Jueves, 20 de noviembre de 2014 | Hoy
CINE › UNA PELíCULA QUE OSTENTA UN RITMO Y ORALIDAD IMPACTANTES
La segunda película de Sandoval lo confirma como uno de esos nombres a seguir no sólo en el panorama latinoamericano, sino en el cine a secas: su cámara sigue de cerca a Cristóbal y sus miserias, pero evita caer en el juicio fácil o la mirada moralista.
Por Horacio Bernades
En una escena de Te creís la más linda... (pero erís la más puta) (2008), ópera prima del chileno Che Sandoval (puede verse online en el sitio www.cinepata.com), un cuarentón de traje y sombrerito estilo Madness discutía, en pie de igualdad con un veinteañero, a quién le iba peor. Al pibe, una chica pasajera le había hecho los cuernos con el mejor amigo. El cuarentón tenía argumentos algo más sólidos: la mujer se le había ido a España de golpe, dejándolo a cargo del hijo de ambos y sin techo, mientras su improbable pyme tambaleaba. Al fondo del bar, una chica sentada con su amiga le sonreía pícaramente al veinteañero. Cinco años posterior a aquélla, Soy mucho mejor que vos empieza justo en ese momento, con las dos amigas charlando sobre tipos y picos (pitos, en chileno). Enseguida se les acerca el cuarentón, algo tomado y en tren de levante. Ahora sabemos que el cuarentón se llama Cristóbal. Soy mucho mejor que vos lo seguirá, en un tiempo que no es real pero se siente como tal, en un largo viaje de la noche al día. Esto último sólo en sentido literal, no figurado. Por suerte.
El título de su ópera prima hacía pensar en Che Sandoval (Santiago de Chile, 1985) como un atrevido. La película lo confirmaba, en el sentido que más importa: el de hacer exactamente el tipo de film que se le antojaba, con envidiable frescura, sentido del humor, timing perfecto y un oído privilegiado para una oralidad a los cuetes. Saltando generacionalmente casi en la misma medida en que el propio Sandoval lo hizo en este tiempo, Soy mucho mejor que vos lo confirma como un creador único –por aquello a lo que apunta y lo que logra– dentro del panorama ya no sólo del cine latinoamericano, sino del cine contemporáneo en general. Si suena exagerado, se recomienda darse una vueltita por el BAMA o el ArteMultiplex Belgrano.
Es como si un Hong Sang Soo trasandino (fluidez y sencillez narrativa, compresión temporal, hincapié en las relaciones interpersonales e intersexuales), dueño del oído absoluto de Manuel Puig para los diálogos, narrara, con la velocidad de Howard Hawks, las desventuras de un personaje de los hermanos Coen... con la clase de empatía que Truffaut tenía con Antoine Doinel. Es tal el culto de Sandoval por la oralidad (visible ya en los creís y erís del título previo), que el título original es Soy mucho mejor que voh, “traducido” por vos para su estreno en el resto de países hispanohablantes. Del mismo modo, en la copia de estreno local un subtitulado aclara, entre paréntesis y con la mayor precisión, el significado de algunos chilenismos. En verdad, el opus dos de Sandoval es, como su ópera prima, un chilenismo gigante de 85 minutos, que sin el correspondiente subtitulado sería incomprensible para los no familiarizados con el habla del otro lado de los Andes. Sólo en el diálogo inicial, de unos cinco minutos, se bate el record mundial de huevón, huevona y huevá, que hasta ahora ostentaba Te creís la más linda...
Cristóbal (Sebastián Brahm, inseparable de su personaje) sería un tipo patético, risible y mezquino... si no fuera Sandoval quien lo observa. Su falta de juicio es total en relación con sus personajes. Con una esposa que acaba de dejarlo y un hijo cuyos llamados ni atiende, todo lo que se le ocurre al tipo al que algunos llaman Naza (por la nariz y por lo que se mete en ella) es salir de copas, de putas y parranda. Lo suyo es una verdadera antiépica sexual nocturna y, finalmente, matinal: cuando no lo cagan, la caga él. Incluyendo el directísimo ofrecimiento de las chicas del bar, el alucinante histeriqueo de una con su novio (“Guatón con pitillo”, según los créditos, a cargo del propio Che), una chica que es ahora o nunca (y ahora, Cristóbal no puede) y un levante callejero que pinta para softcore... hasta que él huye, vaya a saber por qué.
Entre una cosa y otra, Cristóbal se putea en Skype con su esposa o su ex (tampoco eso está muy estable) y se deja basurear por su hijo, que no debe estar muy contento con la desaparición del padre. Es altísimo el nivel de agresividad verbal de Soy mucho mejor que voh. Altísimo, velocísimo y graciosísimo. ¿Espejo de la vida cotidiana chilena o pura agresividad de estos personajes? La negativa de Sandoval a metáforas y generalizaciones, su estricto apego a los hechos, hacen tan difícil responder eso como –hasta el último plano, al menos– si el punto de vista de la película es el del personaje o lo observa, en cambio, a corta distancia.
A corta distancia se mantiene notoriamente la cámara durante todo el metraje, evitando cortar mientras no sea necesario, haciendo vivir al espectador bien de cerca el viaje al fin de la noche de Cristóbal y manteniendo un ritmo y una fluidez que no paran. Sandoval es uno de esos grandes realizadores que, por atenerse a la más estricta funcionalidad y transparencia visual y narrativa, no lo parecen. Pero lo es.
Chile, 2013
Dirección y guión: Che Sandoval.
Fotografía: Eduardo Bunster.
Música: Miranda/Tobar.
Duración: 85 minutos.
Intérpretes: Sebastián Brahm, Antonella Costa, Nicolás Alaluf, Catalina Zahri, Paula Bravo.
Estreno exclusivo en cines BAMA y ArteMultiplex Belgrano, en proyección Blu-Ray.
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