Martes, 31 de marzo de 2009 | Hoy
CINE › COMPETENCIA INTERNACIONAL
Por Horacio Bernades
Dos de las películas que presenta por estos días la Selección Oficial Internacional del Bafici hacen foco en la violencia, y la contextualizan. En la coreana Ddongpari (Breathless), la violencia se origina en el seno familiar, extendiéndose en círculos de sangre y abuso, que parecerían repetirse al infinito. En Tony Manero, la psicopatía del protagonista funciona como excrecencia de su medio, el Chile de tiempos de Pinochet, donde la vida cotidiana da la impresión de haberse podrido para siempre. Si de alguna violencia habla, a su turno, la argentina El último verano de La Boyita, es la que produce la disociación entre biología e identidad, entre genitalidad y género, y entre todo eso y el prejuicio sexual.
Ganadora de la última edición del Festival de Rotterdam, Breathless es la ópera prima de Yang Ik-june, que además la escribió, produjo y protagoniza. Seguramente esto último es lo más raro, ya que el hombre no se obsequió a sí mismo con el personaje más agradable del mundo. Sang-hoon trabaja de “pesado”, cobrando deudas mediante el sencillo método de fajar a los morosos. Y no es que en las horas libres el tipo se dedique a otra cosa. Si una chica le protesta por un escupitajo, le parte la mandíbula. Si un par de policías se acercan para ver qué pasa, les pega también a ellos. Si ve a un tipo por la calle pegándole a una chica, le pega primero al tipo y después a la chica. Como la propia descripción lo trasluce, en un comienzo toda esta descarga de violencia indiscriminada despierta una mezcla de rechazo, comicidad y complicidad. De a poco, la visión del personaje va cambiando, y con ella el tono entero del film, en la medida en que se devela (mediante un par de flashbacks indudablemente torpes) cómo llegó Sang-hoon a ser lo que es.
De una suerte de anarquismo inaceptable y efusivo se pasa a algo mucho más tipificado y normalizador, el melodrama de familia disfuncional, con sus tropos habituales: la compasión por el que sufre, el arrepentimiento, el intento de regeneración... Con lo cual Breathless pierde el carácter incómodamente transgresor que le ponía pimienta en un comienzo. ¿Que la película tiene energía? La tiene, pero al precio de una combinación demasiado obvia de planos cortos, parpadeos de cámara y movimientos bruscos. Lo obvio se impone, también, en Tony Manero, una de esas películas en las que todo, hasta el más mínimo detalle, está en función de un determinado mensaje. El mensaje es que el Chile de Pinochet era algo muy semejante a alguno de los círculos del infierno, alrededor de lo cual toda la película organiza su sentido.
El protagonista es un improbable profesor barrial de danza/fan alienado de Travolta/psicópata asesino, que mata por los motivos más miserables, al mismo tiempo que grupos paramilitares persiguen, arrestan y asesinan ciudadanos. Si el paralelismo es obvio, el conjunto de la puesta en escena le sirve de marco, con tonalidades parduscas, sordideces generalizadas y un digital de tan dudosa calidad, que en lugar de actores suelen aparecer borrones en medio del plano. Como en su anterior Hermanas, hay dos hermanas en El último verano de La Boyita, segunda película de Julia Solomonoff. Pero eso sólo en las primeras escenas y las últimas. Ese es todo el parecido entre ambas películas, porque si aquélla era puro cálculo de guión y aplicación de fórmulas dramáticas probadas, ésta –que cuenta con participación de la compañía de Almodóvar en su producción– tiene un tratamiento mucho más elusivo.
La película de Solomonoff tiene, ciertamente, un peso considerable a remontar: después de XXY, es la segunda en pocos años que hace eje en la cuestión del hermafroditismo. La diferencia con la de Lucía Puenzo es que el hermafrodita no es en este caso el protagonista sino el objeto de atención de una nena de unos diez años, a quien la reciente menarca de la hermana mayor la tiene en estado de curiosidad sexual. Narrada con un tempo sereno, ajustado al ambiente campero en que transcurre, libre de subrayados, delicadamente construida y apostando más a la suma de pequeños detalles que al encadenamiento de acciones, el mayor pecado de El último verano... es, seguramente, el de no producir una impresión fuerte, como si todo tendiera a diluirse en ella.
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