Martes, 3 de marzo de 2009 | Hoy
CINE › PATRICIO COLL, JORGE GOLDENBERG Y REGRESO A FORTíN OLMOS
La película, que se estrena el jueves, se ocupa de una experiencia de militancia social en una región castigada por la miseria, donde dominaba la injusticia y la opresión de trabajadores. “En principio, fue un choque bastante brutal”, aseguran.
Por Oscar Ranzani
Hace cuarenta y tres años, cuando el cine documental provocaba una efervescencia social sin precedentes, producto del surgimiento del Instituto de Cinematografía de la Universidad Nacional del Litoral (UNL) –cuyo ideólogo fue el legendario Fernando Birri–, Patricio Coll y Jorge Goldenberg (actualmente uno de los guionistas más prestigiosos del cine argentino), egresados de esa casa de estudios, decidieron junto a otros dos compañeros, Luis Zanger y Hugo Bonomo, internarse en el Chaco santafesino con sus cámaras. La experiencia vivida se transformó en cinematográfica: el resultado fue el documental Hachero nomás, en el que el equipo de documentalistas puso al descubierto la situación de explotación de los hacheros de la zona por parte de los contratistas de obraje de la compañía La Forestal Argentina. Las imágenes, impactantes por su crudeza, daban cuenta de una profunda desigualdad social. “Tres meses y medio duró ese rodaje –recuerda Coll– porque, en primer lugar, nuestra infraestructura era muy limitada y, además, nos tocó en vez de sequía una época de lluvias terribles. Si te agarraba la lluvia, rodeado de senderos de tierra, quedabas aislado días y días en el lugar donde había caído el agua. Incluso, padecíamos los mismos problemas que los pobladores que, a veces, no tenían qué comer porque quedaban absolutamente aislados. Y se dio además una coincidencia: hubo una epidemia de fiebre amarilla, por la cual nuestros familiares estaban aterrados. Era todo bastante complicado, un safari primitivo a los montes chaqueños.”
Ambos realizadores recuerdan que se habían quedado impresionados, luego de que La Forestal Argentina, “una compañía monstruosa en su extensión”, había dejado de operar en el país (se habían agotado reservas de quebracho colorado que explotaban para el tanino) por la labor de un grupo de religiosos, educadores, médicos, economistas y agrónomos que tuvieron la genuina idea de crear una cooperativa para que todos estuvieran en igualdad de condiciones. Sobre esa experiencia que no llegó a ser contada en Hachero nomás, pone el foco Regreso a Fortín Olmos, documental de la dupla Coll-Goldenberg que se estrena el jueves. En esa región, donde la situación de miseria hacía estragos en la población, los documentalistas habían conocido a ese grupo de militantes sociales, cuya experiencia se desarrolló entre 1966 y 1975, en una región donde hasta ese momento había prevalecido la injusticia y los trabajadores del monte eran oprimidos despiadadamente.
Una profunda investigación les permitió a los directores Regreso a Fortín Olmos, cuarenta años después, dar con el mentor del proyecto comunitario: el sacerdote italiano Arturo Paoli, perteneciente a la Orden de los Hermanos de Foucauld, que actualmente sigue trabajando en un proyecto de desarrollo social comunitario en una villa miseria de las afueras de Foz do Iguaçu. A partir de entonces, casi como desenvolviendo la madeja de un ovillo, van apareciendo en las imágenes los protagonistas (educadores, agrónomos, médicos, etcétera) que cuentan cuatro décadas después, cómo funcionó esta experiencia cooperativa bautizada La Fraternidad, que rindió sus frutos e instaló la idea de que todos formaban parte de un mismo proyecto y que vulneró las reglas de la opresión, cuando sus miembros se propusieron que no sólo un patrón podía ser presidente de la cooperativa sino también un hachero, como efectivamente sucedió. Y más también: que los hacheros podían acceder a la propiedad de la tierra, algo que hasta entonces les estaba vedado, casi como si se tratara de una sociedad feudal. Tras las huellas de aquel emprendimiento autogestivo, algunas borradas por las décadas de historia transcurrida, fueron ambos directores y consiguieron su objetivo.
–Teniendo en cuenta que en la película se señala que era “la cuna de la pobreza”, ¿cómo encontraron Fortín Olmos más de cuarenta años después?
Patricio Coll: –En realidad, en Fortín Olmos se ha producido, a lo largo de cuatro décadas, cierto desarrollo. La población es bastante pobre, pero ahora hay una comuna, calles trazadas, alcantarillas, construcciones de material que casi no las había. Incluso, tuvimos que situarnos nuevamente porque originalmente eso era un playón de carga de troncos al lado de una vía férrea que iban siendo llevados hacia la fábrica de tanino. Había poquitas casas, un almacén de ramos generales, una escuelita. Ahora, hay un pueblo armado. En principio, fue un choque bastante brutal. Pero, en verdad, uno a priori no tenía ningún preconcepto de qué era lo que iba a encontrar porque no es tanto el pueblo urbanísticamente hablando lo que nosotros estábamos buscando sino que estábamos investigando a aquellas personas que pudieran haber sido protagonistas de aquella experiencia que nosotros habíamos conocido, pero no filmado hacía cuarenta años. De manera tal que más bien íbamos en busca de personas que pudieran darnos su visión de qué es lo que había pasado y de cómo veían desde el presente aquellos acontecimientos.
–Si Hachero nomás hacía foco en la explotación de esos obreros, Regreso... pone el acento en la experiencia solidaria que les permitió a esos obreros acceder a sus derechos. ¿Fue una manera de reivindicarlos?
Jorge Goldenberg: –Nosotros fuimos a investigar pero no con una tesis ni con una configuración estructurada. Fuimos a partir de que esa gente nos había interesado mucho al punto tal de que le habíamos dedicado Hachero nomás, pese a que ellos no estaban en el cuadro. Pero no con un afán particularmente reivindicativo. Queríamos averiguar y que se pudiera pensar una experiencia que nos parecía muy singular con actores muy inteligentes, muy jugados y muy inquietos a los que el paso del tiempo no les quitó un ápice de pasión, sino que les agregó un nivel de lucidez, de autocrítica y demás. De nuestra parte, no es una acción pensada desde reivindicación alguna sino que se piense concretamente sin a prioris, sin estructuras rígidas que, a veces, hacen que las películas se conviertan en demostraciones. La película no demuestra sino que (por lo menos en nuestra intención) ofrece la palabra a quienes realmente llevaron adelante y ejecutaron esa experiencia.
–¿Cómo era la relación entre religión y trabajo social en aquella época? ¿Cuál era la necesidad de esos religiosos que fueron a Fortín Olmos?
P. C.: –En primer lugar, ellos eran curas obreros, lo cual implicaba que esas personas habían optado por salir del clero regular, no tener una parroquia, no hacer carrera. Arturo Paoli era, en ese momento, un sacerdote que pertenecía a un núcleo muy selecto en el Vaticano. En un determinado momento, producto de lo que eran sus actividades y sus convicciones, empezó a tener conflicto y decidió no ser cardenal. Y se transformó en cura obrero. Entonces, ya había por parte de estos sacerdotes una claridad de elección. Y esa claridad de elección se manifestó en que un belga, un francés y un italiano vinieron a la Cuña Boscosa y se sumergieron en tierra de nadie. Allí, empezaron a trabajar para tratar de compartir con la gente que vivía allí el tipo de vida que hacían. Uno trabajaba de enfermero; otro, en las vías de los trenes de La Forestal que todavía estaban funcionando y otro no recuerdo qué trabajo tenía. De pronto, descubrieron que ellos tenían su salario, cobraban a fin de mes y que eran unos privilegiados, rodeados de una población nómade que lo único que hacía era trabajar prácticamente por la comida volteando árboles. Eso les produjo una crisis y dejaron de ser sacerdotes obreros a sueldo para iniciar un proyecto que le permitiera a esta gente asentarse en la tierra (cosa que tenían prohibido los hacheros de La Forestal) y poder ver cómo hacían para transformarlos de obreros nómades dedicados solamente a ser hacheros en agricultores, que fue lo que implicó la creación de esa cooperativa. Ahora, desde el punto de vista ideológico, eso está expuesto por ellos. Nosotros sobre eso no opinamos.
–¿Ustedes piensan que era posible, como se dice en la película, reconstruir una sociedad con una democracia de base?
P. C.: –En primer lugar, era la década del ’60, época turbulenta donde emergían distintos proyectos, ya se había producido la Revolución Cubana; los argentinos vivíamos de golpe militar en golpe militar. En ese entonces, lo que podíamos denominar “la democracia burguesa” funcionaba mal, los jóvenes tenían una enorme ansiedad por cambiar las reglas del juego y sentirse protagonistas. Obviamente, la necesidad de cambio para esta gente se expresaba en un proyecto cooperativista que daba a todos los integrantes de la empresa el mismo poder de decisión, todos votaban el proyecto de desarrollo económico de la empresa cooperativa a la que pertenecían. Por eso, tenía que ver, en principio, con la creación de una democracia de base donde, además, como ellos mismos dicen, las relaciones serían de solidaridad, de cierto igualitarismo a la hora de las decisiones, de las oportunidades. Pero, claro, definir si eso era efectivamente una posibilidad iba a depender de la ideología de cada uno.
–¿La recuperación de tierras por parte de los hacheros fue el principal logro de la cooperativa?
J. G.: –Es difícil evaluarlo. Yo creo que la cooperativa ofreció, primero, la posibilidad de un acceso a la tierra que históricamente los hacheros no habían tenido. Y para la cual, tal vez no estaban del todo preparados, en otro sentido, porque no había una tradición campesina de agricultores en esa zona. Pero es cierto que tuvieron un acceso a la tierra y que tuvieron la posibilidad de ser tomados en cuenta como ciudadanos. En la película se dice que hubo que convencerlos mucho de que su voto valía tanto como el de su patrón, que también era socio de la cooperativa. Esto me parece que potencialmente ha sido un logro también.
–¿Cómo era la relación entre patrones y hacheros en la cooperativa? ¿Había diferencias de clase?
J. G.: –Sin ninguna duda. En principio, legalmente no había modo de impedir que los ex contratistas de La Forestal fueran socios de una cooperativa. En consecuencia, las diferencias se manifestaban de un modo muy brutal. Llegaron a un punto en que hubo dos listas enfrentadas. Una, respaldada por lo que podemos llamar la vanguardia de la militancia social, la lista de los hacheros, y había otra lista que era la de los patrones que, a su vez, ejercían una presión de otro orden. En la película se ve lo del voto: a ver si el hachero iba a levantar la mano contra su patrón. Ahora, lo que estaba en juego siempre era la propiedad de la tierra.
–¿Cómo logró sostenerse este proyecto en medio de dictaduras?
P. C.: –Era muy difícil, puesto que en aquellas dictaduras se suponía que todo aquello que quisiera cambiar las pautas instaladas en la sociedad era automáticamente subversivo. Estoy usando a sabiendas la palabra, pero no quisiera que se le diera la connotación de guerrillero. Es decir, subversivo es aquel que está modificando un orden establecido. Y entonces, bajo dictaduras militares eso era escasamente aceptable, para ser moderado.
–¿Piensan que en la actualidad podría concretarse un proyecto cooperativo como ése o los lazos de solidaridad están mucho más resquebrajados que entonces?
J. G.: –Creo que hay una cierta mitificación con el paso del tiempo. Hubo que pelear mucho para que se crearan los lazos de solidaridad entonces. No es que vos llegabas a la zona y automáticamente había una red solidaria. Buena parte del trabajo de estos militantes sociales fue sostener un proyecto de solidaridad. Yo no puedo hacer pronósticos de si hoy sería posible o no. Si esto puede ser viable o no seguramente dependerá de la región, del modo, de la capacidad de haber internalizado una experiencia. Supongo que sí. Pero no creo que los lazos de solidaridad eran muy sólidos en los ’60 y están resquebrajados ahora. La miseria extrema no es solidaria. Esto ya lo demostró Buñuel en Los olvidados hace muchos años. La miseria extrema, en sí misma, no genera, de ninguna manera, vínculos solidarios. Genera degradación. Entonces, cuando aparece un grupo que crea otras condiciones, que permite que aquella potencial solidaridad se manifieste, empieza lentamente a tener la posibilidad de manifestarse. Pero no hay una cuestión ontológica con la solidaridad.
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