Viernes, 5 de diciembre de 2008 | Hoy
CINE › EL NIÑO CON EL PIJAMA A RAYAS, DIRIGIDA POR MARK HERMAN
Por Horacio Bernades
EL NIÑO CON EL PIJAMA A RAYAS
(The Boy in the Striped Pijamas,
Inglaterra/Hungría/EE.UU., 2008)
Dirección y guión: Mark Herman, sobre novela de John Boyne.
Fotografía: Benoît Delhomme.
Música: James Horner.
Intérpretes: Asa Butterfield, Vera Farmiga, David Thewlis, David Hayman y Jack Scanlon.
Para no considerarla un disparate liso y llano, tal vez haya que tomar a El niño con el pijama a rayas como una ucronía, modalidad de la ciencia ficción que imagina tiempos históricos alternativos. En este caso, uno en el que los nazis hablan un impecable inglés de las islas y cantan foxtrots, los genocidas son cuestionados por sus sensibles esposas y, sobre todo, los campos de concentración gozan de una laxitud tal en materia de vigilancia, que más parecen campos de recreación. Sin que ningún guardia le vuele la cabeza de un tiro, cualquier hijo de vecino puede arrimarse hasta allí y encontrarse, del otro lado del alambre electrificado, con un chico que para todos los días allí, cerca de la cerca. Como si los oberkampführers, sus subordinados y dobermans hubieran desertado, dejando las instalaciones al libre albedrío de los internos. Distendidos, a la hora de la siesta el pequeño de uniforme a rayas y su vecino conversan, juegan a la pelota y a las damas. Hasta que al de afuera se le ocurre entrar, para ver qué onda, y se encuentra con que justo ese día toca gaseo general.
¿Un chiste macabro y de mal gusto? No, qué va: se supone que esto es una tragedia de dimensiones casi operísticas. Y a no prejuzgar esta vez que el cine malversó a la literatura: el británico John Boyne, autor del best seller en el que se basa la película, reconoció públicamente que ésta fue absolutamente fiel a aquél (hasta parece haberlo mejorado, teniendo en cuenta que en la novela el campo de concentración de costumbres liberales es nada menos que Auschwitz, enormidad a la que la película no se atreve). Todo tiene lugar en los últimos años del nazismo. El pequeño Bruno (Asa Butterfield) debe abandonar, junto a sus padres y hermana, el palacete berlinés donde viven, porque a papá (el británico David Thewlis, recordado, entre otras, por Naked y Cautivos del amor) lo mandan a trabajar al campo. Papá es general del ejército alemán, y su nueva misión consiste en dirigir un campo de concentración. Eso sí: la nueva casa queda a distancia prudencial del trabajo, no sea cosa que los chicos hagan preguntas incómodas.
Pero sucede que desde la ventana de Bruno puede verse lo que él llama “la granja”, habitada por unos extraños granjeros calvos, esqueléticos y con piyama de rayas. Y además está ese humo oscuro que brota de las chimeneas, y ese olor horrible... Más que un problema de credibilidad, el de esta película dirigida por el británico Mark Herman (que ya en su debut, Tocando al viento, anunciaba su vocación de corrección política banalizadora) es el sentido que sus aberraciones históricas generan, dando a pensar no sólo que la familia de un alto jerarca nazi podía ser macanuda (y el jerarca, un pelele), sino que la vida en el campo de concentración no era tan mala como la pintan. Salvo, eso sí, que se te ocurra pasar del otro lado de la cerca, justo en día de gaseo.
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