Miércoles, 5 de mayo de 2010 | Hoy
CINE › LA ACTRIZ, COREóGRAFA Y ACRóBATA KRIS NIKLISON PRESENTA SU óPERA PRIMA DILETANTE
Tras dos décadas radicada en Holanda y de hacer protagónicos en el Cirque du Soleil, la cineasta regresó a la Argentina y decidió filmar a su madre en Sauce Viejo, Santa Fe. “Me tomé la atribución de decirle ‘fuiste lo que quisiste’”, asegura.
Por Ezequiel Boetti
Bela Jordán estaba lejos de peinar las innumerables canas que hoy conforman su tupida cabellera cuando una frase de su padre, en apariencia intrascendente, devino en epifanía: “Dijo que diletante es una persona que sabe muchas cosas, aunque nada en profundidad, pero sabe hablar y entretener. Desde ese día quise ser una diletante: divertir y divertirme”, explica. Y mal no le fue: histriónica pero no exhibicionista, ella mixtura la espontaneidad y el desparpajo de la niñez con la sapiencia propia de sus 80 años, llevados con un orgullo admirable. Es sobre ella que reposa la narración de la ópera prima de su hija, Kris Niklison, bautizada justamente Diletante, que ganó el premio a la Mejor Película Argentina en el Festival de Mar del Plata 2008 y que se estrena mañana. “Es una persona magnética, con una energía rara para su edad. Tiene una vitalidad y una filosofía de vida única y un modo de vivir que se encierra en esa palabra. Además, como artista, hacer una película sobre ella tenía un significado inmenso”, sostiene Niklison, quien es directora de teatro, acróbata y coreógrafa, además de actriz de La tempestad, de Peter Greenaway, y La dama regresa, de Jorge Polaco.
Diletante no sólo marca un rol iniciático en la carrera de Niklison, sino también una nueva etapa en su existencia nómade. Luego de veinte años en Holanda, hacia donde partió en 1989 con más ímpetu que recursos, decidió reinstalarse en la Argentina. “Siempre digo que irme fue una aventura de la juventud. Desarrollar mi carrera en teatro allí fue magnífico, pero no era mi plan. No quería ser una inmigrante el resto de mi vida”, confiesa. De modo lento pero constante, la carrera de esta egresada del Conservatorio Nacional de Teatro creció hasta la fundación de su compañía, la Kris Niklison & Company, con la que recorrió veinte países en cuatro continentes. Con la avidez de aventura ya saciada, las ganas de permanecer en Europa empezaron a menguar. “Sentí que la etapa en la que fui extranjera en todos lados se había terminado. Al mismo tiempo, intuí que había una película dentro de mi madre y que debía rodarla acá. Los escorpianos morimos y renacemos, y yo tenía que comenzar un nuevo período. Quería hacer otra cosa; quería hacer cine”, rememora Niklison, protagonista del espectáculo del Cirque du Soleil Pomp, Duck and Circumstance.
–Ella dice que es la persona más divertida del mundo. ¿Coincide?
–Mi madre dice que “la persona más divertida es Bela Jordán”, porque es con quien pasó toda la vida. Cuando era chica y le decía “mamá, me aburro”, ella respondía “mejor que aprendas a entretenerte con Kris Niklison, porque vas a estar con ella toda la vida”. Esa es su filosofía: divertirse con uno mismo porque lo otro es pasajero.
–Usted se fue a Holanda en 1989 y volvió en 2006. ¿Diletante es una forma de expiar las culpas por esos años de ausencia?
–Culpa es una palabra muy pesada que no se aplica a mi personalidad. Soy muy aventurera y tomo todo lo que me va pasando. Pero, sin lugar a dudas, ésta es la película de alguien que estuvo casi dos décadas afuera. Hace tres años hablaba mal el idioma, nunca creí que iba a volver, entonces todo lo que recordaba y sentía sobre la Argentina era con esos 10 mil kilómetros de distancia. El amor con el que filmé el paisaje de Sauce Viejo (provincia de Santa Fe) es el de una persona deslumbrada. Pasé ahí todos los veranos de mi infancia y siempre había vuelto, pero nunca para zambullirme. Y cuando lo hice, hubo un romance con el reencuentro y con las cosas que me hicieron falta en Holanda.
–Cuando visitó Argentina en 2001 se la notaba orgullosa de su carácter itinerante.
–Pero sigo siendo itinerante. Tengo casa, estudio y teatro en Brasil, este año visité Uruguay y Colombia; el año pasado fui a España, Francia, un mes a Holanda. En eso, mi naturaleza no cambió. No estoy acá para siempre, no sé qué haré. Creo que no cambia la naturaleza de la gente, sino la forma de expresarla. En ese momento necesité zambullirme en esto.
–¿Esa zambullida le permitió descubrir una faceta de su madre que no conocía?
–A mi madre la conozco como amiga desde que murió mi padre, hace unos quince años. Lo que no sabía era cómo era su vida en ese lugar. Ese universo me era desconocido y por eso se nota en la película una perplejidad de mi parte.
–La perplejidad de la que habla, ¿se refleja en la ubicación de la cámara detrás de la pared, como queriendo observar sin que la vean?
–Nunca había hecho cine, entonces jugué con la cámara como lo hago con mis espectáculos: deambulo hasta que encuentro lo que me gusta. No pensé esa pared, pero cuando empecé a filmar me di cuenta de que eso era lo que más reflejaba lo que sentía. Yo era una espía en esa casa. Las dejaba hacer mientras buscaba encuadres bellos y elocuentes, pero siempre tratando de mantenerme invisible, como quien observa un universo extraño.
–¿Qué significó para usted asentarse durante el verano de 2007 en un lugar alejado de los primeros planos artísticos?
–Este cambio de vida, el tiempo que filmé y los dos años que me llevó editar la película fueron parte del proceso de digestión de todo lo que viví en Holanda. Por eso salió una película chica, hecha sólo por mí, que registró ese proceso durante ese verano.
–Usted dijo que filmó la película con “la bendición de la ignorancia”. ¿A qué se refería?
–Cuando estudié cine me negaba a aprender. No quería seguir reglas preestablecidas, sino que me dieran alas para ver qué salía desde dentro de mí. Uno tiene la posibilidad de descubrir algo genuino desde ese vacío que se genera cuando uno no sabe. Después le suma técnica, trabajo, rigor, etcétera. Ese desconocimiento me permitió hacer algo singular; no sabía si al público iba a gustarle, pero era mío. Empecé a editar sola, sin saber cómo, para que nadie me dijera lo que se puede hacer o no. Aproveché ese vacío de herramientas y los veinte años que llevo desarrollando un trabajo artístico para ver cuál sería mi lenguaje cinematográfico.
–Sin esa “bendición de la ignorancia”, ¿hubiera sido una película diferente, más profesional?
–No me parece que no sea una película profesional, sino que es artesanal. Llamo profesional al rigor, al criterio. No sé cómo hubiera sido de otro modo, yo trabajo así. El arte es un acto de fe. Empiezo a ensayar un espectáculo y cuando menos sé, mejor me sale.
–Diletante tiene una narración reposada y contemplativa, que se contrapone a lo cinemático y vertiginoso de la acrobacia y su protagónico en el Cirque du Soleil. ¿Cómo explica eso?
–Eso se llama evolución. Soy muy expresiva y desarrollé toda mi carrera en Holanda sacándole rédito a mi expresividad y pasión. Pero uno se va dando cuenta de que cuanto menos dice y más trasmite, mejor.
–¿La película muestra a una persona o a un personaje?
–Creo que a los dos, porque todos tenemos nuestros personajes. Hay un punto en el que es la persona con el envoltorio del personaje, pero la película muestra la esencia de mi madre: ella es lo que se ve.
–Ella habla mucho sobre la muerte, es una presencia latente. ¿Cómo se maneja con ese aspecto?
–No siento que le tenga miedo a la muerte. Lo que hacemos es reírnos como forma de incorporarla porque es algo inevitable. Y cuando se tienen 84 años, también es relativamente inminente. Ella toma la muerte con profundidad, no mira para otro lado, pero está más ocupada viviendo. Sabe que cuando la muerte llegue, llegará. Se aprende cuando uno palpa eso en alguien de esa edad. Además, yo edité la película y que haya puesto tantas cosas sobre la muerte de mi madre habla sobre mí. Esta película es también un pequeño ritual de despedida. Hay algo de mí, de empezar a hacerme amiga de una idea, y el modo es magnificarlo artísticamente a una película.
–¿Considera a su madre una diletante?
–Lo que me gusta de la película es que no dice ella. Soy yo la que elige el título y la escena final. Me tomé la atribución de decirle “fuiste lo que quisiste”.
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