Viernes, 3 de agosto de 2012 | Hoy
CINE › NUEVE CORTOS EN LA SEPTIMA EDICION DE HISTORIAS BREVES
La ya clásica antología de cortometrajes que el Incaa presenta periódicamente desde hace casi un par de décadas confirma en esta edición su marcado sesgo federalista. Aunque las producciones son desparejas, el nivel promedio es más que interesante.
Por Horacio Bernades
Una toma en contrapicado, que encuadra copas de árboles con cielo al fondo, se repite al menos tres veces, en forma casi idéntica, a lo largo de los nueve cortos que integran esta séptima edición de Historias breves, la ya clásica antología de cortometrajes que el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales presenta periódicamente desde hace casi un par de décadas. Más allá de que esta selección cuente con un Consejo Consultivo –integrado por los realizadores Bebe Kamin y Eddie Calcagno y la directora de fotografía Paola Rizzi–, se da por sentado que nadie impuso ese plano como leit motiv o algo parecido, lo cual no tendría ningún sentido, sino que se impuso solo. Lo cual sí tiene sentido, ya que responde no sólo al predominio de espacios abiertos y naturaleza salvaje que presenta la cosecha 2012 de Historias breves, sino al llamativo porcentaje de cortos producidos o ubicados en el interior. Porcentaje que permite mantener el marcado sesgo federalista que signa las Historias breves desde su edición más célebre y celebrada: la segunda, que a mediados de los ’90 presentó en sociedad a Lucrecia Martel, Adrián Caetano, Daniel Burman y Rodrigo Moreno, entre otros.
Dos de esos cortos provincianos son, sin duda, lo mejor de una selección cuyo nivel general puede considerarse bueno y un poquito más, más allá de las inevitables disparidades y alguna que otra insuficiencia. En Bajo el cielo azul, que tiene lugar en un áspero paraje correntino, el habilísimo escamoteo de la información, aunado a la precisa economía de planos, permite a Martín Salinas pegar un durísimo directo al plexo, que pone al espectador, de golpe, frente a una de las más graves lacras sociales de la Argentina contemporánea (la prostitución infantil) sin el menor subrayado dramático, emocional o mensajístico. Un corto francamente notable, realizado por la fotografía del eminente Marcelo Iaccarino, que permite augurar el mejor futuro para su realizador. Otro tanto puede decirse de El hombre rebelde, de Martín Mainoli, ubicado en la Salta más seca. Montajista de larga experiencia en el marco de lo que alguna vez dio en llamarse Nuevo Cine Argentino (cumplió ese rol en Sábado, La libertad, Ana y los otros y Liverpool, entre muchas otras), Mainoli trabaja un tono rarísimo en su corto, a medio camino entre la épica individual y el absurdo más desarmante, triunfando en toda la línea.
El protagonista de El hombre rebelde es un cocinero de obraje, dueño de unos pelos como de heavy rocker, que se niega terminantemente al uso de una simple redecilla, por más que los trabajadores alcen la voz ante la frecuente flotación de pelos en la sopa. El tipo lleva su negativa a un punto tal que resulta imposible dilucidar si se trata de un necio, un ridículo o un héroe existencial, producto del admirable manejo, por parte del salteño Mainoli, de la oscilación del punto de vista. El punto de vista y el fuera de campo: en apenas 12 minutos, el realizador utiliza en dos ocasiones, de forma límpida y magistral, ese recurso esencial del cine. Con un agradecimiento inicial a Leónidas Barletta, Albert Camus, Miguel Briante y Manoel de Oliveira, El hombre rebelde indica que Mainoli, autor de una larga docena de cortos, debería pasar ya mismo al largometraje. Aún más conocido que Mainoli en el ambiente del Nuevo Cine Argentino es Federico Esquerro, que no sólo hizo de hijo del Rulo en Mundo grúa, sino que tuvo a su cargo el sonido de ésa y todas las películas de Pablo Trapero, hasta Carancho, cumpliendo la misma función en Balnearios, Bonanza, El custodio y El estudiante. A los 35, Esquerro debuta como realizador con En carne viva, divertida y muy bien ejecutada broma interna (gran fotografía del extraordinario Guillermo Nieto, perfectos rubros técnicos), con Mariano Llinás como director de cine, a quien un actor insoportable hace la vida imposible.
Sin embargo, el corto de Esquerro se remata con una cierta torpeza, y no es él el único a quien le ocurre. Remates apresurados, tropezados y/o inconvincentes lastran también La última parada (con Arturo Goetz como camionero depre, también en el interior), Crónica de la muerte de Paco Uribe (buen tratamiento de tiempos y espacios, en blanco y negro, para un minipolicial con asesino a sueldo y aires de nouvelle vague) y Cenizas (otro semipolicial en medio del campo, con asesinato múltiple y final de sopetón). Salteña es también Cuchi, que tiene sus méritos (unos creíbles pesados de hinchada, el amour fou de un estanciero por su chancho) pero tropieza en el tono. Historia del amor callado de un botero adolescente por una chica de clase más alta, al borde del río en Santa Fe, Fábula queda tan a medio camino como su protagonista. Ejercicio de fatalismo coral alla González Iñárritu, Tres historias cuatro es seguramente el corto más prototípico de la selección. Tal vez no casualmente es el único de los nueve que transcurre íntegramente en interiores, quedando atrapado entre las cuatro paredes de la derivación.
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