CINE › UNA CHARLA CON TRES DIRECTORES ARGENTINOS DEL FESTIVAL
Julia Solomonoff, Matías Piñeiro e Iván Fund tienen personalidades, cuerpos y lenguajes diferentes, pero los une la pasión por filmar en un país donde el cine brota pese a todo. Y los tres coinciden en señalar la vetustez de esa bendita sigla “NCA”.
› Por Facundo García
Casi nadie vio las tres películas argentinas que participarán en la Competencia Internacional del Bafici. Se puede anticipar, eso sí, que son bien distintas. Al menos es lo que se intuye al conocer a sus directores. Julia Solomonoff, Matías Piñeiro e Iván Fund tienen personalidades, cuerpos y lenguajes contrastantes. Se les nota en la manera de abordar cada pregunta. Temas como la vigencia del rótulo “Nuevo Cine Argentino”, el público snob de los festivales o la influencia de la política en sus trabajos se abren siempre en tres opiniones que por momentos se contradicen y más frecuentemente se complementan. Y un detalle sugerente más allá de sus divergencias: todos usaron, consciente o inconscientemente, una aproximación al campo, los pueblos y las quintas –la presencia de lo rural, en definitiva– como un eje posible de sus films.
–¿Sirve seguir hablando de Nuevo Cine Argentino (NCA)?
Matías Piñeiro: –Las películas están ahí, eso es innegable. Es evidente que tenemos una producción mucho mayor que la que se da en otras partes, y no es casualidad que este festival se haya convertido en una referencia internacional. Eso no implica –nunca implicó, en realidad– homogeneidad, sino más bien una sumatoria de realizadores-ovni. Desde que apareció ese rótulo del NCA, unos se pusieron más cerca del mainstream, otros en la otra punta y otros en el medio. Sin embargo, lo que marca al fenómeno es que la Argentina haya podido producir a partir de la excepción. No sé dónde más se pueden hacer tantas películas de 8 mil euros. Ante esa cantidad de material, los críticos se vuelven locos y es comprensible. Ven unas pulguitas que se mueven enloquecidas, ¿y qué hacen? Agarran un marcador grueso, trazan cuatro líneas y clasifican: “Lo que está acá adentro es equis”. Me parece que lo más saludable si uno quiere sentirle el pulso al cine de acá es aproximarse caso por caso.
Julia Solomonoff: –Esa disyuntiva de nombres es más un problema para los críticos. A nosotros nos corresponde, antes que nada, hacer la mejor película posible. Yo comparto que los títulos suelen ser forzados; la experiencia me enseñó, no obstante, que ciertos artificios ayudan. Si por La ciénaga hubo festivales de NCA en Europa que se interesaron en diez películas más, me parece perfecto. No importa que junten a Puenzo con Caetano, si los dos van a salir beneficiados. En definitiva, no son cosas que tengan que ver con dirigir, sino con otra parte muy importante que es el ver cine y el organizar cómo se ve el cine. Tengo la impresión de que todavía no se ha evaluado la importancia de ese polo. Hoy, que los costos de producción se han bajado considerablemente, el gran problema a resolver son las estrategias de distribución. Ahí está el punto. Por otro lado, poner un cartel de “Nuevo Cine Argentino” acá ya no tiene ningún impacto. No significa nada. Habría que buscar otra categoría más convocante.
–Bueno, a la pesca de asociaciones posibles, podría señalarse que en las obras que van a presentar hay una irrupción de lo rural y sus adyacencias. ¿Será porque los films de Julia e Iván se hicieron en Entre Ríos?
Iván Fund: –Hum... ése es otro de los vicios de quienes se enganchan demasiado con los moldes. Aclaran siempre que una película es de las provincias, como si mereciera un filtro especial. Es medio patético que aclaren que una película es “del interior”. Ni hablemos de cuando escriben, por ejemplo, “el cordobés Santiago Loza”. Nunca ponen “el porteño Piñeiro” (risas).
J. S.: –Es terriblemente paternalista, además.
–Entonces la recurrencia campestre es casualidad...
M. P.: –Habría que pensarlo. Son búsquedas. El gran peligro es hacer películas de acuerdo con una imagen de lo que debería ser “lo argentino”, y el antídoto es que los que pertenecemos al público local consigamos ser mejores espectadores con lo que se hace aquí, para poder distinguir a aquellos que están jugándosela por lo nuevo. Yo prefiero un error original que una convención exitosa.
–Hablemos del Bafici. ¿Sigue teniendo la misma importancia de antes? ¿No les molesta un poco tanto público snob?
M. P.: –No, ¡que vengan! ¡Que revienten los cines de snobs y no snobs! Uno no puede ponerse a evaluar a los otros. ¿Con qué parámetros, a esta altura? Yo me contacté con este festival cuando iba al secundario. No entendía nada, pero me copé, vi ocho películas y, sin darme cuenta, intercambiando datos con otros me fui formando. De repente me encontraba con quince retrospectivas, venía uno y me pinchaba haciéndose el canchero: “¿Cómo no viste tal cosa?”. Y yo iba. Ahora uno se acuerda y le parece bobo. No obstante, quizás entrabas a la sala por esnobismo y al final la peli te terminaba ayudando a tener una mirada más desprejuiciada sobre el cine y la vida.
J. S.: –Yo soy una defensora del Bafici. El empobrecimiento de la cartelera porteña es tan gigantesco que uno desearía que la grilla de estos días pudiera extenderse varios meses, porque muchas de las películas interesantísimas que se van a ver nunca más estarán en una sala de acá. He andado bastante por el extranjero y percibo que estamos en una ciudad que se está volviendo insular. De ahí que este evento sea tan importante. Es un puente a lo que está pasando en otros rincones del planeta. Aunque te sea imposible ir a todas las funciones, vas a saber que esas películas existen; y evaluarás si las mandás a pedir, te las bajás, yo qué sé...
I. F.: –Igual, esta movida tiene relevancia sólo si estás en la Capital. Si vivís lejos, te afecta poco. Es indispensable darles más bola a las muestras itinerantes, para que esa oferta original y numerosa que tenemos en estos días se proyecte en el espacio y el tiempo.
J. S.: –Si el Bafici y el Incaa (Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales) se dieran un poco más la mano, no sería tan complicado. Pasa que hay una tensión política que los supera. Lástima; estaría genial que pudieran aprovechar la estructura que está disponible en el resto del país para llevar material allá. Porque además no es lo ideal ver tres o cuatro películas juntas, como hacemos los cinéfilos por estas fechas. Una necesita pensar y discutir. Esto ya es voracidad. El que quiere comer bien no pide cuatro platos.
Tanto Todos mienten como La risa y Ultimo verano de la boyita (ver recuadros) están ultimando detalles a contrarreloj para poder llegar en óptimas condiciones a sus fechas de estreno. En el caso de las dos últimas, la posibilidad de ampliar a 35mm se consiguió gracias al premio del Fondo Metropolitano de las Artes y las Ciencias que entrega el Ministerio de Cultura del gobierno porteño. “Fue entre una sorpresa súbita y una alegría –detalla Fund–. Y encima el festival se adelantó.”
–Efectivamente, se adelantó como las elecciones. ¿Les pega la coyuntura política? ¿Impacta en su producción?
J. S.: –Impacta en el sentido que mencionábamos recién. El Incaa y el Bafici no se coordinan porque estamos acostumbrándonos a que el autoritarismo nos invada. Dialogar es tomado como signo de debilidad. Todo es “te voy a apretar por este o aquel lado”, y así se destruye. Si te ponés a hacer un balance de los últimos meses de conflicto entre los sectores de poder, es muy patente que se perdió más de lo que las partes en disputa están dispuestas a admitir. Esa misma lógica afecta al mundo del cine, y los principales perjudicados son los espectadores. Se invierte en selecciones fenomenales, se da apoyo a realizadores y después tanto las selecciones como los trabajos financiados quedan trabados por discusiones burocráticas. Por eso mi película habla justamente de las diferencias entre seres humanos, de la posibilidad de comunicarse.
M. P.: –Personalmente, opino que hacer una película sin hacerte mala sangre por los fondos es un gesto de resistencia política. Uno se expresa desde un lugar en el que todas las reglas indican que no están dadas las condiciones para hacerlo. Y lo hace con libertad, con su propio ritmo y convencido de que necesita contar lo que cuenta. Por ahora, no sabría hacer cine si no es así.
I. F.: –Que una película exista es un acto político. Te saliste del silencio, y ese hacer que algo haya entrado en la existencia puede ser, efectivamente, una postura de resistencia. Después te criticarán o no. Yo cito a Casavettes, que una vez hizo esta comparación: “Usualmente, la gente va y se compra un auto fabricado por una multinacional. Ahora bien, cuando yo les muestro este auto que hice en mi garage, cuestionan que la dirección está medio dura o que la curva del techo no es perfecta. No se dan cuenta del valor que tiene que haya hecho mi auto con mis propias manos”.
* Todos mienten, de Matías Piñeiro, se estrenará mañana a las 23 en el Hoyts 9. A El último verano de la boyita, de Julia Solomonoff, le llegará el turno el lunes 30 a las 22, en el Hoyts 10. La risa, de Iván Fund, se proyectará por primera vez el martes 31 a las 23, también en la sala 10 del complejo ubicado en el shopping del Abasto.
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