Jueves, 22 de enero de 2015 | Hoy
CINE › WHIPLASH, MúSICA Y OBSESIóN, DIRIGIDA POR DAMIEN CHAZELLE
El opus 2 del director estadounidense retrata el vínculo al límite del sadomasoquismo que puede nacer entre dos personas que aspiran a alcanzar lo supremo. Aquí, los protagonistas son un más que exigente profesor de música y su alumno baterista.
Por Juan Pablo Cinelli
“No hay dos palabras más dañinas que se le puedan decir a alguien que ‘buen trabajo’.” Una afirmación así, severa e implacable en cualquier circunstancia, cobra un significado mucho más denso e incluso patológico si el que la dice es un maestro y quien la recibe, uno de sus pupilos. Ambos, docente y alumno, son los protagonistas excluyentes de Whiplash, música y obsesión, opus dos del joven director estadounidense Damien Chazelle, aunque todo el tiempo se tenga la sensación de que un tercer protagonista, un ente fantasmal, se mueve entre ellos gobernando el vínculo que los une. Que en principio podría suponerse que se trata del espíritu de la música, pero no. Porque es cierto que Terence Fletcher es el profesor estrella de la mejor academia de música de los Estados Unidos, un pianista y director de orquesta que lleva la exigencia a límites psicopáticos. Y que Andrew Neyman es el más joven de sus alumnos, un baterista admirador del gran Buddy Rich que ansía convertirse él mismo en uno de los héroes del jazz a costa de cualquier sacrificio. Pero si se retiran los ornamentos, la fórmula podría cambiarse de escenario y seguir funcionando. Entonces alumno y maestro podrían convertirse en futbolista y director técnico; un aspirante a yuppie y un viejo lobo de las finanzas; un joven telemarketer y su supervisor. O en una ballena blanca y el fiero capitán de un buque ballenero. Lo vital en Whiplash no es quiénes, sino qué.
Porque aunque la música es un elemento importante de la trama, no deja de ser una excusa, de alguna manera un McGuffin hitchcockiano que sirve para vestir el relato de manera elegante y anclarlo en una atmósfera cinematográfica clásica, refinada y épica a la vez. En realidad lo que importa es la dinámica que surge entre los personajes en su búsqueda de la excelencia, de una utopía, de un deseo por cumplir. De la inmortalidad, que es de lo que se trata la épica. Por eso tampoco importa lo improbable de la existencia de un profesor como Fletcher, capaz de llevar la exigencia a niveles de tortura psicológica tan altos y de manera sostenida en el tiempo dentro de una institución de primer nivel mundial. Sobre todo en los Estados Unidos, donde por mucho menos se pondría en movimiento la industria del juicio. Se trata de retratar el vínculo al límite del sadomasoquismo que puede nacer entre dos personas que, desde el más mundanal de los barros, aspiran a alcanzar lo supremo. Esa obsesión de Fletcher por “empujar a las personas más allá de lo que se espera de ellos”, por ser la chispa que encienda la mecha del próximo Charlie Parker, y la de Neyman por conseguir la gloria del mismo modo en que ciertos monjes se flagelan para acercarse a lo divino (no por nada la película se llama Whiplash, latigazo, y el chico toca la batería, el más carnal y físico de los instrumentos musicales), los deja a un paso del Capitán Ahab y Moby Dick. Se trata de la frustración que produce lo inalcanzable convertida a la vez en motor y causa final, en lo único que le da a la vida un sentido trascendente.
De la misma manera en que los personajes van cerrándose cada vez más sobre su vínculo, la película también se va comprimiendo sobre ellos, dejando de a poco en el camino las tramas laterales y los personajes secundarios, convirtiéndose a sí misma en un relato obsesivo, en donde fotografía, música y montaje conspiran para darle la forma de una pieza de cámara. Como una partitura que alimenta el crescendo para por fin despojarse de ornamentos y darles espacio a los solistas, lugar que ocupan el joven Miles Teller y ese gran tapado que fue siempre J. K. Simmons.
Sin embargo, hay un punto de quiebre hacia el final del film que plantea una discusión narrativa interesante. Del mismo modo en que hace unos años se cuestionó a Santiago Mitre por permitirle al protagonista de El estudiante responder una pregunta clave al final de la película, acá Chazelle pone a Andrew (otro estudiante) ante una situación similar. Pero lo que sigue no es sólo su respuesta, sino una secuencia final que de alguna manera viene a cumplir con el rol de un retorcido final feliz, a resolver el vínculo escabroso de maestro y alumno. A pesar de eso, dicha secuencia de cierre es notable, casi un cortometraje en sí misma, donde finalmente se corporiza ese espíritu esquivo que los protagonistas persiguen durante toda la película.
7-WHIPLASH, MUSICA Y OBSESION
Whiplash, Estados Unidos, 2014.
Dirección y Guión: Damien Chazelle.
Música: Justin Hurwitz.
Fotografía: Sharone Meir.
Montaje: Tom Cross.
Duración: 107 minutos.
Intérpretes: Miles Teller, J. K. Simmons, Paul Reiser y otros.
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