Martes, 31 de marzo de 2009 | Hoy
CINE › SIMONE BITTON, DOCUMENTALISTA MARROQUí, AUTORA DE RACHEL
“Tener noción de lo que está sucediendo en Medio Oriente no depende de la sangre”, dice la cineasta, de origen judeo-árabe.
Por Facundo García
Ahora mismo, entre las más de seis mil setecientos millones de personas que habitan el planeta, está muriéndose una. Un suspiro y listo, ya no está. Lo que le haya pasado se puede meter bajo títulos lacónicos del tipo “hambre”, o “accidente”. Pero ¿qué pasaría si, en un segundo de lucidez, alguien se pusiera a rescatar lo que tienen para revelar esas voces que ya no pueden hacerse escuchar? En busca de ese tipo de comprensión es que Simone Bitton hizo Rachel, un meticuloso documental acerca del asesinato de una militante pacifista de veintitrés años que el 16 de marzo de 2003 fue arrollada por una excavadora del ejército israelí en la Franja de Gaza. Y puesto que la marea de discursos sobre lo que ocurre en esa zona es gigantesca, es comprensible que la directora –que además es jurado de la competencia argentina en el Bafici– acepte dialogar sobre la situación en Medio Oriente con la condición explícita de que le permitan dejar sentadas sus posturas como cineasta.
–Usted es judía árabe, ¿influyó eso para poder reconocer que detrás de las incursiones israelíes hay una catástrofe humanitaria gigantesca?
–Prefiero no vincularlo con mis orígenes étnicos ni genéticos. Opino que lo mío es conciencia. Podés ser japonés y tener noción de lo que está sucediendo en Medio Oriente, no depende de la sangre. Por otro lado, no siempre pongo mi propia identidad en primer plano. Tal vez en mi proyecto anterior (El muro, sobre la pared que se construyó para aislar a la población palestina) lo haya hecho. No obstante, no lo considero una obligación.
–¿La agreden en Israel por sus posiciones?
–No creas. Allá, si sos judío, prácticamente tenés libertad total de expresión. Tenés que ser judío, eso sí. Por eso, por más que en Israel haya sectores que se molestan por mis films, la realidad es que me resulta mucho más sencillo soltar mis ideas y esperanzas ahí que en lugares como Estados Unidos, donde la reacción que recibís por parte de ciertos sectores es mucho más virulenta.
–¿Cambió en algo su perspectiva desde que comenzó a dedicarse a este tipo de cine?
–Hay algo nuevo, que no sé si es un cambio. Es la triste evidencia de que el asunto va empeorando progresivamente. Cada vez que repaso una película mía de hace cinco o seis años –aun si es muy trágica– siempre me quedo congelada porque pienso “uf, pero aquéllos eran los buenos viejos tiempos”. Se va sumando una tragedia sobre otra. Es tremendo. Incluso con Rachel, que ilumina una verdad dolorosa, esa sensación vuelve. Cuando la hice se estaban demoliendo casas con familias palestinas y el odio era moneda común. Sin embargo, terminamos de editar y se lanzaron las incursiones y los bombardeos con aviones, que fueron devastadores.
–Y ese dolor que se ahonda, ¿afectó sus criterios estéticos?
–Quizá me haya vuelto más madura. Ya no “grito” tanto, por definirlo de alguna manera. Prefiero murmurar, porque descubrí que si uno va más despacio, los demás se permiten el silencio y la atención. Eso ayuda a pensar. Por último, he comenzado a trabajar cada vez menos para la TV, con todo lo que eso implica desde lo formal. Se ha hecho casi imposible concretar proyectos personales y rigurosos para la tele. Y estoy contenta de no estar en ese medio, porque es realmente triste lo que ha terminado siendo la televisión.
–Entre bombas y balazos, ¿cómo mantiene la fe en lo que pueda aportar usted con su cámara?
–Simple: no creo que las películas vayan a cambiar el mundo, y eso me ha hecho más libre. No ejerzo censura sobre los entrevistados, ni sobre mí. Cuando vos tenés un objetivo político establecido, en cambio, frecuentemente tendés a retacear información y a hacer cálculos estratégicos. Yo me salgo de eso. Intento ser sincera, y que los espectadores se conecten. Es lo máximo que puedo dar.
–¿Por qué se decidió por abordar caso de Rachel entre tantas otras muertes?
–Yo sabía que Gaza era una catástrofe, y que el ejército ocultaba información. Paralelamente, me interesaba hacer un film con forma de pesquisa. Sería, a la vez, una respuesta a la cantidad de averiguaciones que hace el Estado israelí. Fijate que después de cada masacre aparece alguna autoridad con cara seria y declara: “Caramba, haremos una investigación sobre lo sucedido”. Yo quería develar qué hay debajo de esas palabras. En definitiva, salió una indagación sobre esta chica, pero también una reflexión sobre los mecanismos de investigación que usan los militares. Y había motivos íntimos: Rachel era idealista y joven, y la vi como una inspiración. Quizá busco que ella me salve de la desesperanza.
* Rachel se proyecta hoy a las 18 en el Hoyts 10 y el jueves 2 a las 22.15 en el Atlas Santa Fe 2.
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