Viernes, 9 de noviembre de 2012 | Hoy
CINE › OTROS SILENCIOS, CON DIRECCION DE SANTIAGO AMIGORENA
La coproducción, con importante participación argentina, coescrita y dirigida por el cineasta argentino radicado en Francia, tiene como protagonista a Marie-Josée Croze, actriz que aquí parece la versión femenina de algún héroe de Jean-Pierre Melville.
Por Horacio Bernades
Hay una escena conmocionante en Otros silencios. Tiene lugar a unos diez minutos del comienzo y lo que sucede debe mantenerse en el más estricto secreto, ya que la conmoción que produce se basa en el efecto-sorpresa. Pero también en el verosímil que la película había construido hasta ese momento, presentando, en clave de drama intimista, a los miembros de una familia y los estrechos lazos afectivos entre ellos. En esos diez minutos (o más o menos; el crítico no los midió con cronómetro), esa afectividad se transmite al espectador, derivando, del compromiso compartido, el shock que la escena produce. Se trata de un compromiso no sólo afectivo sino de representación, planteada hasta allí en términos estrictamente realistas, con una puesta en escena tan cuidada como delicada. Pero a partir de esa escena se genera un quiebre, no sólo emocional y dramático, sino también de verosímil, derivando el film de allí en más al thriller narco-policial y la historia de venganza por mano propia. Es ese hiato y ese nuevo “contrato” dramático lo que Otros silencios no resuelve con acierto, disolviendo lo bueno que en aquel comienzo había sabido construir.
Coproducción con importante participación argentina, Otros silencios fue coescrita y dirigida por Santiago Amigorena, argentino radicado en Francia desde hace casi cuarenta años, con participación en guiones de films ajenos y una serie de libros autobiográficos que ya lleva varios lustros de edición. De Amigorena se había presentado en Mar del Plata unos años atrás su ópera prima como realizador, Unos días en septiembre, que ya se jugaba a la hibridación de códigos y géneros, con resultados más ostentosamente fallidos que en este caso. La primera parte de Otros silencios transcurre en Canadá y está hablada en inglés. La protagonista es Marie-Josée Croze, actriz canadiense caracterizada por una sobriedad que pudo apreciarse tanto en Las invasiones bárbaras y La escafandra y la mariposa como en la más reciente La quise tanto, donde vivía una historia de amour fou con Daniel Auteuil. Aunque seguramente se la recordará más como la terrible asesina de Munich, ejecutada con un par de letales disparos en su más completa desnudez.
Croze hace aquí de Marie, mujer-policía que tras superar el duelo y la depresión parte, arma en mano, hacia el más lejano sur. Más precisamente hacia la calle Suárez, en la Boca. Allí encuentra que al objeto de su búsqueda se lo acaban de llevar rumbo a la frontera argentino-boliviana, donde, por lo visto, un poderoso narcotraficante lo anda buscando, para algún ajuste de cuentas tal vez. Y Marie va tras él, en cochambrosos ómnibus locales, de los que circulan una sola vez por día. Con fotografía de Lucio Bonelli (uno de los más talentosos DF argentinos, desde Balnearios hasta La araña vampiro, pasando por Liverpool, Fase 7 y Todos tenemos un plan), Otros silencios no cede a la tarjeta postal de colores boquenses o rosadas montañas jujeñas. Aunque tampoco se priva de aprovechar esos paisajes con cierto grado de pintoresquismo primero, gran espectáculo después.
Más endurecida que dura, hermética y con los dientes apretados por la misión que se propone cumplir a toda costa, Marie –capaz de dejar a un pesadito de medio pelo a los gritos por el piso, con las rodillas baleadas– parece la versión femenina de algún héroe de Jean-Pierre Melville (el Delon de El samurai, por qué no) o, tal vez, una réplica de la protagonista de Terminator 3. En términos de thriller, a partir del momento en que inicia el periplo, Otros silencios se limita a seguir la línea de puntos de la persecución, quedando a medio camino entre una parquedad de western, una tensión ausente, un desfile de personajes dramáticamente subdesarrollados (los de Ailín Salas y Martina Juncadella, sobre todo) y serios problemas de verosimilitud, que incluyen un infrecuente dominio del inglés por parte de muchos paisanos y la presencia de Ignacio Rogers como el sicario más emo del mundo.
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