Sábado, 24 de mayo de 2008 | Hoy
CINE › EL CANT DEL OCELLS, DEL DIRECTOR ESPAñOL ALBERT SERRA
El film presentado en la Quincena de los Realizadores ensaya un giro similar al que el catalán propuso en Honor de cavallería con el Quijote. En las últimas proyecciones antes de los premios, la competencia oficial parece desinflarse.
Por Luciano Monteagudo
Desde Cannes
Tres figuras humanas atraviesan valles y desiertos, arrastrando sus largas capas, sus cuerpos pesados, sus cabezas coronadas. A veces son apenas tres puntos en el paisaje. No están ni muy seguros del rumbo que deben seguir ni de la fe que los mueve, pero no cuesta reconocer en ellos a los Reyes Magos. Se trata de El cant del ocells, la nueva película del director catalán Albert Serra, que hace un par de años fue la revelación de la Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes con Honor de cavallería, su singular versión del Quijote, y que ahora ha vuelto a la Croisette con una película que ratifica su estética radical, alejada tanto del academicismo imperante en el cine español como de las vanguardias meramente formalistas. Se diría que el suyo es un cine en busca de un universo primigenio, de aquello que existía mucho antes del cine, cuando apenas habían nacido las primeras palabras.
Ya en Honor de cavallería, Serra había osado prescindir de todo el texto de Cervantes, para que el espectador pudiera compartir con Don Quijote y Sancho Panza la experiencia de pasar la noche a cielo abierto, bajo el arrullo de las estrellas y los grillos, viajando, conversando a veces, incluso durmiendo, con ellos. La propuesta ahora de El cant del ocells –el título responde a la composición de Pau Casals que se escucha apenas cuando los Reyes, conmovidos, se inclinan antes el Niño Jesús– es similar: atravesar con estos hombres el espacio y el tiempo, compartir su derrotero, abandonarse a las peripecias del camino.
En Cammina, cammina (1982), el director italiano Ermanno Olmi también se había ocupado de seguir el recorrido de los Reyes Magos, pero mientras que para el autor de El árbol de los zuecos esa marcha era, de acuerdo con la tradición cristiana, un acto de fe, este Canto de los pájaros no es de ninguna manera un film religioso. La espiritualidad de la película de Serra –a la que no le faltan varios momentos de humor, dignos del mejor cine mudo– pasa por otro lado. Se diría en todo caso que Serra –en una línea que tiene sus raíces en la de Pier Paolo Pasolini– sale en busca de un mundo mítico, primitivo, como si así pudiera conjurar la vacuidad del presente y devolverle a la realidad un sentido poético.
La protagonista de Salamandra –el segundo film argentino que en estos días también pasó por la Quinzaine des Réalisateurs, después del elogiado Liverpool de Lisandro Alonso– también cree ir a un mundo virgen, cuando se dirige con su hijo de seis años a El Bolsón, apenas terminada la dictadura militar. Esa sobreviviente se llama Alba (Dolores Fonzi) y por haber estado presa casi no conoce a Inti (Joaquín Aguila, un niño inquietante). Se supone que el director Pablo Agüero –cuyo corto Primera nieve, que prefiguraba Salamandra, ganó hace dos años aquí en Cannes, el premio del jurado– se inspiró en sus propias experiencias personales, que no parecen haberle dejado un buen recuerdo, precisamente. La comunidad a la que llegan Alba e Inti está muy lejos de ser el paraíso prometido. Todo es miseria, mugre, decadencia y la gente del lugar ni siquiera los mira con buenos ojos: “Haga patria, mate a un jipy”, se lee en un graffiti que los recibe a la entrada del pueblo.
Entre los extranjeros que ha convocado esa utopía patagónica hay un inglés arruinado a cargo del mítico John Cale, uno de los miembros fundadores de la Velvet Underground, que se la pasa cantando a capella su peculiar idea de “Naranjo en flor”. “Mi John Cale se llamaba en realidad Mike Cook: era un dealer inglés de voz oxidada, nuestro hermoso monstruo –cuenta el director Agüero–. El verdadero Mike Cook fue encontrado con una bala en la cabeza. Es la recreación de un recuerdo de infancia, un tango a la Goyeneche alrededor del fuego, cantado con estilo cavernícola (serruchos y botellas como instrumentos), cantado por un extranjero. John Cale correspondía a ese perfil, supo apropiarse de la intención de la película y fundirse tanto con el lugar que los técnicos de la película lo tomaban por un campesino que alquilaba caballos.”
¿Y la competencia oficial? En los últimos tramos, da la impresión de haberse desinflado: las dos películas de ayer fueron sendas decepciones, por distintos motivos. Con su película anterior, Be With Me, descubierta en la Quinzaine 2005 y estrenada en Buenos Aires a fines del año pasado, el director Eric Khoo logró poner a Singapur en el mapa cinematográfico. Había una auténtica promesa en ese film que mezclaba documental y ficción y sumaba varias historias simultáneas sin la necesidad de que se cruzaran caprichosamente. Ahora con My Magic, presentada ayer en concurso, Khoo apenas si ofrece un convencional melodrama familiar, cuya única curiosidad radica en el protagonista, un mago profesional que traga copas de vidrio y se clava agujas en la garganta.
A su vez, Synecdoche, New York marca el debut como director de Charlie Kaufman, el guionista de ¿Quieres ser John Malkovich? y Eterno resplandor de una mente sin recuerdos. Esos antecedentes autorizaban a esperar un nuevo laberinto cerebral y en ese sentido la película no defraudará a los seguidores de Kaufman, que los tiene como pocos guionistas alguna vez los han tenido. Pero sucede lo que se podía temer si el guionista estrella se dirigía a sí mismo: no hay nadie que organice sus delirios y la historia de ese dramaturgo (Philip Seymour Hoffman) que se pierde dentro de la creación de su propia obra termina siendo un ejercicio de un solipsismo irritante, que bien se podría haber titulado ¿Quieres ser Charlie Kaufman? Una pregunta a la que buena parte de la prensa acreditada en Cannes parece haber respondido: “Nooo...”
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