cine vuelve obvio. “Pienso que siempre fuimos ciegos, salvo que veíamos. Uno cree ver, pero en verdad no mira.” La metáfora es que esa sociedad opulenta, confiada en el bienestar material que Meirelles se ocupa de subrayar en los primeros tramos del film, se puede comportar, ante una circunstancia extrema, como en la época de las cavernas. “Podemos parecer muy civilizados y hasta sofisticados, pero en el fondo nuestra naturaleza sigue siendo primitiva”, afirmó Meirelles, como si nunca hubiera visto El ángel exterminador (1961), de Luis Buñuel, que hace casi medio siglo ya dijo eso mismo, pero sin la solemnidad que ahora ahoga a este film que nunca deja de presumir de sí mismo.
De alguna manera, el de Blindness es un caso análogo al de Babel, que dos años atrás le valió acá en Cannes el premio al mejor director a otro latinoamericano globalizado, el mexicano Alejandro González Iñárritu. En Blindness también la forma del film –su ostentación, su brillo publicitario– hace a su ideología, que pasa por progresista pero termina siendo profundamente conservadora. Y aquí también, como si se tratara de un sermón pronunciado desde un púlpito, hay un viejo, conformista happy end, en el que los pecadores finalmente “ven” sus errores y tienen la oportunidad de redimirse. Amén. Y a la cena de gala...
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