Viernes, 22 de noviembre de 2013 | Hoy
CINE › BUEN NIVEL EN LA COMPETENCIA INTERNACIONAL DE MDP
Drinking Buddies, ópera prima de Joe Swanberg, es una película cervecera por excelencia, pero con cierto espíritu “rohmeriano”. Y la mexicana Club Sándwich confirma la tendencia del director Fernando Eimbcke al humor y la melancolía.
Por Diego Brodersen
Desde Mar del Plata
Corren los días y el final del 28º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata está más cerca, pero todavía hay varias películas de la Competencia Internacional presentándose en la amplia sala del Teatro Auditorium. Dos de ellas ofrecieron un remanso ante tantos films de temática más dura y urgente. Pero no por ello se trata de obras superficiales o vacías; más bien todo lo contrario. Por caso, Drinking Buddies es la película cervecera por excelencia, y no sólo porque algunos de sus protagonistas trabajan en una pequeña brewery de Chicago: el consumo del preciado líquido es parte fundamental de su ética y estética. En realidad, se trata del primer largometraje de Joe Swanberg –figura esencial de esa suerte de movimiento conocida como mumblecore– realizado con cierto presupuesto y figuras reconocidas del cine americano contemporáneo (Olivia Wilde, Ron Livingston). A pesar de estar entonces más cerca del indie mainstream que del cine americano ultraindependiente, Swanberg se las arregla para que la historia no se le escape de las manos y se contamine con clichés o concesiones al manual del guionista correcto.
La cosa va de relaciones entre hombres y mujeres (también entre exponentes del mismo género), y el tono está cerca de la comedia romántica, aunque ninguno de esos dos factores está dispuesto en la ecuación de manera obvia o elemental. De hecho, Drinking Buddies es una comedia sobre ciertas imposibilidades, sobre las dudas y los temores que acechan a todos y cada uno de los personajes. Como solía decir Jean Renoir, todo el mundo tiene sus razones, y lo que podría entenderse como “histeria” en la chica cervecera interpretada por Wilde (brillante, luminosa Wilde) no es, en el fondo, otra cosa que inseguridad y un puñado de anhelos no identificados. Con un estilo muy distinto al del maestro francés, Swanberg juega el juego rohmeriano por excelencia: amigos de los amigos, parejas entrecruzadas, posibilidades amorosas, elecciones “morales”. Y sale airoso con una película ligera y refrescante. Como una buena lager.
Club Sándwich, el nuevo largometraje del mexicano Fernando Eimbcke luego de Temporada de patos y Lake Tahoe, también incluye algunos escarceos amorosos. Los primeros de uno sus protagonistas, un púber que anda vacacionando con su madre en un complejo veraniego fuera de temporada. De hecho, no parece haber otros inquilinos en el lugar, hasta que la aparición de una adolescente acelera en el joven la ebullición hormonal que ya está en camino. Si la descripción huele a tradicional coming of age –y el film lo es, en parte–, Eimbcke entrelaza magistralmente la relación entre los integrantes del trío, con un tono –que ya es marca registrada de su cine– que bascula entre lo sarcástico y lo tierno. Por ese camino, la película demuestra ser también el relato de una madre todavía joven, sin marido ni amante a la vista, que cae en la cuenta, en unos pocos días y sin previo aviso, de que su hijo ha comenzado el camino hacia la madurez. Y de que sus vidas dejarán de estar firmemente unidas como hasta ese momento. Club Sándwich es un film con mucho humor, pero hay también varias capas de tristeza y melancolía.
Humor y tristeza son asimismo dos de los componentes esenciales de The Eternal Return of Antonis Paraskevas. La ópera prima de la griega Elina Psykou, que tuvo su premiere mundial hace un par de semanas en el Festival de Telasónica, transcurre casi por completo en un complejo hotelero cerrado al público, donde su único huésped es un presentador estrella de la televisión griega. El tipo claramente se ha autosecuestrado, aunque las razones nunca quedan del todo claras, más allá de ciertas necesidades económicas y el deseo de resurgir con fama renovada. De a poco, con un humor por momentos absurdo pero siempre seco y punzante –y la inclusión de un par de momentos ¿oníricos?, ¿alucinados?, que incluyen un número musical–, el film va revelándose como la descripción de una desaparición. Que no es tanto la física de Antonis Paraskevas del mundo que solía habitar, sino una evanescencia interior. Antonis va desintegrándose ante los ojos del espectador y no es difícil leer entre líneas una relación con el estado de las cosas en su país. A pesar de ello, la realizadora no apunta a la alegoría evidente, otro de los logros de un debut ciertamente prometedor.
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