Julia Solomonoff (1968) nació en Paraná y en su infancia se mudó a Rosario. El sueño de dedicarse al Séptimo Arte la condujo a Buenos Aires –a los diecinueve ingresó en la actual Escuela Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica (Enerc)–, para después ir a Nueva York y retornar en noviembre de 2001. Su primer film fue Hermanas y debutó como productora en el reconocido documental sobre Evo Morales Cocalero. El último verano de la boyita, su segundo largometraje, llamó la atención de Pedro Almodóvar y, en consecuencia, contó con el apoyo de la productora El Deseo, aunque el aporte económico de esa compañía no superó el 20 por ciento del total.

“Quise mostrar parcialmente una historia muy íntima. Dado que me había estado desplazando mucho, sentí que tenía que volver al principio para encontrarme”, suelta la directora, que se encargó personalmente del guión. Rodó en Entre Ríos, en un paisaje muy similar al que enmarcó su niñez: “Encontramos una locación que era exactamente como yo la había imaginado, y eso contribuyó a sumar un efecto de realidad a lo que estábamos retratando”. La historia comienza con un desencuentro entre Jorgelina –una nena de nueve o diez años– y su hermana mayor Luciana, que acaba de tener su primera menstruación y está levemente “cambiada”. Sus padres acaban de separarse, y Jorgelina se va con el papá a vivir al campo. Ahí se encuentra con Mario, un adolescente rubio de esos que en la Mesopotamia llaman “rusitos” y son generalmente descendientes de alemanes. “Ella lo busca, pero él está pasando por una transformación de su cuerpo que aparentemente no es normal. Y será por la curiosidad de esta chica y a su falta de prejuicios que se revelan cosas de ambos, sin que las tensiones los hagan caer en visiones binarias ni trágicas”, apunta la cineasta.